Karl Marx y Friedrich Engels compartieron en el verano de 1845 varios debates sesudos sobre política y economía frente a una recia mesa de madera y una vidriera. En Chetham, la biblioteca pública más antigua del Reino Unido. La mesa sobrevive, pero la vidriera fue destruida por una tormenta. Aquellas citas fueron el germen del Manifiesto Comunista y tuvieron lugar en Manchester. Como el primer encuentro entre Charles Rolls y Henry Royce, 59 años después, en el imponente hotel The Midland.

Pequeñas sorpresas que surgen cuando uno camina por una ciudad —Manchester hay que andarla— que, a la sombra Londres, tiene pinta de estar a punto de vivir una de sus mejores épocas. Y lo tenía difícil, dado su currículum: punta de lanza de la revolución industrial, con el algodón como estrella; papel clave en el movimiento obrero y el voto femenino; una universidad con 25 premios Nobel; Joy Division, The Smiths y Take That —allí despiertan pasiones—, etc. Por no hablar del fútbol.

La ciudad recibe al año a más de 70.000 españoles, según la oficina británica de estadísticas. El tranvía y el carril-bici están en pleno lavado de cara. El pasado septiembre, la ocupación hotelera en la city fue del 84%, y cuando termine este año habrá al menos cinco hoteles y 800 habitaciones más. La oferta se dispara, también en la gastronomía y el arte.

La reciente reapertura de la galería Whitworth y de la Biblioteca Central (con wifi), así lo confirman. Si algo tiene Manchester, de hecho, son museos y bibliotecas; y de todo tipo. Merecen mucho la pena la Manchester Art Gallery, muy céntrica y de visita larga, y el People's History Museum, didáctico e interactivo repaso a la historia de la democracia local. Son gratuitos.

Una de las apuestas de este año, asimismo, es el Home, un centro cultural multidisciplinar, con amplios espacios y mucha luz, que alberga teatro, cine, exposiciones, salas multiuso y una cafetería. A su director, Dave Moutrey, se le ilumina la cara hablando del proyecto. Los niños también están invitados: en diciembre se estrena una adaptación teatral del bestseller juvenil Corazón de tinta.

En cuanto al hype culinario, el barrio de Spinningfields, en el río Irwell, tiene mucho que decir —pista: la biblioteca John Rylands, otra joyita, está ahí—. Recuerda un poco al Puerto Madero de Buenos Aires y tiene tiendas, oficinas, bares y restaurantes. Allí es donde el cocinero asturiano Nacho Manzano ha abierto hace pocos meses uno de sus Ibérica, muy concurrido. La zona, por si no quedaba claro, es para dejarse ver y alternar entre ejecutivos y gente bien. Quien prefiera los pubs tradicionales u otro tipo de ambiente, que vaya al Northern Quarter, digamos, el Malasaña de Manchester.

Allí, arte urbano, tiendas de discos, diseño, música en directo y el Afflecks Palace, un centro comercial vintage para volver a los 80. Otros dos barrios a explorar son Chinatown y el Gay Village, en la peatonal Canal Street, donde vivían los protagonistas de la serie Queer as Folk. Manchester es un lugar recurrente para rodajes, muchos de cine, como Sherlock Holmes y Capitán América. Aunque la producción más conocida —hay visitas guiadas por las localizaciones— es la televisiva Coronation Street.

Sigamos caminando. Al margen de encontrar abejas —el símbolo de la ciudad— en rincones insospechados y ladrillos rojos por doquier, el visitante se da cuenta enseguida de que está en un lugar atípico. Manchester no tiene un casco viejo recogido al uso o grandes avenidas, ni parques-pulmón —el controvertido Piccadilly Gardens no cuenta—, pero sí brinda momentos.

A dos minutos de Chetham, por ejemplo, Marx y Engels se habrían tomado un té con scones mirando a la catedral medieval —en el agradable Propertea— para después reírse dentro con las sátiras de las tallas en madera del coro.

Otro de los edificios por excelencia de la ciudad, de estilo neogótico victoriano, es el enorme Ayuntamiento, en la plaza Albert Square. Se terminó en 1877 y se puede entrar en él a echar un vistazo rápido —el vigilante le dará un pase—.

A estas alturas del viaje hay cinco cosas que el visitante, probablemente, ya ha hecho por su cuenta: abrir un paraguas para no mojarse —los mancunianos bromean constantemente con la lluvia—; tomarse una ale o un trozo de tarta; tirar unos penaltis en el Museo Nacional del Fútbol; ir de compras por King Street o curiosear en un mercado. Los de Navidad, diez en total, ya están abiertos.

Desde la céntrica estación de Manchester Piccadilly hay trenes continuos que llevan al visitante a Liverpool en unos 50 minutos. La cuna de The Beatles es una de las escapadas obligadas. Para empezar, hay que ir a Albert Dock, el mítico muelle Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO. También  hay que pasar por The Cavern Club, el local en el que el grupo de Paul McCartney y John Lennon tocó por primera vez, allá por 1961.

Si uno se ha metido en el papel y quiere darse un capricho, el Hard Days Night Hotel puede ser una opción para quedarse a dormir. Para quien quiera museos, es recomendable ir al World Museum Liverpool y la Walker Art Gallery. En la Tate Liverpool hay una exposición sobre Matisse hasta mayo. Al igual que Manchester, también tiene un Chinatown. Y no hay que olvidarse del fútbol: el Liverpool FC y el Everton FC tienen allí su sede.

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