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Yúfera, creador de Seur: cómo convertir la mala suerte en la rueda de la fortuna

Yúfera, creador de Seur: cómo convertir la mala suerte en la rueda de la fortuna
SEUR

Justo Yúfera fue un hombre sin suerte durante la mitad de su vida. Sus padres murcianos eran muy pobres, por lo que se mudaron a Cataluña a principios del siglo veinte en busca de mejor fortuna. Allí nació Justo Yúfera en la localidad barcelonesa de Mocada i Reixac en 1920. Pero su familia no encontró mucha suerte de modo que en 1928, cuando Justo tenía ocho años, se trasladaron a Francia, a Tolouse, donde los padres encontraron trabajo. Al cumplir los 13 años, el joven Justo también se puso a trabajar: fue pastelero y peluquero de señoras. “Estuve hasta los 20 años en Francia”, dijo en una entrevista que le realizó el diario “El Mundo” hace muchos años. “Allí pasamos la Guerra Civil. Por eso no he visto un tiro en mi vida”.

Al regresar a España le tocó hacer el servicio militar con tan mala suerte que le enviaron al territorio más lejano: Guinea Ecuatorial. Allí conoció a un catalán llamado José Fernández Mata, con el que barruntó la idea de crear un servicio de transporte urgente. Era como pensar en conquistar el espacio si haber inventado los cohetes.

Así que al regresar, en los años cuarenta, en la España de la posguerra, Justo Yúfera y Fernández Mata sacaron la patente de recaderos para llevar paquetes entre Madrid y Barcelona a través de expreso nocturno. Su empresa se llamaba Servicio Personal Urgente. Todo estaba racionado en aquella época así que transportaban de una ciudad a otra lo que podían: desde neumáticos a gasolina. Ir en tren era cualquier cosa menos algo cómodo. Un tren correo o de pasajeros tenía duros bancos de madera en los que cabían tres personas y tardaba 14 horas en recorrer los 607 kilómetros desde Atocha (Madrid) y la estación de Francia (Barcelona). Esa distancia hoy la recorre el AVE en unas dos horas y media. El primer viaje lo hizo el propio Yúfera llevando un paquete a Barcelona en el tren nocturno.

Aquello daba lo justo para vivir. Sacaba 30 duros semanales. Si se dividían los ingresos por los dos socios, ganaban lo mismo que un albañil: quince duros a la semana. Al final, Yúfera tuvo que dejarlo y su socio siguió solo con el negocio. Hasta entonces la vida de Yúfera había sido una cadena de empeños sin final feliz. Y siguió siéndolo durante muchos años porque siempre estaba en el lugar incorrecto en el peor momento.

Por ejemplo: en 1950 cogió a su familia (mujer y dos hijos) y se los llevó a Guinea Ecuatorial pensando que allí podría hacer fortuna. Puso un bar, una factoría de compra de cacao y café, y al final una tienda de venta de toda clase de cosas. Fracasó. De modo que tras estar ausente 10 años, volvió a España. “Volví en los 60 porque a mi esposa no le iba bien el clima o porque no debí de poner el empeño suficiente en mis negocios. No lo sé”, dijo en la entrevista al periódico.

Para el resto de los españoles, los años sesenta fueron los años del milagro económico, del crecimiento y de la prosperidad. En Barcelona en los años sesenta, la vida fue un tropiezo continuo para Justo Yúfera: tuvo una granja avícola, un taller de bicicletas llamado Ciclos Barcelona (de joven fue corredor ciclista, y tenía una licencia internacional), trabajó como agente de compraventa de fincas en Barcelona... Pero se encontró con que, con más de acercándose a los 50 años, estaba casado, con dos hijos, y no tenía un duro. “Llegué a tener la convicción de que no servía para nada. Todo lo que tocaba, fracasaba”.

En aquellos años se reencontró con su viejo socio de recados: estaba en el mismo sitio enviando sacos de paquetes por Renfe Equipajes. Yúfera se instaló en Madrid y le propuso volver al negocio de “los recados”. Lo llamó Seur. Y se dijo: “Ahora no puedo fracasar”.

El principio de Seur fue muy duro. No ganaba lo suficiente. “En España nadie tenía prisa para nada. Si una carta tardaba tres o cuatro días, nadie se molestaba. Y lo patético era que si le decías a un comerciante que le traías su paquete de Barcelona al día siguiente, respondía: ‘¿Para qué? No tengo prisa’. Yo tenía que convencerle con los siguientes argumentos: ‘Si usted recibe mañana de Tarrasa una docena de camisas tiene tiempo de venderlas antes de que llegue otra docena’. Pero, claro, para ganar algo les cobrábamos más que la Renfe, y entonces no querían”.

Yúfera tiraba del negocio como podía. Se estaba encaminando a su medio siglo de vida y seguía atascado en el mundo de los negocios. Pero cuando llegaron los años setenta, algo empezó a cambiar poco a poco en la mente de las empresas españolas porque comenzaron a tener algo más de prisa. El negocio “de recados” de Yúfera empezó a moverse comn lentitud pero con solidez. Abrieron sedes en Bilbao y en otros sitios de España. “Mi gran suerte fue acertar en el momento oportuno”, dijo en la entrevista, como si esperar varias décadas a que un negocio fructifique era tener suerte.

En los años ochenta, se consolidó la idea del transporte urgente en España, algo insólito décadas antes. España entró en el Mercado Común, las empresas del resto de Europa hacían más negocios en España, y las empresas españolas en el resto de Europa. Fue cuando realmente había prisa. “La necesidad de urgencia la creé yo en España. Entonces, sólo estábamos Cualladó y yo”, afirmaba en aquella entrevista. Por primera vez, (y única) tuvo éxito en su vida. Años después, cuando le comentaban la suerte que había tenido por habérsele ocurrido la idea del transporte de paquetería urgente, Yúfera se reía con sorna. “¿Suerte? ¡Qué casualidad! Cuanto más trabajo más suerte tengo!”.

Pero la suerte tenía sus riesgos. En los años 90 la multinacional estadounidense UPS intentó quedarse con todo el pastel del transporte en España. “Ellos quisieron hacerse con todo el mercado rebajando los precios. Pero nunca nos van a quitar el mercado nacional porque los nacionales somos nosotros… Ellos no van a Bollullo del Condado ni a Colmenar de la Oreja, sino a ciudades importantes. Con nuestra estructura, Seur llega al último caserío de Galicia en 24 horas”. Hoy la mitad del mercado del transporte urgente en España se lo reparten Correos, MRW y Seur.

Uno de sus caballos de batalla con los empleados es decirles que no engañaran al cliente. “Cuando pide una cosa imposible, hay que decirle no. Si un paquete no puede estar a las siete en Huelva se le dice que no. Lo habitual es decir que sí, cobrar y luego no cumplir”.

En 1998, el entonces ministro de Trabajo, Javier Arenas, entregó a Justo Yúfera la medalla de oro al Mérito en el Trabajo. Yúfera tenía 78 años. Afirmó que había mucha gente que merecía esta medalla en España, pero reconoció lleno de satisfacción que para él era la guinda final a una vida que le había dado “todo”.

En el año 2004, una filial de la empresa de correos estatal de Francia, Geopost (hoy DPDgroup), entró en el capital de Seur e hizo millonario a Yúfera. Poco a poco se fue retirando de la gestión de la empresa, pero seguía yendo todos los días a su despacho. Sus pasiones eran leer, pasear… y las mujeres. Cuando cumplió 95 años sorprendió al país con una demostración de coquetería y erotismo. Puso un anuncio en la prensa que decía así: "Empresario jubilado de alto nivel quiere encontrar mujer con buena presencia y sin cargas familiares, para disfrutar de la vida, dispuesta a viajar, conocer sitios, salir a cenar, al teatro, etc. Ofrezco ayuda económica...".

Se había separado de su mujer en 1985, y ella había fallecido pocos años después. La atracción de Yúfera por las mujeres seguía intacta. Una periodista de LOC, el suplemento de “El Mundo”, le entrevistó y le preguntó qué tal le había ido con el anuncio. “Fatal”, respondió Yúfera. “No sé por qué razón, pero todas las que me han llamado eran unas viejas. Algunas verdaderas viejas. Vamos, de 66 o 68 años. Ya me contarás… Al menos me podría haber llamado alguien de 50 años, es lo único que pido: 50 años. ¡Un límite razonable!” 

Yúfera contó que una mujer de Barcelona fue a Madrid en un Mercedes último modelo para conocerle. “Era una chica preciosa, de 37 años, pero estaba casada. Me dijo que a ella no le importaba, pero a mí sí. No es que sea muy estricto en la cosa moral, me he acostado con muchas mujeres, pero la verdad es que no me apetece nada compartir". 

En marzo de 2020, cuando estalló la pandemia en España, Yúfera cumplió 100 años. Meses después, en noviembre, falleció. “Me gustaría mandar un mensaje a la juventud en estos tiempos de desasosiego”, dijo en aquella entrevista a El Mundo: “Yo fundé Seur con 40 años, después de pasarlo mal y trabajar mucho, después de emigrar y sufrir. Se puede salir, se puede lograr. Los jóvenes no deben desfallecer, tienen que luchar por sus sueños, porque al final, todo se puede conseguir”.

En 2020, las ventas de Seur fueron de 833 millones de euros. Si Yúfera hubiera vivido hasta el final de año habría visto una facturación récord: un 19% más que el año anterior. Las causas fueron la pandemia, el comercio electrónico y las ventas internacionales de Seur.

Solo el comercio electrónico (transportar paquetes comprados a través de portales) han supuesto unos ingresos 376 millones de euros: esa cifra es un 50% más alta que 2019. Supone casi la mitad de las ventas, algo que jamás habría imaginado Yúfera cuando allá por los sesenta, nadie quería enviar paquetes de forma urgente porque no hacía falta. Hoy su mayor y mejor cliente es Amazon, el gigante mundial de las ventas por internet.

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