Mireia y Gonzalo, una historia de amor sordo

Gonzalo Martín y Mireia Moncho este miércoles en Madrid.
Gonzalo Martín y Mireia Moncho este miércoles en Madrid.
CLARA ROCA
Gonzalo Martín y Mireia Moncho este miércoles en Madrid.

Mireia y Gonzalo llevan seis años juntos y se casaron hace un año. La ilusión del nuevo matrimonio se nota en las brillantes alianzas y en la miradas cómplices que se dedican el uno al otro.

Gonzalo Martín Arregui, de 35 años, es un madrileño y Mireia Moncho Fernández, de 31, menorquina. Una amiga les presentó en el 75º aniversario de la Confederación Estatal de Personas Sordas (CNSE), celebrado en Madrid. Ella nació sorda. Él perdió la audición con menos de un año por un accidente. Ambos pertenecen al más del millón de personas en España con sordera.

Entre ellos hablan en silencio, o muy bajito. No les hace falta más, sus manos se mueven rápidamente. A una velocidad normal para quien domina la lengua de signos, pero imposible de seguir para quien no la conoce. Es como escuchar hablar alemán por primera vez. Se puede entender el tono y algún concepto aislado, pero la mayor parte de la conversación permanece un enigma.

Las manos también hablan

Ambos se comunican con sus padres por lectura labial, ya que no aprendieron bien la lengua de signos. "Les daba miedo que no aprendiéramos a hablar", dice ella. Se trata de un temor muy común entre los padres de hijos con problemas auditivos.

-¿Qué preferís, la lengua signada o la oral?

- Las dos —contesta rápidamente Mireia. La oral te sirve para comunicarte con la gente no signante, para pedir en un restaurante o para preguntar algo por la calle, pero con la de signos te comunicas mejor.

Él habla castellano (oral y signado). Ella habla castellano y catalán oral. "Me siento más cómoda con el catalán. De pequeña era muy tozuda y no quería aprender castellano". Pero ahora casada con el madrileño y con una gran mayoría de amigos en la ciudad castellanoparlantes, agradece haberlo aprendido.

En signado habla "una mezcla", dice riéndose y mirando a su pareja. En España las dos lenguas de signos oficiales son el español y el catalán. No fue hasta 2007 cuando fueron reconocidas por ley como las lenguas propias de las personas sordas que la usan. "Hay muchos signos parecidos en el castellano y en el catalán", cuenta. Acto seguido explica algunas diferencias, como la forma de hacer 'dilluns', con cuernitos hacia el receptor, o 'lunes', con cuernitos sobre la mano.

"Más intérpretes"

Gonzalo lleva 13 años trabajando en el grupo Santillana. "¿Si pudieras cambiar algo en las instituciones qué sería?". No lo duda un segundo: "Más intérpretes". En su día a día como auxiliar administrativo no lo necesita. Trabaja principalmente con el ordenador. Con sus compañeros puede comunicarse de forma oral y con lectura labial, pero cuando llega la hora de una reunión la cosa se complica.

La inmensa mayoría de los amigos de la pareja son sordos y se comunican sin barreras con la lengua signada. Pero para hablar con normoyentes no signantes, es decir, personas oyentes que no manejan la lengua de signos, se requieren algunas consideraciones. Por parte de la persona que esté hablando es importante mirar de frente y a la misma altura a la persona sorda, para que pueda leer bien los labios. Hay que vocalizar bien y no taparse la boca ni masticar nada.

A cierta distancia, en situaciones con muchas personas hablando o con poca luz la lectura se dificulta. "En las reuniones me pierdo la mayoría de la información y luego le tengo que preguntar a mis compañeros, pero claro, me lo explican de forma muy breve y resumida. Me gustaría tener un intérprete para estos casos, pero si lo quiero me lo tengo que pagar de mi propio bolsillo", se lamenta.

Un pequeño detalle

Mireia trabajaba de esteticista y masajista en Menorca, pero ahora en Madrid trabaja de limpiadora por las noches en la Torre Picasso porque no consigue trabajo en su campo: "Me dicen que no me contratan porque no puedo atender el teléfono", se queja. No entiende porqué hoy en día con recursos tecnológicos como Whatsapp no puede comunicarse con los clientes por medios escritos. Un pequeño detalle que cambia una vida. "Además, no oír es mejor para hacer una manicura o un masaje: no te distraes, no charlas, te concentras al 100% en lo que estás haciendo", señala.

Aunque para los normoyentes ser sordo significa una sola cosa, existe un rango muy amplio de discapacidades auditivas. Tanto Gonzalo como Mireia tienen sordera bilateral profunda. Ella lleva ahora un implante coclear, cuya colocación implica cirugía. En su caso el cambio ha sido para mejor: "con los audífonos solo oía ruidos". Él, por su parte, lleva unos audífonos nuevos desde hace año y medio y también está mucho más contento: "Los de antes no me iban nada bien".

Oír con audífonos no es equivalente a hacerlo de forma natural, más bajito o peor: es oír distinto. Con un cambio de aparatos tienen que aprender a identificar de dónde vienen los ruidos o a reconocer el sonido de su propio nombre.

"No somos mudos"

-¿Qué le pediríais a la comunidad normoyente?

- Que se animen más a hablar con las personas sordas —comenta Gonzalo—. Mucha gente no lo hace porque lo ve difícil. A veces hay que repetir alguna palabra o escribir algo que no se entienda.

- Me molesta que se use la palabra 'sordomudo' —cuenta Mireia—. Puedo hablar. No somos mudos, no tenemos ningún problema con las cuerdas vocales. No se escucha la expresión 'oyentemudo', ¿verdad?

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