El Fulanito CF juega partido contra la AD Menganito. Se saludan antes de comenzar, dan la mano al árbitro y a jugar: hay faltas, goles y algún que otro error del colegiado. El público anima y grita, pero no insulta, ni menta a los familiares de jugadores o árbitro, y tampoco tira cosas a la hinchada rival.
Al final del encuentro, ovación. Sí, es todo un sueño –en tiempos de bengalas y violencia– una utopía que lucha por hacer real un idealista, ¿un loco?: Ángel Andrés Jiménez Bonillo, el árbitro de la paz.
Ángel, malagueño de 31 años, pita partidos de fútbol base desde 2006. Regresó al arbitraje convencido de poder cambiar algo: «En mis partidos de fútbol nadie insulta a nadie, no lo permito. Antes de comenzar, reúno a todos y les digo que quiero que se respeten, que jueguen con deportividad».
¿Y si no le hacen caso? «Al primer insulto que escucho en el campo o en la grada, advierto a los delegados; al segundo, llamo a la policía y al tercero, suspendo el partido». ¿Cuantas veces ha llegado ése tercer aviso? «Ninguna vez».
Las explicaciones de este árbitro contranatura tienen base lógica: «Parece que la costumbre tiene que ser ley, y no es así; como en el fútbol siempre se ha insultado nada tiene que cambiar, y eso es por la cultura de este deporte. ¿Imaginas a 12.000 personas insultando a Rafa Nadal? El gamberro que insulta en el fútbol se calla en el tenis. Cuando el fútbol empobrece al ser humano, mal vamos...».
Cuesta creer en este mundo feliz y Ángel sabe que predica en el desierto, pero está convencido: «Mis amigos me llaman loco, pero la razón está conmigo y creo que el fútbol puede cambiar en un futuro. También hace unos años las mujeres no tenían derecho a votar...».
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