Durante décadas, las personas trans no han sido vistas por una amplia mayoría social como hombres y mujeres auténticas, pero afortunadamente su integración y el reconocimiento de sus derechos han avanzado a pasos agigantados para su completa normalización y plena inclusión en nuestra sociedad. Sin embargo, sigue siendo un asunto con muchas aristas y muchos matices por aclarar, aunque hay fundamentalmente uno que ha cobrado una importancia enorme en los últimos tiempos: el deportivo.

Aun en su condición de personas transexuales, las características biológicas de nacimiento de estos hombres y mujeres siguen siendo las del sexo opuesto, lo que ha derivado en un debate que se ha recrudecido enormemente de forma reciente en el ámbito deportivo: ¿Es justo que las deportistas trans compitan en igualdad de condiciones con otras mujeres?

Dos posturas enfrentadas: inclusión o excepción 

El caso contrario es mucho más raro y complejo de encontrar; mujeres que han transicionado para ser hombres y que compitan en categorías masculinas profesionales, y por eso la discusión se centra fundamentalmente en ellas. Muchos se preguntan si es correcto, adecuado o justo que compitan mujeres y mujeres trans en las mismas categorías, más allá del reconocimiento social hacia las mujeres trans para ser consideradas mujeres como cualquier otra.

Esto ha derivado en dos corrientes de pensamiento: la que está a favor de su plena incorporación como mujeres que son a las competiciones oficiales; y la que se cuestiona, en base a argumentos científicos, biológicos y anatómicos, si realmente existe una igualdad tácita que garantice las mismas oportunidades y condiciones para todas. 

Nadie niega que sean mujeres a todos los efectos y que no deban ser tratadas como tales, pero en el deporte profesional de élite la problemática se vuelve mucho más compleja. Una posible solución, que se antoja lejana por la imposibilidad de poner a ambos extremos de acuerdo entre ellos, sería la creación de una categoría especial y concreta para las mujeres trans, para que compitan entre ellas, pero eso implicaría admitir que no son reconocidas como mujeres de pleno derecho.

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Las federaciones internacionales toman medidas

Multitud de casos de mujeres trans triunfando sobradamente en sus respectivas disciplinas son los que han recrudecido la peliaguda cuestión, sobre todo por la cantidad de quejas que han cosechado por parte de otras atletas. Aunque siempre ha habido casos, fue el de la nadadora estadounidense Lia Thomas el que saltó a la opinión pública con más fuerza, hace más de un año ya, por pasar del puesto 462 del ranking cuando nadaba como hombre a conquistar las 500 yardas en la Division I femenina de la NCAA.

Este ejemplo fue el que impulsó a la FINA a tomar una decisión que aprobaron el 70% de sus miembros: vetar a aquellas nadadoras transgénero que hayan iniciado su tratamiento reductor de testosterona una vez sobrepasada la pubertad masculina. Es decir, afinaron el criterio y permitieron la inclusión de aquellas deportistas que comenzaran a transicionar antes de los 12 años, y no ya en una edad desarrollada en la que la musculatura ha terminado de crecer.

Y justo en ese aspecto es dónde reside la mayor parte de la polémica, en cómo identificar las supuestas ventajas físicas y biológicas de las deportistas transexuales frente al resto, y en la justicia y la limpieza existentes en competiciones que igualan ambos casos sin pararse a analizarlos. Lo idóneo, sin duda, sería ir caso por caso analizando las condiciones de cada atleta, pero la evidencia científica señala que las atletas trans sí que cuentan con ventajas sobre las mujeres biológicas.

El gran problema es el riesgo de discriminación o segregación que muchas plataformas y activistas trans denuncian que sufren por estos motivos en el ámbito deportivo, mientras muchas otras se quejan amargamente por perder oportunidades frente a oponentes exageradamente superiores a ellas. Por eso mismo, mientras el COI sigue dudando sobre cómo afrontar el tema y deja abierta la toma de medidas a las distintas federaciones internacionales, World Athletics, la UCI o World Rugby han optado por seguir el ejemplo de la FINA.

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Los casos más polémicos abren el debate público

Como decimos, a raíz del ejemplo de Lia Thomas, muchos otros casos fueron puestos en el foco por aquellas atletas perjudicadas por sus competidoras trans. La ciclista Tiffany Thomas, arrasando a sus competidoras a los 46 años y sintiéndose una “superheroína”; Caster Semenya, campeona olímpica en Londres y Río de Janeiro excluida por las nuevas normativas del atletismo; o más recientemente la italiana Valentina Petrillo, que dejó sin plaza para los Juegos Paralímpicos a la española Melani Bergés.

Y muchas voces dentro y fuera del deporte se manifestaron en consecuencia: de las denuncias de compañeras de Thomas, incómodas por compartir vestuario con ella, pasando por las declaraciones de Boris Johnson, primer ministro británico; las de Ana Peleteiro, Mercedes Coghen y el presidente de la RFEA, Raúl Chapado, en España; o las del presidente de World Athletics, Sebastian Coe. De hecho, hubo un entrenador de halterofilia canadiense, Avi Silverberg, que participó en una competición femenina para protestar contra estas situaciones de ‘injusticia deportiva’.

En la otra cara de la moneda, figuras como Martina Navratilova o Megan Rapinoe, que podrían sentirse perjudicadas por esta cuestión; o Alba Palacios, Halba Diouf, y Dylan Mulvaney (estas tres últimas transexuales) se han pronunciado abiertamente a favor de una inclusión sin excepciones y sin prejuicios, creando un cisma entre ambas posturas que parece irreconciliable y que aleja una respuesta definitiva sobre el dilema.