Hambre emocional: ¿por qué nos da por comer chocolate y no tomatitos 'cherry'?
"Anoche tenía tanta ansiedad que me comí una tableta de chocolate" (donde pone chocolate se puede colocar cualquier alimento rico en azúcar y/o grasas saturadas). El conocido como hambre emocional nos juega malas pasadas y es algo que no siempre se puede controlar. Pero ¿qué es exactamente? Hablamos con Cristina Barroso técnico en nutrición y coach nutricional para salir de dudas.
"El hambre emocional es todo aquel que atiende a una necesidad no fisiológica. O sea, no hay una necesidad de requerimiento nutricional como tal, no hay un estómago vacío, sino una necesidad emocional".
Normalmente relacionamos estos ‘impulsos’ a emociones malas o negativas pero no siempre es así: "Se relaciona con emociones no gestionadas o que nos está costando asimilar. Para eso es fundamental entender que la nutrición emocional es algo "natural" y que forma parte de nuestra fisiología, pero que el problema surge cuando la comida es la única herramienta con la que gestionamos nuestras emociones. Podemos utilizar la comida para gestionar emociones desagradables como la ira o el miedo pero también para transitar una sorpresa o una alegría extrema y en este caso no son emociones negativas".
¿Se puede controlar?
La pregunta del millón es qué hacemos para controlarla, ¿tal vez si soy consciente de que es un impulso y no ‘apetito real’ la podré controlar? La respuesta es algo frustante:
"No, identificar que lo que practico es una alimentación emocional no implica que no la practiquemos. Lo que ayuda a reducir su práctica es identificar qué emoción nos está costando transitar o gestionar y gestionarla (o sea, no solo identificarla). Identificar este hambre emocional quizás me ayude a poner soluciones menos viscerales, a cambiar reacciones automáticas por respuestas elegidas", explica Cristina.
Otra de las dudas que trasladamos a la experta es por qué nos da por comes alimentos ‘insanos’ y no tomatitos Cherry, por ejemplo. "Por el estrés (¡sorpresa!). Una emoción no gestionada, una preocupación, un estrés prolongado en el tiempo... produce una activación del sistema nervioso simpático, y eso implica que el organismo entienda que hay un riesgo de supervivencia. Por eso, nuestro cuerpo va a pedir sustratos que le ayuden a sobrevivir, a correr más rápido, a huir con más agilidad, a concentrarme más... o sea: azúcar y grasa".
"Si tomásemos dátiles o aguacate-continúa la experta- seguramente el problema no sea tan grande. Pero claro, tenemos a nuestro alcance azúcares y grasas muy nocivos para el organismo y que activan el sistema de recompensa: un sistema interno que cuando comemos alimentos muy ricos en glucosa o en grasas produce dopamina (la hormona de las adicciones) y esto no nos va a permitir parar (o lo va a dificultar mucho): el clásico "me iba a comer una galleta" y "me acabé comiendo todo el paquete".
El hambre emocional es libre y si ocurre no hay que fustigarse, lo importante es intentar poner remedio y tener en casa reservas de grasa y azúcar saludable."Ahora bien, si después de practicar esta alimentación emocional encima siento culpa, esta culpa va a generar más estrés todavía. Y entonces sí, soy víctima del sistema de recompensa, del cortisol y de la dopamina", concluye Cristina.