Rumanía empieza en los Pirineos
Por la autopista entran en territorio español, en imperturbable caravana, varios autobuses de línea regular que hacen el trayecto de 3.000 kilómetros –dos días y medio de carretera– entre la capital rumana, Bucarest, y Madrid (130 € el billete). Siete compañías de capital mixto hispano-rumano están metidas en el negocio, con servicios de lunes a domingo.
También cruzan la frontera, a velocidad temeraria, un par de furgonetas dedicadas al tráfico de personas. Es fácil reconocerlas: vidrios tintados o cortinas en las ventanillas, color blanco, chapa fatigada y conductores ojerosos. Cobran menos, unos 90 € por pasajero, y aseguran que los aduaneros recelosos serán obsequiados con una mordida suficiente para que hagan la vista gorda.
Puesto fronterizo de Arad, entre Rumanía y Hungría. Primer encuentro de la emigración rumana con el espacio Schengen de libre circulación que elimina las fronteras interiores. La puerta de la Europa próspera, tan notable desde la Rumanía famélica: 30% de los 22 millones de habitantes, bajo el umbral de la pobreza; salario medio de un profesor de secundaria: 150 € al mes.
Un kilómetro antes del puesto de control, en una zona oscura del territorio rumano, los viajeros de una furgoneta pirata (cuatro chicos jóvenes con zapatos de largas punteras, una mujer de piel ruda y un niño que la llama abuela) caminan hacia la nada cargados con bolsones de plástico. Traspasarán la frontera a pie por caminos, callejones y descampados y serán recogidos, ya dentro del paraíso Schengen, por el vehículo que les lleva a España.
«Passports control» («control de pasaportes»), dice en inglés de curso por correspondencia el policía húngaro. Ha detenido el coche del periodista –matrícula comunitaria– cinco minutos después de su entrada en Hungría. Rutina absurda: el haz de una linterna, dos ojeadas, «siga usted». Es una cortina de humo: al lado, exhalante, pasa la furgoneta de la abuela y el nieto. El control policial no la detiene. Alguien ha pagado, alguien ha mordido.
Hasta Barcelona, Zaragoza, Alicante o Madrid no hay un solo obstáculo para los falsos turistas rumanos (no necesitan visa para entrar en la UE, sólo un billete de vuelta, un seguro de viaje y una cierta cantidad de dinero en efectivo). La Administración los considera visitantes temporales, pero son inmigrantes económicos y vienen para quedarse.
En la improbable tesitura de que los viajeros rumanos se topen con los dos agentes de Policía que, al parecer, trabajan en La Jonquera, la solución es simple: los 712 kilómetros de la frontera de España con Francia tienen 29 pasos más. Sólo en la provincia de Girona hay ocho, la mitad sin vigilancia. Wellcome to Spain.
Quinientos inmigrantes al día
La frontera de La Jonquera, en Girona, es la «más vulnerable» e «incontrolable» entrada de inmigrantes ilegales en España, según la Confederación Española de Policía, uno de los sindicatos minoritarios del cuerpo. El cálculo exacto de los falsos turistas que la utilizan es casi imposible, pero estimaciones conservadoras hablan de unos 500, mayoritariamente rumanos. Es decir, en 2005 entraron más de 150.000 personas. Durante la crisis de los cayucos de este año han llegado a Canarias cerca de 19.000 inmigrantes ilegales.
Cada vez más
En España viven 420.000 rumanos, según el censo de enero de este año. Son casi el 1% de la población que reside en España. En el año 2000 eran apenas 6.000.
Terceros
Son el tercer colectivo de extranjeros, sólo por detrás de marroquíes y ecuatorianos. Nunca una comunidad inmigrante había crecido tanto y tan rápido en España.
Comunitarios
Desde 2007. Todo parece indicar que Rumanía entrará en la Unión Europea el año que viene.
Podrán votar
Derecho a voto. Una vez consumada la adhesión a la UE, los rumanos podrán votar en las elecciones locales y autonómicas. Algunos líderes del PP, como la presidenta de Madrid, Esperanza Aguirre, quieren incluir rumanos en sus listas electorales.
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