Cuatro años sin la escritora y académica Ana María Matute, la resistencia frente a un mundo de hombres

La escritora Ana María Matute en abril de 2011, tras recibir el Premio Cervantes.
La escritora Ana María Matute en abril de 2011, tras recibir el Premio Cervantes.
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La escritora Ana María Matute en abril de 2011, tras recibir el Premio Cervantes.

Frágil, enferma ya de niña en una infancia que de por sí tenía un escenario que debería estar prohibido para esa edad: la guerra (tenía 11 años cuando empezó), y sin embargo con una resistencia  a prueba de todos los empujones que la vida y sobre todo una sociedad enferma de machismo le dieron.

Ana María Matute, que moría el 25 de junio de 2014, que remontó una depresión de 23 años sin que una sola letra fuera editada y publicó en 1996 su obra favorita Olvidado Rey Gudú, escrita en 1971 y guardada en un cajón 25 años, dejó una huella que no solo tiene que ver con una narrativa eterna, la suya es ejemplo de cómo aguantar en tiempos de cólera.

Aquella niña que a los cinco años tuvo que irse de su Barcelona natal a un pequeño pueblo de La Rioja (Mansilla de la Sierra) porque estaba enferma recibía a tan corta edad el aviso de lo que que sería el futuro: curvas y a veces agujeros llenos de fango.

Su primer marido, Eugenio de Goicoechea, le quitó la custodia de su único hijo tras separarse de él. Se casó con él en 1952 y en 1954 nació Juan Pablo Goicoechea Matute, quien tantos años después diría de su madre: "hizo lo que quiso". Eso sí: dentro de lo que pudo, y con muchos infiernos.

El niño, de dos años, fue uno de los mayores dolores: acabó en manos de la abuela paterna, ya que en realidad, así lo contó Ana María Matute siempre que se le preguntó, lo único que quería Goicoechea tras haber sido abandonado por ella era hacerle daño. Y aquel pequeño era el peaje.

En sus propias palabras: "lo hacía para chincharme". No sólo hubo de sufrir perder a su único hijo durante años, sino pasar a ser socialmente una persona casi 'peligrosa' y en cualquier caso poco recomendable.

De 'Pequeño teatro' al Premio Cervantes

Su persistencia y su talento hicieron que la recibieran siendo una joven en la editorial Destino, donde acudía día tras día con su primera novela, Pequeño Teatro, escrita a los 17 años. Vencía así una timidez que definía su carácter, pero que no le impidió conseguir que Ignacio Agustí, el editor, la acabara recibiendo y pidiéndole que pasara a máquina aquella obra escrita a mano en un cuaderno. Porque así era como aquella casi niña llevaba sus letras: en un bloc de hule negro.

Cuando le dieron la respuesta, de buen asombro ante una obra de tal calibre, le preguntaron su edad. Había cumplido 19 años, pero aún así necesitaba autorización de su padre. O de su marido si lo hubiera tenido.

Ese era su tiempo y lo dejó marcado en muchas de sus creaciones de ese modo que solo algunos pueden: para siempre. Fue Los Abel, en 1948, la primera que publicaría. Pequeño teatro no lo haría hasta 1954 y como ganadora del Premio Planeta. Cinco años después era finalista del Nadal con Primera memoria.

Tuvo más que ojo el editor Agustí: estaba descubriendo y mostrando al mundo a la que sería académica, la tercera mujer en recibir el Cervantes (en 2010), además de todos los Nacionales posibles. Matute dio algunos de los mejores títulos de la literatura: El río (1963), Olvidado Rey Gudú (1996) y Paraíso inhabitado, su última novela.

Autora y feminista precoz

Una autora precoz que precozmente también sufrió y a la que le salvó su talento y trabajo de las penurias económicas a las que su vida la llevaría. Fue ella quien sostuvo a su marido, escritor también, y a su hijo, ya que no había otros ingresos que los de ella.

Pese a ello, pagó caro su divorcio. Eran los años 50 y un país enfermo no la iba  perdonar. Tardó demasiado en recuperar la custodia de su hijo, dada al padre por una supuesta f'ragilidad emocional que nadie comprobó, y al que durante todo ese tiempo lo veía los sábados y gracias a que su suegra lo consentía. Para Ana María aquella mujer la salvó de perder del todo a su niño.

Una vez más levantó la cabeza y el pequeño cuerpo Matute y se volvía a casar con el empresario francés Julio Brocard, esta vez con acierto y felicidad. Pero agazapado como siempre estaba el bucle, su marido moriría en 1990 el día de su cumpleaños, 26 de julio, y ella caía del todo en una depresión que ya asomaba sus garras y que duró más de 20 años.

La salida del bache más largo de su camino tenía fecha, para muchos, mágica: 1996. El título, ya lo sabemos, Olvidado Rey Gudú. Una mujer que hizo un camino no solo literario, también como mujer. Las feministas no suelen citarla y sin embargo ella fue, es, una de las principales. La prueba: su vida. El legado: su obra.

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