Cultura

Arte chino: estrategia y poder

"Utilizo la risa como una intermediaria para no expresar la tragedia y el dolor directamente", afirma el artista Yue Minjun.
Fundación Cartier

El hombre que ven reír en la imagen superior es un tipo "raro". Es él quien se define de esa manera. "Lleno de contradicciones", matiza. Yue Minjun es uno de los máximos representantes de la pintura china contemporánea y uno de los artistas vivos mejor cotizados del mundo, desde que en 2008 vendió la pintura Gweong-gweong por más de seis millones de dólares (una pintura luminosa, en la que unos aviones de guerra descargan misiles sobre la plaza pekinesa de Tian’anmen, solo que los misiles no son tales, sino un personaje de sonrisa perturbadora). Era una época de bonanza para el mercado de arte chino que ha estado en la cima del arte mundial entre 2009 y 2012. La carcajada es la inconfundible seña de identidad de las obras de Minjun que, no obstante, él califica como "trágicas y dolorosas". Esta es la punta del iceberg de una cadena de paradojas que conforman su vida y obra y, por extensión,  la historia del arte chino contemporáneo.

Nacido en 1962, durante la Revolución Cultural de Mao, la evocación de su infancia despierta en Minjun sentimientos contradictorios: "Creíamos encontrarnos ante cosas buenas, pero que provocaban heridas". Para Mao, el arte era un arma y se refería a artistas e intelectuales como el ejército de la pluma. En las artes plásticas, esto se tradujo en una pintura realista cuyo principal objeto eran escenas de vida campesina y retratos del líder del partido. Esta estética de la propaganda es la influencia más clara en el estilo de muchos artistas de esa generación.

La muerte de Mao, en 1976, trajo consigo una  nueva situación. Zhang Xiaogang, otro de los artistas superventas, relata así su experiencia universitaria: "La enseñanza era un desorden. Los profesores no sabían qué hacer y los estudiantes empezaron a aprender directamente de los libros". Los ochenta fueron años de apertura en China, lo que propició el acontecimiento que suele señalarse como punto de partida del arte contemporáneo de este país: la exposición China/Avant-garde, en 1989. Precedida por una gran expectación, nunca llegó a celebrarse. Durante la inauguración, un disparo (que formaba parte de una performance) provocó su clausura.

Su carácter premonitorio sobre los sucesos que tendrían lugar unos meses después (la violenta represión de manifestaciones, conocida como la masacre de Tian’anmen), explican su trascendencia. Zhang Xiaogang se expresa así sobre su desenlace, en una entrevista para Asia Art Archive: "Sentí que una era estaba acabando y otra estaba por venir. Pero de cómo sería la nueva era, nadie estaba seguro".

Hoy ya lo sabemos: "Las cruzadas idealistas en el campo del arte dieron paso al más absoluto cinismo, a la crítica ávida del sistema y a la autocrítica", escribe Susana Sanz, coautora del libro Arte chino contemporáneo (Editorial Nerea). Y el movimiento artístico que mejor simboliza esta confrontación entre el espejismo capitalista y los valores socialistas es el Realismo Cínico, del que forma parte el artista Yue Minjun.

A partir de los sucesos del 4 de junio (como también es conocida la masacre), muchos artistas prefirieron exiliarse. Entre los que se quedaron, algunos empezaron a trabajar de forma clandestina, reuniéndose en comunidades alternativas en distritos de la periferia de Pekín, que aún hoy siguen existiendo, pero cuya función se ha desvirtuado tanto que uno de ellos recibe el apodo de la Disneyland del arte contemporáneo. En su momento, fueron nichos de contracultura, donde artistas jóvenes y polémicos eran perseguidos. Las exposiciones se celebraban en lugares como los sótanos de un edificio de viviendas, un almacén de muebles o un supermercado. Entre estos artistas guerrilleros se encontraba Zang Huan, que ahora es célebre en el mundo y vive en Nueva York.

¿Qué sucedió en el espacio de una década para que un puñado de artistas marginales acabaran convertidos en la propaganda más eficaz de China en el extranjero? ¿Cómo un país sin galerías, sin casas de subastas, sin museos, puede llegar a desbancar a Estados Unidos en el mercado de arte internacional?

Líder del mercado del arte

La escalada de China en el mercado de arte fue vertiginosa: la casa de subastas más importante del país, Poly International Auction, comenzó a funcionar en 2005. En 2008, China ingresaba en las subastas 1.469 millones de dólares. Tan solo dos años después, en 2010, alcanzaba la cifra de 5.279 millones de dólares, lo que la convertía, por primera vez, en líder del mercado mundial de obras de arte hasta hoy. China sigue siendo la primera plaza del mercado en ventas, con 5.068 millones de dólares ingresados en subastas de arte (un 41% del total), tal y como refleja el informe anual de Artprice, coeditado por primera vez con Artrom (líder de información sobre el mercado de arte en Asia). Le siguen EE UU (con un 27% de las ventas de obras de arte) y Reino Unido (18%).

Si hablamos de arte contemporáneo, a pesar de los malos resultados obtenidos este año por China y el excelente ejercicio de EE UU, la ventaja de éste último sobre el país asiático es mínima (0,02 puntos), y cada uno se embolsa el 33’7% de los ingresos obtenidos en las subastas de arte contemporáneo de todo el mundo, según las cifras aportadas recientemente por Artprice.

Diez años antes, cuando Bruno Simpelaere, de vuelta de una larga estancia en China en la que quedó fascinado por el trabajo de sus artistas, tuvo que explicar su decisión de abrir una galería dedicada en exclusiva al arte chino en Bélgica solo encontró escepticismo. En efecto, fueron el coleccionismo europeo y el estadounidense los que situaron a China en el mapa del arte contemporáneo. La explosión económica del país hizo el resto. "No hay nada nuevo bajo el sol –explica Bruno–, en todos los países del mundo, a lo largo de toda la historia, una explosión económica va acompañada de un florecimiento artístico".

El mercado de arte chino soporta muchos lastres que, si bien han permitido su crecimiento explosivo, también han provocado su caída. Entre los peores están los precios inflados, las falsificaciones y la especulación. Enriqueta Hueso, artista y galerista valenciana, con verdadera pasión por el país asiático y por estrechar lazos entre los artistas de Oriente y Occidente, cuenta cómo encontró en China "un país militarizado" en el que tuvo que lidiar con ofertas por obras de sus representados procedentes de señores de dudosa honorabilidad; o con un joven y prometedor artista chino que pensaba que todo el monte es orégano porque en su país puede permitirse vender sus obras a precios que en Europa son impensables.

Es por todos estos defectos que el fin de la burbuja es visto como una oportunidad para sanear y mejorar el mercado. El Gobierno lo está aprovechando para regularizar y crear leyes y dotar al país de museos. El más ambicioso de todos estos proyectos es el M+ de Kowloon, museo que está previsto inugurar en 2017 y que doblará en tamaño a la Tate Gallery de Londres, albergando 2.000 obras realizadas desde los años 50, algunas de las cuales han sido recuperadas de colecciones occidentales.

Por otra parte, todos los informes relativos al mercado internacional de arte defienden la confianza en su recuperación, basada en el potencial económico de China. Para Bruno Simpelaere, el fin de la edad de oro de las casas de subastas no es ni mucho menos el fin del arte chino: "Esto es solo el principio".

A pesar de ser tachado de repetitivo (los artistas chinos suelen pintar en serie), comercial (la corriente pictórica que más vende es la menos interesante, el realismo academicista) y falto de calidad (según Susana, se ha valorado la obra de "artistas infumables"), todas estas taras no pueden empañar la evidencia: China vive una época de esplendor del arte contemporáneo, que Artprice califica como Edad de Oro.

La persecución de los instintos

Durante la entrevista, Bruno recurre a la comparación con el París del siglo xix. Pero la singular cultura e historia chinas hacen que escape a toda analogía. Incluso sus peculiaridades geográficas. Movimientos como el realismo cínico y el pop político (una combinación de iconografía socialista y capitalista), nacidos en la China del norte, tienen su contrapunto en la Escuela de Sichuan, situada en el suroeste del país.

Zhang Xiaogang, uno de los máximos representantes de esta escuela, sugiere: "Estamos más inclinados a la persecución de los instintos, hacia los sentimientos". Muy influenciado por el surrealismo, Xiaogang pinta escenas tradicionales de la cultura china en una atmósfera onírica.

Ni Pekín, la capital, ni el prolífico suroeste: las regiones de Hong Kong y Taiwán se erigen como centro del arte contemporáneo. Con un régimen administrativo propio capitalista, el vídeo, las instalaciones y las performances tienen un desarrollo mayor que en cualquier otra parte de China.  Ming Yi Chou, artista taiwanés afincado en Sevilla, lo describe de esta manera: "Es un arte cambiante, con artistas interesantes pero que se pasan de moda rápido. Llegan las influencias de Japón y Estados Unidos, apenas las europeas y no da tiempo a profundizar. Los artistas no tienen complejos en aliarse con la industria, que les suministra nuevos materiales con los que experimentar nuevas formas de creación. Existe una diferencia abismal en cuanto al progreso tecnológico. Por otra parte, el galerista no se limita a colgar un cuadro en la pared, el marketing es muy importante". Las obras de Ming son el reflejo de un verdadero encuentro de influencias y culturas, de modernidad y tradición. El taoísmo, la Escuela Bauhaus japonesa, la caligrafía china, la cerámica árabe, el universo de Dalí… se mezclan tanto en su discurso como en su obra. Aunque el artista global a semejanza de Ming parece ser el signo de los tiempos, lo ciertos es que no es así. Por lo menos en China.

"Los chinos, más todavía que los demás, no llegarán nunca a extirparse su propia cultura". Esta afirmación de Yue Minjun (extraída de una entrevista concedida a la Fundación Cartier de París), más que nostalgia o idealismo contra la globalización, refleja una realidad empíricamente demostrada: Mao lo intentó y fracasó. Porque si la época posmaoísta trajo el descubrimiento de las vanguardias occidentales, para todos esos jóvenes hubo un reencuentro todavía más determinante: "Me gustaban las vanguardias, pero creo que me gustaba aún más la tradición", evoca Zhang Xiaogang.

China conoce la pintura al óleo desde hace apenas cien años. La pintura tradicional, que utiliza como materiales tinta china y papel Xuan (de arroz), se transmitió de maestro a discípulos durante siglos. Fue Shanghái, la ciudad más floreciente de principios del siglo xx, la primera puerta de entrada de las influencias extranjeras. Los viajes realizados por algunos artistas al exterior no solo traerían el óleo y el lienzo, sino también las técnicas occidentales: el realismo, la concepción espacial y los colores. Estos artistas occidentalizados cuyo trabajo, conocido como Pintura de los orígenes, ha ganado mucho prestigio, eran entonces solo una minoría, al igual que lo son hoy.

Según las cifras de Artprice 2012, las pinturas tradicionales y la caligrafía son hegemónicas en el mercado, y solo el 8,5% de las ventas correspondería al arte contemporáneo. También destaca el alza de una nueva categoría: artistas emergentes que realizan obras experimentales en tinta china. Susana Sanz no ve en el auge de esta renovación de la tradición una casualidad, sino una complicidad con el Gobierno, "una estrategia de autoalabanza cultural". Y sentencia: "Los artistas se han dejado embelesar por el pasado como una forma de propaganda cultural". Dice que "la añoranza por el glorioso pasado" encaja a la perfección con una estrategia propagandística.

Periódicamente, se cuelan en la prensa noticias como la del "Pearl Harbor informático", el supuesto hackeamiento de empresas estadounidenses por parte del Gobierno chino. China vive una guerra económica abierta con EE UU, aunque ellos tienen menos reparo en reconocer que son estrategas (Enriqueta confiesa que antes de partir a China se leyó las 36 estratagemas de guerra, un documento escrito entre los siglos xiv y xvii que encontró en la web de la Embajada).

Min Yi Chou, al ser interpelado por este tema, esboza una sonrisa: "¿El Gobierno chino se pregunta qué hace Estados Unidos para ser tan influyente?". Susana sostiene que "el arte forma parte de una estrategia del poder para encumbrar a China a un estatus global" e insiste, hilando más fino, en que "el papel que desempeña el arte chino en la escena internacional no debe ser menospreciado".

La disidencia vende

La censura es uno de los mayores retos a los que se enfrentan los artistas chinos o "lo que es más lamentable, la autocensura", tal y como cuenta Susana Sanz. "Aunque es un tema complejo", aclara. Ella, que ha trabajado como editora de una revista de arte en China, sabe por experiencia que la censura no procede solo de gobiernos comunistas. En cuanto a los artistas contestatarios, se muestra muy clara: "No se puede hablar de un movimiento de arte disidente como tal. Son pocos los que se atreven a criticar, y cuando lo hacen, no debemos verlo con ojos románticos; en muchas ocasiones, es una estrategia de marketing para inflar el precio de su obra en el mercado internacional".

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