Cultura

Ferry Clot, el verdadero Gaudí de las Harley Davidson

Ferry Clot posa con su moto Panafina.
HOT DREAMS

Por esta "hembra" (imagen) le apodaron el anticristo. Y es culona como doña mulata perdida en un candomblé de asfalto. Repleta de piercings. Lleva tatuado un lema proscrito, no por taleguero sino por la incorrección política que marca el tiempo censor: "Todas putas menos la madre".

Es como una avispa que espera ser montada a horcajadas tras saltar sobre su grupa neumática (una elefantina rueda Vee Rubber 360 que tuvo que ser enllantada en un taller de autobuses): el titánico culo de mamá negra, y vibra. Exhibe un tambor de balas incrustado en el lomo. Aerografiado, el dibujo de una mujer extrema. Desafiante, como los puños de La noche del cazador impresos en el chapado de su bajo vientre. "Odio" y "Amor" apuntando a los enhiestos senos de cyborg que configuran el motor. Un delirio mecánico.

Su nombre es Ramera. Ferry Clot tardó dos años en terminarla. De ahí se le quedó el nombre. "Porque la muy... nunca llegaba a fin", dice. Una de las motos que lo estacionó en el podio, ganándose el apodo del escultor de las Harley.

Al acariciar la máquina, la erótica del metal domesticado desprende ciertas imágenes en el inconsciente del que sueña con conducirla. Un motero arrodillado frente a esta escultura mecánica; vértigo, como Stendhal ante el síndrome de una obra excelsa. Panafina, Guindilla, Born to run, enumera Clot, más como si se tratara de hijas que de barraganas ciegas por octanajes de adrenalina. Algunas de estas motos las ha creado de la nada: empezando a doblar los primeros tubos para hacer el bastidor y encajarles después el motor en las tripas.

El rugido importa. "El rugido de una Harley está ahora proscrito", se lamenta el artista en alusión a la ley que prohíbe que rujan las Harley como antaño. Las Harley nacen sin apenas voz. Están huecas. Silbido de moto eléctrica. Como una Ángel del Infierno blasfemando con voz de pito. Putas y rugidos. Demasiado para un siglo ladrón.

Si el cliente lo desea, Ferry les devuelve la voz. Hereje posmoderno, es un transformador de lo no transformable. Con Guindilla y Panafina consiguió ser el bicampeón mundial de constructores de motos en el certamen de Sturgis, en Dakota del Sur (EE UU). Y próximamente volverá a presentarse con otra máquina. Tiene el diseño en la cabeza, y está pensando en patrocinadores.

Ha mezclado la paradoja de mecánica y arte. Roto el prejuicio recíproco entre el museo y el motor. Domina una técnica poco extendida en España (por aquello de que perdimos medio siglo en el oscurantismo franquista). Trabaja la customización o construcción personal, que en Estados Unidos forma parte de la ensalada cultural que identifica el sueño americano. Una disciplina muy apreciada en Francia, Alemania, Suecia y el Reino Unido.

Ha construido motos para artistas y príncipes de monarquías europeas. El año pasado sus máquinas fueron expuestas en la feria de Art Madrid. Y han sido presentadas en lugares tan inusuales como las galerías de arte Gómez Turu (Barcelona) y Fernando Latorre (Madrid). Su última creación ha sido una moto inspirada en el arte del recientemente fallecido Antoni Tàpies. Regresa a homenajear a un genio, como ya hizo con Julio Verne.

Ferry esnifa pegamento, pintura y metales pesados. Es un alquimista, pues transforma el hierro en oro. El custom va más allá del tuning, relacionado este último con la cultura juvenil amante de máquinas japonesas, ritmos de electrobachata y materiales impíos como la fibra de vidrio. El custom, en cambio, no trata de mejorar las prestaciones y hacer de la máquina un monstruo deportivo. Ligado a la maquinaria americana y a la música rock, esta especialización genera un Golem mecánico; el alquimista quiere bañarlo con la sílaba cabalista que otorga el espíritu. "Hemos tapizado con piel de serpiente o cocodrilo; incrustado fichas de casino; hemos grabado motores a corte diamante, hemos chapado de oro llantas, manillares, filtros de aire; hemos hecho auténticas locuras", dice Clot.

Para los fabricantes de Harley Davidson Ferry es un temerario que opera sin permiso bajo las faldas metálicas de sus niñas. Y ellas, claro está, lubrican. "Me han llamado el anticristo. A la gente de Harley no les gusta mucho que coja sus motos, las corte por la mitad y empiece a cambiarles las piezas", añade.

Las Harley como cualquier otra moto están pensadas para satisfacer a todos. Es un vehículo creado y generado para las masas. Sin embargo, cuando una de estas motos pasa por sus manos, la máquina ya no será comparable a otra. En cualquier concentración de moteros su pieza dejará de ser absorbida por la maraña de marca. Cantará como doña mulata en un colegio de niñas uniformadas.

Arrancó con una marca española

Empezó con una moto patria: la Montesa. Y acabó esculpiendo Harley porque el 80% de sus clientes tienen esa máquina. Le gusta de esta marca sus motores en uve. El que todos los elementos estén sobredimensionados, en comparación con las motos europeas o japonesas (una manillar japonés, por ejemplo, tiene una media de 20 milímetros de diámetro frente a los 25 de una Harley). "Ello da facilidad a la hora de jugar con ellas", dice Ferry. Sin embargo, este catalán nacido en Barcelona en 1970 no hace diferencias entre sus hijas. "Si tiene dos ruedas es una moto. Y me encantará modificarla", asegura un fanático de la marca Triumph.

El espacio de su empresa Hot Dreams, situada en un garaje-vivienda del barrio barcelonés de Poble Nou, no dista mucho de un taller mecánico. Encuentras los elementos maestros. Materiales para soldar. Herramientas y motos desnudas, abiertas a corte de radial. En el piso de arriba vive Ferry. "Las ideas menos pensadas te llegan a las cuatro o las cinco de la mañana", asegura. Cerró el año pasado sus dos talleres situados en Marbella y Miami.

"Me di cuenta de que al expandir la empresa en distintos locales perdía la atención personalizada", dice.En la sala principal tiene el centro de exposición, combinado con un rock lounge en el que atender a clientes. Allí dormitan Panafina, Ramera y Born to Run, entre otras. Esta última está inspirada en el tema musical de Bruce Springsteen. Tramps like us, se lee grabado en el depósito. Gigantescas horquillas que terminan en unas llantas que replican guitarras Fender. Una armónica incrustada en el centro de la uve del motor. Un vinilo que rueda con la correa primaria... "Estoy detrás del Boss para ver si consigo que me la firme. Sabe que existe. Y parece ser que le gusta", asegura Clot.

Ferry proviene del cómic, la pintura, y de sus ídolos montados en chopper. Su hermano, al que describe como un yonki de la gasolina, le inoculó la pasión que hoy gobierna sus músculos. De modificar bicis con las que competía ha llegado hasta aquí, tras 25 años de encantamiento de los metales, ejerciendo un oficio extraño, saltándose la línea continua que separa al artesano del hierro y el sastre. "Tomo medidas de los clientes, y adapto la moto a su forma: la altura del manillar, la posición del asiento, todo personalizado", explica.

Campeón del mundo

Fue en 2007 cuando decidió llevar a una de sus niñas, Guindilla, a Estados Unidos para "ver qué pasaba". Contra todo pronóstico Ferry ganó el Campeonato Mundial de Sturgis en la especialización de Harley Davidson. Cuando este hombre delgado y de sonrisa pícara subió al escenario para recoger el premio nadie aplaudió. Un rumor recorría la sala bajo la duda identitaria de quién era aquel extraño salido de un país en donde el sueño libertario consistía en la compra de un utilitario y en inflar la gran burbuja.

¿Quién diablos es Ferry Clot? ¿Y desde cuándo los españoles customizan? "Fue algo muy fuerte. Yo iba a aprender y triunfé", explica. Para demostrarse a sí mismo que era un triunfo merecido (el síndrome del español errante) volvió a presentarse en 2009 con Panafina. Alzó de nuevo el trofeo de este campeonato que no solo juzga la estética sino la innovación tecnológica. Y esta vez los aplausos marcaron un espasmo eléctrico. "Ya me conocían. Había salido en revistas", concluye.

Las motos de Ferry ruedan y se exponen. Desde el millonario que la muestra al lado de su gran piscina o en el salón, al currante que ha ahorrado para tener un pieza única y rodar por la carretera. "Quizás es el que tenga más valor de mis clientes. Para ellos no es capricho o moda. Está por encima de la crisis, para estas personas es respirar", dice. Una moto que cede el paso a valores culturales como la libertad, pero que para Ferry no es más que un único valor: poder viajar cara a cara contra la fuerza de los elementos.

El poder realizar viaje y carretera. La simbiosis entre hombre y máquina. Potencia y cartílagos inclinándose para tomar la curva como en un coito de magnesio. "Me gusta hacer las motos y rodar en soledad", afirma Clot. No encuentra mayor libertad en ningún sitio. ¿Las motos tienen alma? "No. Es todo más sencillo. Solo soy un artesano. Y esta es mi vida. No lo sé ver de otro modo", sentencia.

Dos genios y una sola máquina

Ha construido motos para estrellas del rock, como los miembros de Bunbury, Loquillo o Johnny Hallyday. Incluso ha colaborado con el diseñador de moda Custo Dalmau (a la dcha. en la foto;_en el centro, Clot; y a la izda., el director de Harley Davidson en España, Josep Grañó) creando la primera Harley Custo que ha recorrido museos y galerías de arte.

La modificada Harley Davidson Nigth Rod Especial nació como un proyecto solidario para ayudar al Hospital San Juan de Dios en Sierra Leona. Fue vendida en una subasta por 29.000 euros al concesionario oficial de Madrid Makinostra.

El diseñador Custo Dalmau quiso darle un toque muy mediterráneo, fresco y colorista a la moto, inspirada en las máquinas dragster. La moto acompañó a Custo en algunas citas internacionales y fue expuesta en distintas tiendas de ropa.

Motos sinuosas y muy extremas

Una moto de Ferry puede partir de los 3.000 euros hasta los 100.000 para arriba, dependiendo las aspiraciones del cliente. El tope económico no existe. Y cualquier cosa es posible.

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