Más mujer

Si hubiese más mujeres gobernando habría menos guerras

Kamala Harrys, Carme Chacón y Hillary Clinton
GTRES

En la actualidad, según fuentes de Naciones Unidas, tan solo 23 mujeres lideran como jefas de Estado o presidentas. Barack Obama aseguró en 2014 que "si hubiera más mujeres al mando, habría menos guerras", una afirmación que coincide con el parecer de Linda Scott, autora de La economía doble X (Temas de Hoy). “Sabemos que una mayor participación de las mujeres es clave para mejorar la prosperidad económica, pero también para luchar contra la pobreza y la guerra”, asegura la economista. 

Tras comprobar que diversas investigaciones señalan que las mujeres implementan más políticas para la paz que los hombres en sus mandatos, y para saber más sobre el nuevo liderazgo femenino, hablamos con la periodista Patrycia Centeno, que en Poderío (Destino), explica por qué vivir y reivindicar lo femenino es tan imprescindible como impostergable.

Patrycia Centeno
Cortesía
"Si hubiera más mujeres al mando, habría menos guerras"

Antes de responder a la pregunta de si cree que si hubiera más mujeres al mando, habría menos guerras, explica cómo ya desde tiempos primitivos hombres y mujeres, al enfrentarse a un peligro o amenaza, no siempre han reaccionado igual. El hombre, al ir a cazar y dar con una bestia con la que combatir, luchaba, huía o se escondía. Al tener la mayoría de mujeres menor fuerza física y ser menos veloces que ellos, ni luchaban ni huían, emergiendo entonces una tercera opción: pasar desapercibidas

Esta es la fórmula que tanto se ha puesto en práctica durante el curso de la historia, pero a lo largo de los siglos, se ha ido desarrollando una cuarta opción muy relacionada con la inteligencia emocional. “Tanto mujeres y hombres la hemos desarrollado, y nos hemos dado cuenta del poder de la diplomacia y de la negociación. Incluso hemos creado nuevas estrategias para combatir una amenaza, y es ahí donde se pone en marcha la creatividad y la originalidad. Hartas de la invisibilización, echamos mano de la cuarta opción, porque la hemos ido desarrollando al no tener otras herramientas. También porque traemos vida al mundo, y por ello nuestra prioridad es la vida. En el liderazgo heteropatriarcal, se ha priorizado la muerte por encima de la vida y la guerra sobre la paz, y eso es algo que en general las mujeres no entendemos ni consideramos”, explica Patrycia Centeno.

¿Y si hubiera más mujeres en las mesas de negociaciones?

Por más que hayan existido mujeres, como Thatcher, que no han actuado así, la periodista experta en comunicación política y corporativa no verbal tiene clara la razón de que se hayan comportado de esa manera: sus referentes de poder y liderazgo habían sido de masculinidad tóxica y modelos heteropatriarcales. “Ahora, ha llegado el momento de que las cosas se puedan hacer de otra manera. Si hubiera más mujeres en el poder, incluso en la mesa de negociación entre Ucrania y Rusia, cambiarían las cosas, porque tenemos otra postura que nace de la vida: tenemos ese instinto de protegerla. Pero es difícil cambiar las cosas, porque el mundo que conocemos está creado por y para los hombres. Las formas están creadas para que veamos que la masculinidad, aunque nos lleva a la autodestrucción, sea la forma que nos resulta práctica, y por ello tendemos a adoptar la misma postura”, asegura.

La ex primera ministra de Reino Unido, Margaret Thatcher, en una imagen de archivo.
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"El mundo que conocemos está creado por y para los hombres. Las formas están creadas para que veamos que la masculinidad resulta práctica"

Armario y lágrimas

Resulta curiosa la forma en la que esta fórmula se cuela también en el universo de la moda, en el que se nos vende la idea de que los trajes y los pantalones son los más cómodos del espectro. Es aquí cuando hablamos de Kamala Harris, cuyo armario se caracteriza por una fuerte masculinización que antes no definía su estilo. Al llegar al poder, fue restringiendo su vestuario para alcanzar mayor credibilidad. “Durante la campaña optó por una indumentaria más femenina y relajada, con más colores y accesorios. En los momentos importantes, cuando se supo que Biden había ganado o en el acto de investidura, optó por el color para mandar mensajes, pero ahora no la sacamos del negro y del marrón. 

Kamala Harris
Europa Press

Nos han hecho pensar que al ponernos pantalones, o actuando como ellos, logramos sus derechos. Pero nos damos cuenta de que no los conseguimos, porque son derechos exclusivos de ellos. Claramente, hay un opresor y un oprimido. La gran revolución no está en que adoptemos los ropajes, la gestualidad y el comportamiento masculinos, sino en que ellos adopten nuestra estética, más rica y plural, nuestras formas y nuestra gesticulación. Hemos de reconciliarnos con nuestra feminidad y ellos han de trabajar la suya”, sentencia.

“Hemos de reconciliarnos con nuestra feminidad y ellos han de trabajar la suya”

Esta situación, por supuesto, es aún más llamativa cuando sale de la moda y se inserta en lugares de diálogo. Patrycia comenta que tras impartir una charla del liderazgo femenino en una gran empresa, un grupo de trabajadoras le explicó que a veces en sus reuniones, en las que son todas mujeres, lloran como forma de desahogarse. Cuando entraron dos hombres, antes de la primera reunión de la que formaron parte, ellas les pidieron que no se lo tomaran como algo personal. Asegura que ambos alucinaron. “Le respondí que a nosotras, cuando hemos ido a reuniones y nos han levantado la voz, han pegado un puñetazo sobre la mesa para marcar autoridad, se han abierto de piernas para ocupar espacio o nos han interrumpido, ellos no se han disculpado por hacerlo, porque es algo normalizado. ¿Qué es más dañino, que alguien al agobiarse llore o que chille? Una es desahogo y la otra, maltrato. Pero lo hemos normalizado y tenemos que reflexionar, porque hay muchas cosas que hacemos sin pensar porque nos las han impuesto. Para que el feminismo avance, tenemos que darnos cuenta de cuántas cosas nos han impuesto, y por ello perpetuamos un mismo modelo”, dice Centeno.

Debilidad vs vulnerabilidad

Llegados a este punto, recordamos las palabras de Joana Bonet sobre Carme Chacón en su libro ‘La mujer que pudo gobernar’, donde escribe que los compañeros de la política, al ver cómo expresaba sus emociones de forma desinhibida, “se sonrojaban y en privado se lamentaban de no poder ser tan directos ni utilizar el lenguaje de los sentimientos del modo en que lo hacía Carme”. 

¿Por qué siguen los políticos invisibilizando las emociones? ¿Cambiaría la forma de hacer política si dejaran de hacerlo? “El problema es que a los hombres y a las mujeres se nos controla mediante dos vergüenzas. En la mujer, se ataca sobre todo el aspecto físico. Para ellos, lo vergonzoso es parecer débiles. Por ello, cuando las mujeres nos incorporamos a trabajos en ámbitos exclusivamente masculinos sin haber vencido aún nuestro complejo físico, lo hacemos incorporado también la vergüenza de parecer débiles. Esto genera el síndrome de la impostora, y hemos de batallar con el complejo físico y el de parecer débiles”, asegura Patrycia.

Nos hemos ido dando cuenta de que no somos el sexo débil, sino el vulnerable. Ser vulnerable es reconocer que eres un ser sintiente que puede gestionar cuando te hieran. Ser débil es cuando no reconoces esa debilidad o no tienes herramientas, porque no has sido preparado para combatir cuando te hacen daño. Las mujeres tenemos dos códigos para competir. Ellos, de momento, no tienen el femenino, porque se les obliga a renunciar a esa parte, sobre todo la emocional. 

"Hay muchos discapacitados emocionales gobernando el mundo"

Un ser sin inteligencia emocional es un monstruo. ¿Debería un líder abandonar las emociones, porque se asegura que un líder emocional es un populista? ¡Eso es falso! Cuando hablamos de alguien sin emociones o empatía, hablamos de un discapacitado emocional, que es la única incapacidad que te impide ser un líder. Sin embargo, hay muchos discapacitados emocionales gobernando el mundo. Si esos hombres hubieran tenido ayuda psicológica, puede que los grandes errores y horrores de la humanidad nos los habríamos ahorrado. La salud emocional y mental hay que ponerlas como prioridad y no ridiculizar al líder por sus emociones”, explica Patrycia Centeno.

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