Cristiano: dejar pose o dejar poso

El portugués Cristiano Ronaldo, del Real Madrid.
El portugués Cristiano Ronaldo, del Real Madrid.
EFE
El portugués Cristiano Ronaldo, del Real Madrid.

El primer gol lo celebró como acostumbra, con un salto a propulsión y un aterrizaje de medio lado, el cuerpo en tensión y el aullido en la garganta. Su disparo había tropezado en un defensa, pero podemos entender que la alegría, si es desbordante, se imponga sobre los matices. Después del segundo gol, de penalti, posó frente a una cámara de televisión con los brazos en jarra, el mentón elevado y la mirada fija en el graderío desgañitado. Para el tercero, regalado por Bale, eligió un gesto más reflexivo, con una mano sujetándose la barbilla, como si la cabeza hubiera adquirido un peso extraordinario de tanto pensar.

Así festejó Cristiano Ronaldo sus tres goles en el Calderón, con una gestualidad tan afectada que empañó lo que pretendía abrillantar. Los más forofos dirán que el asunto no tiene la menor importancia y que cada uno festeja como le viene en gana. Argumentos irreprochables, sin duda, aunque yo me permito disentir. Al negar la espontaneidad, Cristiano condiciona el comportamiento natural de quienes le rodean. Imaginen a sus compañeros de equipo. Si se abrazan a él inmediatamente después de un gol corren el riesgo de salir eyectados como el piloto de un caza o de estropear la composición escultórica. Deben esperar, por tanto, o entretener la espera abrazándose entre ellos. Y algo similar sucede con los aficionados. Lo vi con mis propios ojos: los madridistas que ardían de alegría se quedaban paralizados ante la televisión cuando observan la celebración congelada. Nadie abraza a un mimo, al menos en primera instancia.

Quien ande despistado debe saber que Cristiano, además de jugar un partido, tomaba parte en el mannequin challenge, la última ocurrencia de la sociedad occidental y la versión más plástica del postureo reinante.

El 'desafío del maniquí' consiste en participar de una grabación de vídeo en la que los actores simulan ser estatuas, no importa dónde se encuentren, en el Calderón, en el metro o en el urólogo. Entre los practicantes no solo hay futbolistas, modelos o millennials. Michelle Obama y Hillary Clinton tampoco se han resistido a esta moda, a pesar de que estas cosas se entienden mal entre los granjeros cuáqueros de la América profunda.

Como pueden comprobar, los resultados son trágicos. En lugar de analizar el derbi hemos gastado los primeros párrafos en recorrer el Museo de Cera. Y no lo merece el partido. Al margen de la escenografía montada por Cristiano, se libró una batalla que el Real Madrid inclinó de su lado favorecido por la ausencia de Benzema. Liberado de la tiranía táctica que impone la BBC, Zidane presentó un equipo compensado y acertó en la posición de Isco (cualquiera). El Atlético, por el contrario, se hundió de proa. Simeone, que solía ganar estos partidos desde la ferretería del mediocampo, quiso vencer con el florete de sus atacantes. Es muy posible que la acumulación de talento ofensivo haya alejado al Atlético de la fisonomía del Cholo y de la filosofía del equipo. El dilema es considerable. Cómo hacerse grande sin alterar una identidad forjada en la necesidad. Cómo ser rico y revolucionario.

A diferencia del Real Madrid, el Barcelona no se puede permitir el lujo de prescindir de ninguna de las siglas que conforman la MSN. Faltaron Messi (indispuesto) y Suárez (sancionado) y el Barça de Neymar empató contra el Málaga de Kameni. El único culé que no perdió el ánimo fue el loro gaditano que cada día silba el himno del Barcelona a pesar de la denuncia interpuesta por un vecino, poco conocedor del universo de las cotorras: si en lugar de quejarse tanto cantara desde su ventana a las "mocitas madrileñas", en pocos años, podría revertir la situación.

El hecho más notable de la jornada internacional lo protagonizó el padre que saltó al césped con su hija en brazos para celebrar el segundo gol del Manchester City. Las muchas preguntas que nos plantea el caso las iremos resolviendo en las sucesivas exclusivas que el implicado concederá a los tabloides ingleses y con las que podrá costearse el divorcio. En su descargo, diremos que la pequeña iba bien abrigada (con una bufanda del City) y se acompañaba de una mochila rosa, con lo que el progenitor habría cumplido, al menos, dos requerimientos básicos: que no se enfríe la niña y que no pierda la merienda.

Yayá Touré, excelente futbolista en el cuerpo de Bill Cosby, fue el autor de los dos goles que excitaron al padre invasor. Su lenguaraz agente tuvo que disculparse ante Guardiola para que el entrenador volviera a contar con el futbolista de Costa de Marfil, durante tres meses fuera del equipo. Ahora no faltará quien elogie la capacidad de Pep para manejar motivación y castigo. No es nueva la costumbre de reconstruir los relatos a partir del resultado. Fue Winston Churchill quien lo dijo: "La historia me dará la razón porque la escribiré yo".

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