Diego Carcedo Periodista
OPINIÓN

Menuda pieza

Detalle del beso entre Rubiales y Hermoso que han captado las cámaras de TVE.
Detalle del beso entre Rubiales y Hermoso captado por las cámaras de TVE.
RTVE
Detalle del beso entre Rubiales y Hermoso que han captado las cámaras de TVE.

Para los seguidores de la golfería que impera en el fútbol el nombre de Luis Rubiales, presidente de la Federación Española, hace mucho tiempo que acredita el calificativo de "menuda pieza". Ha protagonizado abundantes escándalos que hasta ahora casi siempre acabaron olvidados por la pasión, con frecuencia irracional, que despierta este antiguo deporte, convertido últimamente en un asunto de corruptelas. 

Y, cuando se habla de corruptelas, obvio es añadir que de millones y trapisondas, como las que unos meses atrás se centraron en torno a los campeonatos mundiales de Qatar, los más destructivos en la historia del transformado deporte sano en cuerpo sano por el de deporte corrupto en actividad pervertida.

El tal Luis Rubiales ha monopolizado la actualidad y el interés del verano más caluroso de la historia, de los incendios forestales que están destruyendo el Planeta, de las víctimas y desastres que está causando una sequía sin precedente –que hasta ha paralizado el tránsito de los barcos por el canal de Panamá-, de la guerra que mata y enfrenta en Europa sin que nadie haga algo para pararla, de las elecciones en Guatemala y Ecuador... Y ha distraído la atención de los españoles de la situación crucial de la política democrática, ahora que se está decidiendo cuál de los dos gobiernos, distintos y diferentes, que se disputan el poder, guiará en buena medida nuestra suerte económica, social y patriótica la próxima legislatura.

El nombre de Luis Rubiales puede con todo, con el eco del escándalo que empañó el éxito emocionante de la selección femenina de fútbol. La bochornosa imagen de su intolerable aprovechamiento para besar en la boca a una de las jugadores, que se quedó sin capacidad para responderle con una bofetada, está dando la vuelta a través de los periódicos y televisiones de los cinco continentes.  

Nadie se explica ni menos justifica su agresión, su violación, a la dignidad de la mujer. Todos, desde el Gobierno hasta la Justicia, pasando por la unanimidad de la opinión pública, censuran su actitud delictiva; apenas nadie le defiende, pero él hace honor a su currículo prepotente y grosero sin molestarse a hacer lo mínimo que cabe esperar en una situación así, que es dimitir de sus cargos y ocultarse por un tiempo largo de la vergüenza que ha creado. Urge que alguien tome esa decisión destituyéndole y condenándolo de manera fulminante.

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