La generación de las manos blancas que alumbró el principio del fin de la banda terrorista ETA

20minutos visita el pueblo del concejal del PP Miguel Ángel Blanco cuando se cumplen 25 años de su secuestro y asesinato a manos de ETA, en julio de 1997.

 

El 10 julio de 1997 ETA secuestró al joven concejal del PP Miguel Ángel Blanco y lo asesinó tres días después ante los ojos del mundo entero. El crimen alumbró una generación de manos blancas que se movilizó contra el miedo y sentenció a la banda terrorista. Cinco lustros después, Ermua se abre camino entre palabras, silencios y esperanza.

El techo de la estación resguarda del txirimiri a quienes esperan el tren. Es verano, pero en Ermua el tiempo se empeña en demostrar lo contrario. El silencio impera en el andén y solo la llegada del convoy lo rompe. Los viajeros que suben se cruzan con los que bajan y muy probablemente ninguno de ellos repare en que en este mismo lugar, sobre las tres de la tarde del 10 de julio de 1997, un chaval de 29 años cogía esta misma línea sin saber que pesaba sobre él una sentencia de muerte. Fue la última vez que cogió un tren; la última vez que escuchó su metálico sonido, y la última vez que pisó el pueblo que le había visto nacer.

Se llamaba Miguel Ángel Blanco y era concejal en este municipio de Vizcaya, uno de los siete concejales que el PP tenía entonces aquí. Como era habitual, aquel día se apeó en Eibar, ya en Guipúzcoa aunque a tan solo cinco kilómetros de su casa. Allí trabajaba en una asesoría. Pero aquel día no llegó a la oficina. ETA lo secuestró en el camino y truncó su vida, sin calcular que aquello supondría el inicio de su derrota. Aquel chico tímido, al que le gustaba pasar desapercibido, nunca imaginó que su foto daría la vuelta al mundo ni que, 25 años después, colgaría a gran tamaño de la fachada del Ayuntamiento en el que tantas horas pasó.

“Fue casi mundial”, dice un niño de once años que se acerca por la curiosidad que le suscita la cámara. Mientras hace equilibrios sobre su bicicleta, cuenta que él sí sabe quién era Miguel Ángel Blanco. Forma parte del minoritario 40% de los jóvenes españoles que conoce la figura del edil. “He preguntado y me han contado toda la historia y después he ido a internet. Un amigo y yo vimos un vídeo que hay en Amazon Prime”, apunta. “A nosotros nos hablaron de ello en clase. Estábamos en Matemáticas y salió de repente. Nuestra profesora me parece que lo sufrió casi igual que los padres porque estaba pensando: ‘¿Y si le hacen esto a mi hijo?”, interviene otro pequeño de diez años que se une a la conversación.

Las voces de Ermua. Los sonidos de Ermua

Las palabras de esa profesora reflejan la sensación que aquellos días de julio invadió a todo un país. Míguel, como le llamaban sus allegados, era lo que se conoce coloquialmente como una persona normal, que entró en política por tener un trabajo sin más aspiraciones que mejorar la vida en su pueblo. “Uno de los nuestros”, resumen algunos. ETA fue a por el eslabón más débil. “Un chaval muy noble, muy humilde. Muchos se creen que suben de nivel cuando llegan a concejales. Miguel Ángel no. Miguel Ángel era como su padre. Muy maja toda la familia”, recuerda Maite, mientras levanta la mirada para contemplar el retrato del joven desplegado en el Consistorio. Ahora está jubilada, pero en aquella época era funcionaria en ese edificio.

Ella, como prácticamente toda la localidad, se echó a la calle cuando supo que la banda terrorista había raptado a uno de sus vecinos y le había dado un ultimátum al Gobierno de José María Aznar: lo asesinaría si en 48 horas todos los presos de la organización no eran trasladados a cárceles del País Vasco. Sin redes sociales, a partir de ahí se vivió una cuenta atrás televisada que mantuvo a los españoles en vilo. Los terroristas habían cometido innumerables atrocidades -asesinatos, secuestros, extorsiones...-, pero aquel novedoso y macabro método contribuyó a que el atentado contra Miguel Ángel marcara un antes y un después.

Por primera vez, la sociedad vasca mostró de forma masiva su repulsa contra ETA. Junto a ella, toda España se echó a la calle para clamar por la liberación de un joven hasta ese momento anónimo. Las concentraciones de manos blancas y el grito de ¡Basta ya! se popularizaron como símbolos de una alternativa pacífica frente a la barbarie. Ermua pasó la noche a la luz de las velas en la céntrica Plaza Cardenal Orbe, donde se ubica el frontón en el que ahora unos niños juegan a la pelota...

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Tres días de conmoción mundial

 

ETA secuestró a Miguel Ángel Blanco el 10 de julio. Lo ejecutó dos días después y, pese a los disparos, el concejal de Ermua aguantó vivo aún unas horas, hasta fallecer en la madrugada del 13 de julio de 1997.

El 1 de julio, la Guardia Civil liberaba al funcionario de prisiones José Antonio Ortega Lara. Había pasado 532 días en un zulo de la localidad de Mondragón. Los cuatro terroristas que lo mantenían secuestrado fueron detenidos. Y en ese contexto informativo, se produce la noticia del secuestro del concejal del PP.

De su asesinato se encargaron Francisco Javier García Gaztelu, 'Txapote', Irantzu Gallastegui Sodupe, 'Amaia' y José Luis Geresta Mujika, 'Ttotto'. Ibon Muñoa colaboró dándoles información y apoyo, y José Javier Arizcuren Ruiz, 'Kantauri', dio la orden de disparar.

Pero seguramente no fue solo él. En marzo de 2022, la Audiencia Nacional acordó reabrir la investigación sobre el asesinato del concejal de Ermua para tratar de determinar quienes, además de 'Kantauri', fueron los dirigentes de ETA que se encargaron de planear y ordenar el atentado.

 

Quién asesinó a Miguel Ángel Blanco
 
 

En un auto, notificado el pasado 17 de marzo, el juez Manuel García Castellón, que fue el instructor de la causa hace 25 años, acordó su reapertura para investigar si los miembros del comité ejecutivo de ETA (Zuba) en el momento de los hechos dieron la orden de asesinar al concejal o bien si son responsables por omisión porque hubieran podido impedir de algún modo su asesinato durante las 48 horas que estuvo secuestrado.

De hecho, un informe de la Guardia Civil remitido en mayo a la Audiencia Nacional acusa a cuatro dirigentes de ETA de ser los autores intelectuales del crimen. Serían, además de 'Kantauri', Soledad Iparraguirre y Mikel Antza (finalmente el caso de Iñaki de Rentería ha sido archivado). El documento responsabiliza a los integrantes de dicho comité de haber "decidido, planificado y ordenado" el secuestro del edil dada la "evidente" "capacidad de acción y dominio" que tenían sobre las acciones de la organización terrorista.

 

10 de julio de 1997

15:30
Cuando Miguel Ángel baja del tren, Gallastegui lo aborda, pistola en mano, y lo mete en un coche. Su secuestro fue fácil. El concejal se trasladaba todos los días en tren desde Ermua, donde residía, a Éibar, donde trabajaba en la empresa Eman Consulting.

​Los etarras sabían esto y mucho más de los movimientos de Blanco gracias a Ibon Muñoa. Este exconcejal de Herri Batasuna en Éibar tenía un negocio de recambios del automóvil y recibía asesoramiento precisamente de Eman Consulting.

El concejal tiene una cita en Éibar con un cliente. Nadie sabe por qué no aparece.

16:30
​Blanco pasa a estar retenido y maniatado en una bajera de Añorga (Guipúzcoa), a más de 50 kilómetros del lugar donde se le vio por última vez.

​16:35
ETA envía un comunicado al diario Egin informando del secuestro del concejal. La voz dice que se trata de un secuestro "corto" y pide el acercamiento de los presos etarras a cárceles del País Vasco. Da un ultimátum: si antes de las 16 horas del sábado, día 12, el Gobierno no lleva a cabo ese acercamiento, lo ejecutarán.

16:50
En la sede del PP de Bilbao se recibe una llamada de Egin comunicando el secuestro y el ultimátum.

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Alberto Martín, uno de los cinco ertzainas que acompañó a la familia Blanco Garrido. 

"Los ertzainas que acompañamos a la familia intentamos convertir 48h de pesadilla en algo más cálido"

Con tan solo 24 años, recién comenzada su carrera como ertzaina, a Alberto Martín le destinaron a una misión que le cambiaría la vida. Mientras los cuerpos y fuerzas de seguridad en bloque se afanaban en encontrar a Miguel Ángel Blanco antes de que ETA cumpliese su amenaza de ejecutarlo en 48 horas, él y otros cuatro compañeros fueron los encargados de acompañar y apoyar a la familia del concejal del PP en sus peores momentos. De aquello han pasado 25 años, pero este hombre recuerda detalles y conversaciones de esos días como si hubiesen ocurrido ayer.

"Fuimos los encargados de acudir al piso y notificar el secuestro a la familia. A partir de ahí nuestra labor consistió en que mantuvieran la calma lo máximo posible. Intentamos convertir esas 48 horas de pesadilla en algo más cálido, más cotidiano, más cercano", relata Alberto. 

Sus palabras evocan aquella imagen, grabada en la memoria de muchos, de un padre que llegaba de trabajar, con su buzo de albañil, y miraba aturdido a los medios de comunicación que se agolpaban en la puerta de su casa. "Le recibió mi amigo y compañero Juan Carlos, el agente primero que lideraba el operativo. Le dijo que pasase dentro del portal y le contó la noticia", añade.

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Carlos Totorika. Alcalde de Ermua en 1997.

Entrevista | Carlos Totorika: "Queríamos que la violencia de ETA fuera cosa del pasado, pero existe el riesgo de perder la memoria"

 

El 10 de julio de 1997 el teléfono sonó en el Ayuntamiento de Ermua. Al otro lado, el delegado del Gobierno, Enrique Villar, le daba al alcalde la peor de las noticias: ETA había secuestrado a un concejal de esa localidad vizcaína y amenazaba con asesinarlo en 48 horas si el Ejecutivo de José María Aznar no acercaba a los presos de la banda a cárceles del País Vasco. En ese momento arrancaban dos días frenéticos que acabaron con el peor de los desenlaces.

Aquel alcalde era el socialista Carlos Totorika y el concejal, el popular Miguel Ángel Blanco. El atentado contra un joven de 29 años, humilde y anónimo, indignó de tal manera a un pueblo que el espíritu de Ermua se instauró como símbolo de repulsa contra el terrorismo. Veinticinco años después, Totorika se sigue emocionando en más de una ocasión cuando ve las imágenes que se sucedieron en aquellos días y recuerda "el volcán que tenía bajo los pies". "Aquello forma parte del patrimonio personal y el bagaje de quienes lo vivimos", afirma en una entrevista con 20minutos, en la que habla del pasado, pero también del presente y del futuro.

 

P. ¿Cómo gestionó aquellas 48 horas a nivel personal?

R. Desde que me comunicaron el secuestro estuve absolutamente angustiado porque conocía cómo utilizaba ETA el asesinato como herramienta y tuve la sensación de que las probabilidades de que Miguel Ángel saliera vivo eran pocas. Teníamos que movilizarnos y hacer todo lo posible para que lo liberaran. Y con toda la presión que vivimos cada uno de los vecinos de Ermua, cuando uno es el alcalde se es muy consciente de la responsabilidad de que todo aquello salga bien, porque eran momentos muy dramáticos y angustiosos.

 

P. Una vez que se fueron los focos, ¿el pueblo recuperó la normalidad?

R. Lo anterior, si a eso le llamamos normalidad, no se recuperó. Ermua fue distinto a partir de ese momento. ETA todavía siguió matando durante más de diez años y con cada uno de esos asesinatos aquí salíamos a la calle varios miles de personas, cuando en otros municipios eran muy pocas o en las grandes capitales la misma cantidad. Ermua siguió muy sensibilizada respecto a que el terrorismo era inadmisible y que los ciudadanos iban a responder con gritos en vez de con silencio, resignación y parálisis. Todos los que participamos de aquello nos sentimos más libres y más a gusto con nosotros mismos.

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Perfil de Miguel Ángel Blanco.
Perfil de Miguel Ángel Blanco.
Henar de Pedro

 

Aquel chaval de Ermua que no quería ser político

"No le van a matar. No serán capaces". Era un pensamiento casi generalizado en aquellos fatales días de julio de 1997, con media España ya de vacaciones, pero todos atentos a radios y televisiones aguantando la respiración. Pero era más un deseo que un convencimiento basado en algún dato que hiciera pensar que los terroristas de ETA no iban a cumplir su amenaza.

La mayoría de españoles no sabían quién era Miguel Ángel Blanco. Muchos tampoco sabían situar Ermua en el mapa. Pero estos dos nombres quedaron grabados en las mentes de todos desde aquel 10 de julio, cuando la banda terrorista informó de que había secuestrado a un concejal del PP en la localidad vizcaína. Horas después, se convertiría en la víctima número 778 de ETA.

No había cumplido los 30 años. Míguel, como le llamaban los más cercanos, acababa de empezar su vida adulta, con su primer trabajo, pero también con ganas de hacer algo por su pueblo a través de la política. En realidad, no quería ser político, como cuentan algunos allegados, pero en un PP vasco traumatizado por el asesinato del concejal de San Sebastián Gregorio Ordóñez dos años antes, Miguel Ángel Blanco formó parte del grupo de aquellos jóvenes que quisieron cambiar las cosas, que se planteaban que la vida en el País Vasco no tenía por qué seguir siendo como en las últimas décadas. 

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Yo pude haber sido Miguel Ángel 

 

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Juan Carlos Abascal, Carlos García, Julio Rivero e Iñaki Oyarzabal, voces de una generación
JORGE PARÍS

 

Llamar a su madre para decirle que estaba bien. Eso fue lo primero que hizo Ramón Gómez cuando el 10 de julio de 1997 se enteró de que ETA había secuestrado a un concejal del PP. Las primeras informaciones hablaban de que se trataba de un edil joven de Eibar y él daba el perfil. Poco después se confirmó que el rapto había sido en la localidad guipuzcoana, pero que el concejal era de Ermua, en Vizcaya. Cuando el comando responsable de ese secuestro y posterior asesinato fue detenido, Ramón supo que había estado muy cerca de ser Miguel Ángel Blanco.

“Ibon Muñoa, que era concejal de HB en Eibar, había pasado a la banda información de Miguel Ángel y de los que en ese momento representábamos al PP en el Ayuntamiento de Eibar: Regina Otaola, Milagros Urizar y yo. Al final fueron a por Miguel Ángel porque mantenía más las rutinas y era el objetivo más fácil”, cuenta este donostiarra que entró en política motivado por la figura de Gregorio Ordóñez.

Amenazas contra Ramón Gómez en la puerta de su casa cuando era concejal del PP en el País Vasco.
Amenazas contra Ramón Gómez en la puerta de su casa cuando era concejal del PP en el País Vasco.
CEDIDA

En 1995, unos meses después de que un terrorista le descerrajase un tiro en la nuca al carismático dirigente popular, Ramón iniciaba su trayectoria como concejal sin haber llegado a cumplir los 20 años. Con el asesinato de Ordóñez, ETA había puesto en marcha su estrategia de “socializar el sufrimiento” y, aunque sin llegar a los niveles de 1997, cosechó las primeras reacciones numerosas de repulsa entre la sociedad vasca.

 

Ramón, que después de Eibar fue concejal en San Sebastián, no se amedrentó y, pese a saberse en la diana directa de la banda y a sufrir atentados y extorsiones, siguió defendiendo sus ideas en un momento en el que significarse a favor de ciertas posturas era muy difícil. No dejó de hacerlo pese a que aquello le supuso vivir 16 años con escolta. No uno, ni dos, sino hasta ocho en algún momento, porque a los suyos se sumaban los de su mujer. En 1999, Vanessa Vélez entró también en la política local a través de las listas del PP. “El pequeño que tiene 13 años no, pero nuestra hija mayor, de 16, sí recuerda ir en el coche con los escoltas, con los amigos de los aitas que decía ella", cuenta Vanessa, que también estuvo en el punto de mira del Comando Donosti.

 

Vanessa: "Mi hija llamaba a los escoltas los amigos de los aitas"

 

“No podíamos dejar que ellos ganaran. En aquellos momentos fue muy importante el apoyo de la familia, que en ningún momento me dijo que lo dejara. Ahora que soy madre pienso que el verdadero coraje lo tuvieron mis padres. No me puedo ni imaginar por lo que pasaron”, relata Vanessa, retirada ya de la política. También Ramón tiene ahora una profesión en la empresa privada. “Nunca hemos visto la política como algo permanente. Siempre hemos tenido claro que teníamos que tener una carrera profesional a la que regresar”, explica.

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El día en que ETA atentó contra sí misma

Los verdugos de Miguel Ángel Blanco le hicieron creer que moría solo frente a ellos, ese fatídico 12 de julio de 1997, pero en realidad una multitud le acompañaba. Txapote, el terrorista que le disparó a sangre fría, pensó que lo último que vio su víctima fueron sus ojos. Pero, más allá de ese bosque, muy cerca, millones de personas estaban en vigilia desde que se supo que ETA había secuestrado a ese joven concejal del PP que tocaba la batería y cogía todos los días el mismo tren para ir a trabajar. En las concentraciones masivas que rompieron años de palabras a media voz, los manifestantes mostraban su foto: era la cara de un inocente en manos de sicarios, inspiraba una ternura infinita, hacía presagiar lo peor.

Esos días, el salvaje ritual se cumplió -el secuestro, la extorsión, el crimen-, pero no del todo. El silencio que estimula al verdugo, nunca al que sufre -como escribió el superviviente de los campos nazis, Elie Wiesel-, se rompió. ETA llevaba años cometiendo aberraciones, pero ese día, sin pretenderlo, colmó el vaso y atentó contra sí misma.

Varias generaciones de españoles sabemos perfectamente qué hacíamos el día que asesinaron a Miguel Ángel Blanco, porque fue una muerte retransmitida en directo, en una angustiosa cámara lenta. Todavía hoy muchos ojos se humedecen al recordar. Los del socialista Carlos Totorika, que era alcalde de Ermua; los del entonces ministro del Interior del Gobierno Aznar, Jaime Mayor Oreja; los de los compañeros de Miguel Ángel, pero también los de gente anónima que salió a las plazas con las manos pintadas de blanco. Pero esa conmoción no fue unánime. Arnaldo Otegi, actual dirigente de Bildu, era diputado por Herri Batasuna, reclutado por esa formación tras su paso por ETA y por eso mismo. De ese 12 de julio recuerda que estaba en la playa. “Como un día normal”, respondió a la pregunta de Évole.

 

El día en que Txapote disparó a Miguel Ángel Blanco a bocajarro también firmó el certificado de defunción de la banda terrorista

Ahí está la clave. Nunca más el día de un asesinato volvió a ser “normal”. Cantidad de barbaridades “normalizadas” empezaron a dejar de serlo. La indiferencia del clero ante el sufrimiento de las víctimas, por ejemplo: era difícil encontrar en las homilías de los funerales palabras de condena. Las víctimas, simplemente, fallecían. El obispo Setién dijo, ante el féretro de un asesinado, que se sentía “desconcertado y frustrado”. Al jesuita Antonio Beristain, que acuñó la doctrina “las víctimas, primero”, este mismo obispo le prohibió predicar en misa. Pero no había vuelta atrás. Había empezado el aislamiento social de ETA y de sus adeptos. El día en que Txapote disparó a Miguel Ángel Blanco a bocajarro también firmó el certificado de defunción de la banda terrorista. El resto lo hicieron la actuación policial, el cambio de actitud del gobierno francés y la Justicia.

Veinticinco años después, después de casi mil vidas segadas, de familias destrozadas, de un lento envenenamiento de la convivencia, los pistoleros han dejado de disparar. Txapote sigue en la cárcel. Arnaldo Otegi, coordinador de EH Bildu, no condena los crímenes de la banda y se ciñe a lamentar “el dolor que esos hechos hayan podido causar”. Según están las cosas y las alianzas, no es imposible que llegue a lendakari. Un tercio de los crímenes de ETA siguen sin resolverse, porque quienes podrían ayudar a esclarecerlos callan. La mitad de los jóvenes de 20 años no saben ya quién fue Miguel Ángel Blanco. No está reglado cómo enseñar en las escuelas qué significó ETA y el horror que causó. Pero la memoria y la necesidad de reparación ocupan un espacio ya irrenunciable.

El espíritu de Ermua consistió en descubrir que las palabras y los gestos no son inútiles, que tienen un enorme poder transformador. Lo mismo pasa con la memoria y el respeto a la dignidad de las víctimas: explicar lo sucedido, sin alambicadas equidistancias y sin adulteraciones, servirá para que las víctimas no mueran dos veces.

 

  

https://www.20minutos.es/noticia/5023253/0/25-anos-del-asesinato-de-miguel-angel-blanco-cronologia-72-horas-de-un-secuestro-que-conmociono-a-espana/
  
  

 

La asignatura pendiente de concienciar contra el terrorismo en las aulas

Las escuelas tratan ahora de mantener viva su memoria y la magnitud del temor que infundió la banda terrorista durante décadas; aunque la percepción de una parte importante de la sociedad es que esa labor está llevándose a cabo todavía de forma muy descafeinada.

En este último curso se han desplegado unidades didácticas sobre terrorismo en todo el país con el objetivo de acercar la historia más reciente, de evitar el olvido en una generación que creció sin ETA. Pero su implantación depende de las comunidades autónomas, que en los últimos años, y más allá del contenido de los currículos educativos, han impulsado escasos programas formativos para que los jóvenes y adolescentes sean plenamente conscientes de lo ocurrido.

 

En 2020, el 60% de los jóvenes españoles desconocía quién fue Miguel Ángel Blanco, según una encuesta de GAD3

 

Una encuesta realizada por GAD3 en 2020 revelaba un dato estremecedor: el 60% de los jóvenes españoles desconocen quién fue Miguel Ángel Blanco. Algo que encaja con otra cifra: el 68% de los menores de 35 años reconoció no haber estudiado en el colegio o la universidad nada de la organización terrorista que dejó más de 800 víctimas mortales en España. En comunidades como Navarra o País Vasco se han ido impulsando programas contra los terrorismos en los colegios y universidades. En 2011, por ejemplo, se puso en marcha el programa vasco Víctimas educadoras (Adi-adian), mediante el cual las víctimas acuden a los centros educativos a dar testimonio de su experiencia. Pero en una evaluación de 2013, el Gobierno vasco reconoció que el mayor obstáculo que se encontraron fue la implantación de esta iniciativa.

fotografo: Jorge Paris Hernandez [[[PREVISIONES 20M]]] tema: Ermua. Miguel Ángel Blanco. Terrorismo. ETA.
Imagen por las calles de Ermua
JORGE PARÍS

"No se está contando en todos los centros"

En la entrevista para 20minutos, Carlos Totorika, alcalde de Ermua en 1997, cuando el concejal fue asesinado, alerta sobre el "riesgo de perder memoria" porque, a su parecer, "no se está contando en todos los centros vascos la verdad histórica". "Encontrar a algún profesor dispuesto a abordar el tema, enfrentándose a sus compañeros de trabajo y a la presión real que le meten, es difícil", asevera. Algo parecido opina el presidente del Partido Popular en la provincia de Álava, Iñaki Oyarzabal, quien denuncia a este diario que la escuela vasca sea "incapaz de construir un relato que trabaje los valores de convivencia y respeto, y de deslegitimar la violencia para conseguir objetivos políticos".

Preguntado al respecto, el Gobierno del País Vasco defiende que en los currículos ya se aborda el tema, en base a la madurez de los alumnos, y recuerda los distintos programas que se han ido impulsando para acercar la realidad de lo ocurrido. Fuentes de la Consejería de Educación niegan que sea insuficiente la formación que se ofrece en la comunidad y aseguran que si en algún lugar se está llevando a cabo, es precisamente en el País Vasco.

Concienciar desde la memoria

Con todo, en 2021, y precisamente con el afán de reducir ese porcentaje de jóvenes que tienen una idea muy vaga de lo vivido con ETA, los ministerios del Interior y de Educación, junto con el Centro para la Memoria de las Víctimas del Terrorismo y la Fundación Víctimas del Terrorismo, elaboraron siete unidades didácticas sobre los terrorismos en España dirigidas a alumnos y docentes de Educación Secundaria Obligatoria y Bachillerato. "Estas unidades didácticas introducen en el aula la crudeza, pero también la honestidad y el compromiso necesarios para distinguir el bien del mal y evitar que haya generaciones que tengan la misma tentación de apoyar la violencia sectaria", afirmó la titular de Educación, Pilar Alegría, durante la presentación.

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Entrevista | Mayor Oreja: "Las cosas bien hechas no desaparecen y el espíritu de Ermua se hizo bien"

 

Nacido en San Sebastián en 1951, comenzó en política en su País Vasco Natal en 1977. Desde entonces, tuvo que enterrar a muchos compañeros, muertos a manos del terrorismo de ETA. Y en 1997, como ministro del Interior, tuvo que enfrentarse con dos noticias que marcarían la historia del país: la liberación de Ortega Lara tras 532 días secuestrados y la brutal reacción de los etarras, que secuestraron a un joven concejal de 29 años de Ermua y lo ejecutaron 48 horas después. Recuerda la dureza del momento, pero también la masiva reacción en contra que suscitó en todo el país. Fue el comienzo del final del terrorismo. Aunque Jaime Mayor Oreja cree que aún quedan rescoldos.

P. 25 años, señor Mayor Oreja. 25 años desde que unos terroristas ponen hora a una sentencia de muerte delante de todo un país.

R. No fue un secuestro; fue un asesinato a cámara lenta. Y la máxima expresión de la crueldad. Había que matar a alguien del PP para vengarse de la política del Gobierno. Y creo que fue una gota que colmó el vaso y que provoco lo que provocó: el espíritu de Ermua y una gran reacción social.

 

P. Hay muchas fechas marcadas a fuego en la vida de los españoles. Todos saben dónde estaban cuando Miguel Ángel Blanco fue secuestrado. ¿Dónde estaba el entonces ministro del Interior?

R. Yo había tenido un almuerzo cerca del Ministerio y posteriormente tenía una reunión con el exministro Juan Alberto Belloch. Allí nos llegaron noticias de que había algo raro respecto a un concejal de Ermua. Luego llegó otra noticia y otra... Se lo dije a Belloch. Y cerramos la reunión.

 

P. Y ¿en ese momento? ¿Cómo se pone uno a dirigir un operativo para intentar encontrar a un compañero secuestrado y condenado a muerte?

R. Había que movilizar todos los efectivos posibles, pero sabía que sería en balde. Cada hora se confirmaba el asesinato a cámara lenta, al igual que el chantaje al Estado por la liberación de Ortega Lara. Y fue un error político y social de ETA. Porque desencadenó otro escenario. Ellos habían usado la movilización social contra España y ahora se movilizaban contra ellos. Y cambió incluso al PNV, al que le entró el pánico y se abrazó a ETA en Estella, cuando escenificó un cierto acuerdo sobre la autodeterminación como elemento fundamental de sus políticas.

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Cristina Cuesta, durante la entrevista.

"Miguel Ángel logró unirnos a todos"

 

No para un segundo quieta. En los días previos al 25 aniversario de la muerte de Miguel Ángel Blanco, la presidenta de su Fundación, Cristina Cuesta, atiende llamadas, responde preguntas y viaja al pasado, hasta aquel fin de semana en Ermua, y aún más lejos, 40 años atrás, allá por 1982, cuando tres pistoleros de los Comandos Autónomos Anticapitalistas, un 23 de octubre, mataron a su padre.

 

P. ¿Cuál es el principal objetivo de la Fundación en este aniversario?

R. La memoria de Miguel Ángel Blanco es un símbolo de las víctimas, y de las acciones que han sido más eficaces en la lucha contra ETA. Muchos analistas dicen que su muerte fue el inicio del fin de ETA, aunque ellos luego mataron mucha más gente y tardaron en desaparecer. Él fue la víctima 778 y se llegó hasta las 853.

 

P. ¿Cambió algo lo que sucedió con él?

R. Sí es verdad que cambió algo la percepción de lo que debería ser la centralidad de las víctimas, la exigencia de la aplicación del Estado de Derecho y la necesidad de la unidad de vida. En eso hemos sido muy valientes, porque la unidad de vida es algo que debemos reivindicar, porque nos parece muy necesario lo que se produjo en Ermua y luego se rompió por diferentes factores a lo largo de los años: Miguel Ángel nos unió a todos, estuvimos juntos, independientemente de nuestras simpatías e ideas. En algo común, la defensa de la vida de un joven inocente y la defensa del Estado de Derecho frente a la barbarie. Ese espíritu de Ermua es lo que queremos recordar, sus consecuencias, cómo se extendió este clamor, esta necesidad de centrarnos en las cosas obvias de sentido común: era una injusticia flagrante lo que estaba sucediendo. Fue una gota de hartazgo. Salimos a las calles para evitar que le mataran, cosa que antes no pasaba porque salíamos a la calle después de los asesinatos. Hubo grandes hitos en la lucha antiterrorista que se inician con Miguel Ángel Blanco.

 

P. ¿Qué recuerda de su infancia?

R. Hasta los 18 años fue una infancia completamente normal, en San Sebastián. Sí recuerdo en la adolescencia el hartazgo de vivir en una sociedad muy convulsionada: no poder entrar en la parte vieja, los follones en las calles, las muertes semanales... hasta que nos tocó de una manera directa en 1980, cuando asesinan al jefe de mi padre y él, de una manera muy valiente, decide quedarse y asumir el cargo. Nos cambiamos de domicilio y nos pusieron protección.

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Aquellos días de julio

Fueron seis jornadas de julio, pero yo las sentí como un único día interminable. No quiero ni pensar cómo serían para ti, Miguel Ángel. Han pasado 25 años y los recuerdos siguen muy vivos. Era un jueves nublado, como siempre en nuestra tierra, y fuiste abordado por tres terroristas en la estación de Éibar. Todos los días, a la misma hora, cogías ese tren desde Ermua para ir a trabajar. Maldita rutina. La policía nos lo había advertido mil veces, pero cómo narices dejas de ir a comer a casa o te mueves por la zona si no tienes coche.

Tres etarras, el 10 de julio te metieron a punta de pistola en un maletero y te encerraron maniatado en un agujero perdido del monte, esos mismos pasajes que tanto nos gusta recorrer a los vascos. El martirio de un chico de 29 años de apellidos Blanco Garrido había comenzado. Su delito, ser concejal del Partido Popular en su pueblo. Su condena firmada por miserables chivatos, quizás una vecina o un tabernero, que le conocían bien e informaron a ETA de sus hábitos. La orden de ejecución dictada desde la comodidad de un jardín en Biarritz. Un poco antes de las 7 de la tarde, España se enteró de que los terroristas habían comunicado que o en 48 horas el Gobierno acercaba a todos los presos etarras a las cárceles del País Vasco o te matarían.

 

Maldita rutina. La policía nos lo había advertido mil veces, pero cómo narices dejas de ir a comer a casa si no tienes coche

 

En la cabeza todos teníamos la imagen, unos pocos días antes, de Ortega Lara saliendo de su cautiverio como un reo de los campos de concentración nazis. Míguel, como te llamaban en casa, también la tenías en tu retina. La noticia de la amenaza terrorista corrió como la pólvora y yo me fui de Vitoria a Bilbao porque las juventudes de todos los partidos políticos pedimos tu inmediata liberación. Todos, menos los de siempre, entonces Herri Batasuna hoy Bildu, en eso no ha cambiado mucho el País Vasco. Llegó la noche y mientras me iba a Ermua, qué pasaría por tu cabeza. Seguro que no sabías lo del plazo de los dos días y la angustia se habría apoderado de tu cuerpo pensando en un cautiverio tan largo como el del funcionario de prisiones.

Nunca había estado en Ermua hasta esa noche de julio. Me impresionó un pueblo construido en una ladera del monte, literal. Casas de obreros con muchos pisos (como la tuya) y un ayuntamiento en un palacio que mira a una Iglesia parroquial. En el salón de plenos, todo de madera, un vigoroso alcalde, Carlos Totorika, nos enseñó tu escaño (y hasta la historia del Palacio de Valdespina), nos dio las llaves del edificio para dormir donde quisiéramos y se despidió. Nos quedamos unos pocos aprendices de políticos pasando la noche en vela, precisamente en el lugar donde tú sí ejerciste como tal y eso te costó la vida.

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...Y el cine alzó las manos blancas

 

Tras la muerte de Miguel Ángel Blanco, nada volvió a ser lo mismo… tampoco para el cine. Siete meses después, José Luis Borau exigía el fin de la violencia en una imagen icónica de nuestra democracia.

 

“Nadie, nunca, jamás, en ninguna circunstancia, bajo ninguna creencia o ideología, puede matar a un hombre”. Es una perogrullada. Pero hay que tener valor para decirlo, alto y claro y ante millones de espectadores durante la XII entrega de los Premios Goya. Es lo que hizo el maestro José Luis Borau un 31 de enero de 1998. Aquella noche, en el programa de mano de la gala, venía impreso un discurso en el que Borau, presidente saliente de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas, se felicitaba por la calidad de las películas y el aumento de espectadores en salas. Nunca lo leyó. Decidió salirse del guion. Apenas 24 horas antes, la banda terrorista ETA había asesinado en Sevilla al concejal Alberto Jiménez Becerril y su esposa, Ascensión García Ortiz. Eran momentos extremadamente dolorosos. Todavía no había cicatrizado la herida de lo ocurrido siete meses antes, aquel 13 de julio en el que la banda terrorista ETA había asesinado a Miguel Ángel Blanco. Ese día, algo había cambiado definitivamente. La sociedad civil no había salido de su estupor por el macabro proceder de la banda terrorista.

24 horas antes, la barbarie había vuelto con el asesinato de Jiménez Becerril y García Ortiz. Dos ejecuciones a sangre fría. Sin remordimientos. Con cobardes disparos en la nuca. Como el gran director que era, Borau era consciente de que, a veces, una imagen es más poderosa que las palabras. Tras su improvisado discurso, alzó sus manos, pintadas de blanco, hacia la platea del Palacio de Congresos madrileño. Un gesto, una imagen, imborrable en la historia de España. No era un acto original. Se había popularizado como repulsa al terrorismo en las manifestaciones por el cobarde asesinato en la Universidad Autonóma de Madrid del profesor Francisco Tomás y Valiente, en 1996. Se repetiría después tras el asesinato de Ernest Lluch. Pero el escenario era radicalmente distinto. No era la calle, ni un foro o un ágora político. Era la gran fiesta del cine español, esa industria a la que tanto se acusa de frivolona y de vivir en una burbuja al margen de la realidad. Y quien la realizaba era un intelectual de una integridad adamantina. Era José Luis Borau, el mismo que se partió la cara contra un franquismo que hizo todo lo posible por impedir el estreno de Furtivos en 1975. Un faro moral intergeneracional. Uno de los padres del cine español democrático. Un futuro académico de la RAE. La platea se puso en pie en una especie de catarsis colectiva, de duelo compartido por el gremio, pero también por la sociedad española. Aquella noche arrasó La buena estrella, del malogrado Ricardo Franco, con siete cabezones, pero los informativos y diarios no abrieron con su éxito, sino con la imagen de Borau. El venerable presidente demostró que la gran fiesta del cine también estaba para reivindicar, exhibiendo unas manos blancas, sin gritos ni alharacas que: “Nadie, nunca, jamás, en ninguna circunstancia, bajo ninguna creencia o ideología, puede matar a un hombre”.

 

| ESPECIAL 20MINUTOS |

TEXTOS: Araceli Guede, Chema Rodríguez Morais, Elena Omedes, Ana Moreno, Chema Lizarralde, Iñaki Ortega, Elena Díaz, Carlos Marañón y Raúl Rodríguez. | MULTIMEDIA: Adrián Cobos (fotogalerías), José González (edición y sonorización), Bieito Álvarez (adaptación de formatos) y Jorge París (vídeos y fotografías). | INFOGRAFÍAS: Henar de Pedro y Carlos G. Kindelán | COORDINACIÓN Y MAQUETACIÓN: Chema Rodríguez y Álex Herrera.