Ter Stegen, gallego del año y embajador de la empanada

Ter Stegen, en un entrenamiento.
Ter Stegen, en un entrenamiento.
GTRES
Ter Stegen, en un entrenamiento.

Conviene estar preparados. Cuando les contemos a nuestros nietos que vimos jugar a dos futbolistas extraordinarios que solían marcar un gol por partido (generalmente tres) y que disfrutamos de un portero que paraba la mitad de los penaltis que le lanzaban, seremos tomados por abuelos tiernamente imaginativos o directamente mentirosos. No pudo existir tal cosa, dirán los muchachos, sin apenas levantar la vista del FIFA 43.

Se aconseja, por tanto, fijar en la memoria lo que estamos observando para cuando no lo volvamos a ver. Es de todo punto asombroso que Diego Alves detenga dos penaltis en un mismo partido y eleve su porcentaje de efectividad por encima del 50% (22-21). Jamás ocurrió algo parecido. La pena máxima es mínima cuando Alves está en la portería. La reiteración de sus paradas impone un cambio radical en los usos del fútbol: tirar los penaltis indirectos o bombearlos al segundo palo, o sacarlos hacia atrás, para asegurar la posesión.

Que el Atlético se sobrepusiera por dos veces a los poderes hipnóticos de Alves indica la solidez mental de un equipo que está acostumbrado a todo porque está acostumbrado a Simeone. Griezmann es el cabeza de cartel por ser el máximo goleador (6), pero todos sus compañeros comparten la misma convicción: si queremos, podemos.

Al Valencia no le bastaron ni el portero ni Voro, talismanes recurrentes. Perdió con Prandelli en la grada y dio la impresión de ser un equipo que funciona sin más coreografía que el orgullo. Quién sabe. Tal vez cometer un tercer penalti (con la consiguiente parada de Alves, naturalmente) hubiera sido el único modo de aniquilar al Atlético.

Para entender lo que ocurrió en el Bernabéu hay que frotarse los ojos. O hacer memoria. Cuando Danilo dijo que el Eibar pagaría los platos rotos del empate en Dortmund invocó a todos los demonios del fútbol. De manera que el equipo de Mendilibar jugó en buena compañía. Añadan la presencia de Pedro León y recuerden cómo lucen, con el paso del tiempo, las ex parejas que fueron rechazadas: cruelmente bellas.

En el Madrid, para colmo, fueron baja los dos únicos futbolistas que no tienen reemplazo: Modric y Casemiro, el grifo y el tapón. Sin creatividad y sin quite, el campeón de Europa no hizo más que acumular aproximaciones, como si a partir de un determinado número las pudiera canjear por un gol. Bale fue el mejor, pero le faltó gritarlo.

La suerte del Madrid es que el descalabro culé en Vigo le puso sordina a su crisis. Cada vez que Luis Enrique hace rotaciones el Barcelona da una vuelta de campana. Cuando por fin dio entrada a Iniesta fue demasiado tarde. La remontada estuvo muy cerca con Piqué de responsable directo y ariete goleador, pero Ter Stegen se ganó el título de gallego del año y embajador de la empanada.

El fin de semana nos sirvió otras historias, algunas de las cuales necesitan de antecedentes. Hace años (demasiados ya), Rafael Gordillo se presentó con retraso a una comida entre algunos periodistas y el entonces entrenador del Betis, Fernando Vázquez. Aunque Gordillo no quiso explicar los motivos de su tardanza, supimos que venía del hospital. Un aficionado bético, que debía someterse a una delicada intervención, le había pedido que le hiciera compañía antes de entrar en el quirófano.

Quizá sea un cuento para niños, pero he oído decir (y quiero creerlo) que mientras eres anestesiado puedes elegir el argumento de tus sueños. De manera que aquel hincha, al tiempo que le hurgaban en las entrañas, pasó un buen rato disfrutando de las subidas por la banda de su ídolo. Antes de proseguir, diré que Gordillo llegó tarde al almuerzo pero los médicos aterrizaron a tiempo sobre el paciente.

La anécdota viene al caso porque Gordillo fue ingresado en la noche del sábado con un amago de infarto. Hay que suponer que estuvo acompañado por todos los béticos, madridistas, zurdos y flamencos que caben en una habitación de hospital. Lo importante, superado el susto, es que el mito del beticismo ya está fuera de peligro y listo para seguir subiendo la banda cada vez que un anestesista le meta un balón en profundidad.

La verdad es que no resultó un buen fin de semana para los corazones zurdos. Enrique Martín, entrenador de Osasuna y antes extremo desmelenado, tuvo que abandonar el banquillo por una “urgencia hipertensiva”. Curiosamente, se le disparó el diapasón cuando Roberto Torres marcó de penalti y puso por delante a su equipo, quizá la falta de costumbre. En la Clínica Universitaria de Navarra, Martín recuperó el aliento y escuchó voces. El Sadar, al conocer el percance, comenzó a cantar al ritmo de Enrique Iglesias: “Es que yo sin ti, Enrique Martín, no sabría cómo vivir…”.

En la crónica internacional hay que señalar que se resquebrajan los cimientos del fútbol conocido: perdió Guardiola y Mou empató en casa. Ni siquiera Ancelotti levantó los brazos, solo la ceja.

Más allá del fútbol, los europeos perdimos la Ryder con la misma impotencia que Hamilton fundió el motor de su Mercedes (trócola o sabotaje). En la ACB recién comenzada lo más destacable es la victoria del Betis (antiguo San Fernando) ante el Estudiantes y los 34 triples seguidos fallados en el Manresa-Barcelona, lindo homenaje a la paz entre los pueblos. Nuestros nietos tampoco se creerán esto.

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