Barcelona

Pensiones sobreocupadas para los subsaharianos desalojados de las naves del Poblenou

Algunas de las personas desalojadas del asentamiento de la calle Puigcerdà, en el Poblenou de Barcelona.
Aina Fandos/ACN

Son jóvenes, muchos de ellos con estudios, pero la mayoría sin papeles. Proceden del África subsahariana y malviven recolectando chatarra de sol a sol. Hasta hace un par de meses vivían en naves industriales ocupadas en el barrio del Poblenou, en Barcelona. Después los realojaron en pisos de emergencia y pensiones. Pero muchos de ellos han optado por volver a las naves: algunas de las pensiones están sucias y sobreocupadas.

Así lo confirman desde servicios sociales y los propios afectados, que agradecen el apoyo recibido pero lo acaban rechazando porque «no es posible descansar en una habitación doble para cinco o seis personas». Lo explica Abdou, uno de los inmigrantes que ha optado por dormir en una nave del Besòs antes que aprovechar la litera pagada en la pensión del Eixample que le han asignado.

Por la mañana asiste a un curso, después, Abdou come en el comedor social y pasa el resto del día haciendo de chatarrero, con un carrito de la compra a cuestas. Por la noche, se reúne con otros compañeros en una fábrica abandonada. Allí desmenuzan la chatarra y comparten algo más que vivienda. Explican que han creado una comunidad, que se reparten las tareas y viven mejor juntos que separados.

Pero, según constatan fuentes de servicios sociales, el Ayuntamiento de Barcelona está pagando 40 euros por persona y noche para poder proporcionar un techo a las personas que se quedaron en la calle después de los desalojos del Poblenou. La juez así lo solicitó, pronosticando «una tragedia humanitaria» cuando se hiciera efectivo el desalojo, que finalmente fue en julio.

A la Asamblea Solidaria Contra los Desalojos, una entidad vecinal que trabaja con este colectivo, les han llegado quejas en este sentido pero argumentan que «ha sido una maratón colocar tantas personas a última hora», y más, en pleno mes de agosto. Los inmigrantes lamentaban que, sin un almacén, no pueden continuar con la única actividad con la cual se ganan la vida.

Algunos de ellos han renunciado también al comedor social porque les quedaba lejos de donde están alojados o bien de donde patrullan para conseguir la chatarra.

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