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Cuatro historias en primera persona del atentado de las Ramblas

Son casi las dos de la tarde del 17 de agosto; Ruth Bernals se dirige a su trabajo en la heladería Amorino de la Rambla. La joven, nacida en Barcelona, lleva sus 24 años viviendo en la ciudad, pero solo unos meses atendiendo el local.

Es verano de 2017 y el sol de agosto no da tregua. Esa tarde le toca turno con Brian, Enrique y Ernest. A las 16.58 horas está en caja, pendiente del reloj porque a las 17.00 le toca a otro compañero encargarse de los cobros.

De repente, el ambiente veraniego de la Rambla cambia, se enrarece, y empiezan a escuchar gritos, "como de película de terror". A los gritos les sigue una avalancha de gente que rápidamente llena el local.

Ruth no entiende qué está pasando, mira a su compañero Brian y ve cómo se tira al suelo con las manos en la nuca. "Me disparan", piensa ella. Mira también a Ernest, que está paralizado al lado de la puerta. Logra hacerle reaccionar para que apriete el botón de cierre de la persiana.

Con los ojos idos, Ernest le dice a su compañera: "He visto a un hombre volar. Le ha atropellado una furgoneta blanca". A Ruth todavía se le pondrá la piel de gallina al evocar, un año más tarde, aquellos primeros momentos del encierro de cuatro horas y cuarto que vivió durante el atentado de Barcelona.

Ruth Bernals mira la heladería donde trabaja en la Rambla y en la que estuvo encerrada más de cuatro horas durante el atentado yihadista de Barcelona.

Ruth Bernals mira la heladería donde trabaja en la Rambla y en la que estuvo encerrada más de cuatro horas durante el atentado. (P. GIRALDO)

Instantes antes, a menos de ochocientos metros bajando por las ramblas, Carla Ramos está trabajando como promotora en la puerta de la hamburguesería Beef Bull Club. La joven, artista plástica de 26 años, se acaba de mudar a la ciudad en junio. Nacida en Madrid, Carla es colombiana por parte de madre y catalana por parte de padre.

En la puerta, empieza a escuchar murmullos de la gente, cree entender que están robando o que algo ha pasado. "Después de unos minutos llegó una estampida que me alcanzó. Vi las caras de terror y me asusté. Estábamos todos en shock".

El bocadillo de Silvia

A medio camino entre Carla y Ruth, en el Museo de la Moto de la calle de la Palla donde trabajan, Silvia Peñalver y Sandra Rosas están encerradas con una decena de personas. Apenas a 300 metros del mosaico de la Rambla de Miró.

Durante su descanso de la tarde, Silvia suele tomarse un café en el Starbucks de la Rambla, en la mitad del recorrido que la furgoneta blanca acaba de hacer. Pero justo ese día, jueves 17 de agosto de 2017, a la joven catalana le han dado ganas de comerse un bocadillo, así que cambia su rutina habitual para dirigirse a una panadería cercana.

Silvia Peñalver vivió el atentado de Barcelona encerrada con una decena de personas en el Museo de la Moto, donde ahora hay una galería de arte.

Silvia Peñalver vivió el atentado encerrada con una decena de personas en el Museo de la Moto, donde ahora hay una galería de arte. (P. GIRALDO)

Al notar que algo ha pasado, pregunta en la panadería y le dicen que es "un atentado igual que el de Francia, que el tío se ha ido dando tiros". En las primeras horas después del ataque hay muchas versiones diferentes que más adelante se desmentirán.

Ahora, encerradas en el museo, Silvia y Sandra se ponen a sacar sillas para que la gente se siente y a repartir botellas de agua. Un joven intenta calmar a su novia italiana, a la que le ha dado un ataque de ansiedad. "Yo no podía hablar, el pánico se nos contagió —evoca Silvia—. Pusimos la radio online e íbamos informando en castellano e inglés. Uno de los visitantes nos ayudó a traducir".

El amigo de Berlín

Lucas Pecoraro es un argentino de 28 años que lleva viviendo casi dos años en Barcelona. Acaba de salir del trabajo cuando le empiezan a llegar rumores de que algo ha pasado en la Rambla. El joven se ha separado de su novia y le han prestado un piso en la calle Canuda, a pocos metros del turístico bulevar.

"No le di mucha importancia, pensé que era un rumor más", comentará un año después el argentino, acostumbrado a que le lleguen bulos por las redes sociales. Coge la moto, pero cuando llega a Gran Vía y Pelayo no le dejan pasar. Decide entonces dejar el vehículo y seguir a pie hasta Plaza Cataluña, donde un policía le impide el paso.

Lucas Pecoraro lleva viviendo tres años en Barcelona.

Lucas Pecoraro, argentino, lleva viviendo tres años en Barcelona. (P. GIRALDO)

Lucas está preocupado por su amigo, también argentino, que acaba de llegar de Berlín y le espera en el apartamento. Trata de explicarle la situación al policía para que le deje pasar, pero el agente le aconseja que llame a su amigo y le diga que no salga. Así lo hace.

"Lo que más te altera es el resto de la gente". A su alrededor, las personas se asustan por cualquier ruido. Gritan y corren. El móvil no ayuda. "Lo peor es cuando te llega información falsa por las redes: decían que habían puesto bombas en los metros".

El encierro

Carla, encerrada en la hamburguesería, no aguanta mucho tiempo dentro. A los pocos minutos le empieza a dar claustrofobia y sale alejándose de la zona. Hay mucha gente llorando y un olor extraño en el ambiente. Las calles están desiertas.

Le llegan al móvil varios vídeos de las víctimas grabados por conocidos suyos. "Yo estaba como loca llorando. Todavía sigo en shock por algunas cosas que vi".

Mientras tanto, en la pequeña heladería donde trabaja Ruth el calor de agosto se cuela por la persiana y los nervios de las 30 personas hacinadas, niños incluidos, se mezclan con el ambiente del local de 15 metros cuadrados.

Durante la primera parte del encierro Ruth y sus compañeros hablan con la gente y tratan de calmar los ánimos. "Va bien, te mantiene fuerte", admite la joven catalana. Luego toca el turno de las llamadas a familiares y a amigos, para tratar de averiguar qué está pasando ahí afuera.

La heladería se ha convertido en un crisol de nacionalidades, edades y emociones. Una mujer canaria que ha sido rozada por la furgoneta ha logrado entrar con sus hijos para ponerse a salvo. Una joven francesa se pasa los primeros 20 minutos llorando con un ataque de ansiedad; otra mujer se desmaya. "Dos hombres se pegaron de los nervios una hora antes de salir", cuenta Ruth.

La salida

Alrededor de las ocho de la tarde la policía avisa a Silvia y a Sandra de que ya pueden salir del museo. La gente agradece a las chicas que hayan sabido reaccionar, pero Silvia todavía no entiende muy bien cómo lo han hecho. Después de que haya salido todo el mundo, ambas se quedan cinco minutos solas y Silvia consuela a su compañera: "A Sandra se le cayó el mundo encima y se puso a llorar".

Cerca de una hora más tarde, los Mossos llaman al local de helados: avisan de que en 10 minutos los van a sacar y les piden que abran la persiana. "Al principio no me creía que fuera la policía", admite Ruth.

Al salir, "la gente nos abrazó y nos dio las gracias. Y nosotros a ellos —recuerda la joven, que destaca la "humanidad de la gente" en estos momentos —. No hay idioma, nacionalidad, ni religión que te separe".

Son las tres de la mañana y por fin Lucas consigue llegar al piso de Canuda escoltado, junto a un grupo de turistas, por dos camionetas policiales —atrás y adelante— y dos motos policiales a los costados. "Estaba totalmente desolado", afirma el joven, que encuentra a su amigo a salvo.

Regreso a la rutina

Al día siguiente del atentado, es viernes y Lucas, que en ese momento es general manager de una marca de calzado en un centro comercial, tiene que ir a trabajar. "Te pasan pensamientos por la cabeza que no puedes evitar —admite el argentino y cuenta que discute con su jefe por haber abierto apenas un día después de los ataques—. Había poquísima gente y habían cerrado muchas tiendas". Los argumentos oscilaban entre mantenerse fuerte y seguir con la rutina o dejar unos días de duelo en honor a las víctimas y afectados.

Homenaje improvisado a las víctimas del atentado de Barcelona y Cambrils en el mosaico de Miró en la Rambla.

Homenaje improvisado a las víctimas de los atentados de Barcelona y Cambrils en el mosaico de Miró en la Rambla. (ANDREU DALMAU / EFE)

El sábado le toca el turno a Ruth: "Creí que me moría. No paraba de mirar la puerta. Pensé en dejar el trabajo".

Aunque el viernes el Museo de la Moto haya cerrado, Silvia debe enfrentarse al trabajo ese lunes. "La noche anterior no podía dormir. Estuve dando vueltas hasta las cuatro de la mañana, hasta que me di cuenta de que no podía dormir porque tenía miedo. Me dije: «Tienes que pensar que la vida sigue». Ese lunes no quise cambiar mi recorrido habitual. Me lloré toda la Rambla viendo las ofrendas de la gente".

Agosto de 2018

A un año de los atentados es para Carla muy difícil recordar esos días de agosto de 2017. "Es como si estuviera entre la realidad y un sueño —admite acongojada la joven, que no acostumbra a hablar de lo ocurrido—. Durante varias semanas tuve pesadillas y no podía dormir".

"Todavía no lo puedo creer —Carla no puede evitar llorar mientras recuerda lo sucedido—. Es como si un ser querido hubiera muerto. Es un dolor de la humanidad".

Silvia admite que todavía hoy se entristece cuando pasa por la Rambla y ve algunos de los mensajes que quedan pintados en las baldosas. Destaca la unión de la gente los días siguientes y remarca la importancia de seguir viviendo igual: "No voy a dejar que impongan el miedo en mi vida".

"Trato de no tenerlo presente —reconoce Lucas, que todavía vive en Barcelona—, pero a veces lo pienso si voy a lugares con mucha gente. Vengo de un país donde es muy remoto que pasen estas cosas".

El Mosaico de Miró, lugar donde se frenó la furgoneta después de arrollar a personas por la Rambla de Barcelona en su recorrido de 700 metros, un año después de los atentados.

El mosaico de Miró, lugar donde se frenó la furgoneta después de atropellar a múltiples personas, un año después de los atentados. (P. GIRALDO)

Lucas coincide con Silvia: "No hay que dejarse caer, es lo que ellos buscan, que cambies tu estilo de vida".

Después de un año, Ruth es la única de los compañeros que aquel día vivieron el encierro en la heladería que todavía trabaja ahí. "Ernest se fue al mes del atentado", comenta. Brian y Enrique se fueron unos meses más tarde.

Ruth ya no se acuerda todos los días de los atentados. "A veces me pongo de los nervios cuando oigo gritos. Hace unas semanas hubo un bulo de una bomba en Plaza Cataluña. Al leerlo, el terror de aquel día me volvió al cuerpo. Ahora sé lo que es el miedo de verdad".

Pero también le ve el lado positivo: "Cuando te pasa algo así te paras en lo que verdaderamente importa, no en las cosas banales. Al fin y al cabo, vida solo tienes una".

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