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Cuando teletrabajar en el estado de alarma no es una opción: "Está claro que nos exponemos"

Madrid, 8 de la mañana. Carlos lleva varias horas dando vueltas con su coche, trabajando. Esa es su dispensa, la excusa que le permite salir de un confinamiento obligatorio para 47 millones de españoles. Para este conductor de VTC, el teletrabajo no es una opción. Y no es el único. Como él, tantos otros españoles se ven obligados a trabajar de cara al público en días críticos, con el coronavirus acechando. La amenaza de contagio puede estar en cada puerta, cada cliente, cada pomo. 

Por eso, Carlos desinfecta "manivelas y tiradores" cada vez que acaba una carrera. Por eso, Almudena se ha negado a repartir a domicilio. Por eso, Patricia y Gabriela atienden en la farmacia con casco. Por eso, muchos trabajadores acudieron el lunes, el primer día laborable en estado de alarma, con guantes y mascarilla. 

"Está claro que nos exponemos", cuenta a 20minutos Carlos mientras conduce su VTC, "llevo guantes, intento hablar lo mínimo y desinfecto lo esencial entre cliente y cliente". Además del miedo al contagio, este madrileño afronta sus días con otro temor, común entre todos los trabajadores: su situación laboral. "Antes podíamos facturar 1.000 o 1.200 euros a la semana por conductor, ahora no. ¿Cuánto puede aguantar una empresa pequeña en estas condiciones?", se pregunta.

Vicente Herranz, propietario de una tienda de telefonía, comparte su inquietud: "En dos semanas es fin de mes, tengo que hacer frente a 168 nóminas y el Gobierno no da medidas claras. Por su inactividad no va a haber más remedio que hacer un ERTE. Va a haber un destrozo en las pymes". 

Justo enfrente, Patricia y Gabriela, farmacéuticas en el número 27 de la madrileña Príncipe de Vergara, dejan perplejos a los clientes. Su uniforme ha sumado un complemento peculiar, más aún que las mascarillas: llevan casco. "Protege más", detallan. A esta medida de protección, añadieron otra el sábado: unas mamparas a modo de barrera entre el cliente y ellas. Su lugar de trabajo, a fin de cuentas, es un sitio sensible, otro de los puntos cero de los contagiados con coronavirus. Por ello, tienen miedo. "No nos preocupa infectarnos nosotras, sino llevarlo a casa". Y como ellas, sus clientes, que piden sobre todo "paracetamol y vitamina C". "La gente quiere también guantes y mascarillas, pero hace tiempo que no tenemos". 

Al igual que las farmacias, las clínicas dentales también tienen un riesgo mayor. "El problema que tenemos nosotros es que estamos trabajando a menos de un metro de los pacientes, siempre hay salpicaduras, hay posibilidad de contagio", cuenta Antonio Montero, presidente del Colegio de Odontólogos de Madrid. El Gobierno no ha decretado el cierre de todas ellas por tratarse de centros sanitarios, pero la recomendación de Montero es que solo reciban "urgencias".

A la misma hora, a pocos kilómetros de distancia, David pisa el freno. Ha llegado a Atocha, cabecera de su línea de autobús. "Tengo miedo, no puedo teletrabajar", cuenta este trabajador de la EMT desde hace cuatro años. "No tenemos un protocolo claro, solo la mampara".

En Montecarmelo, mientras tanto, un grupo de barrenderas se niega a trabajar sin material y Almudena Alba, pero en Atocha, se niega a repartir el correo por el mismo motivo. "La mascarilla que llevo me la he hecho yo con papel del váter. Tengo cierta psicosis".  

Un poco más abajo, mientras Almudena enseña sus medidas caseras de protección, la sola presencia de la UME recuerda que no es un lunes cualquiera. Con su despliegue pretenden controlar que nadie se salta las restricciones en un momento tan crítico como este. "Controlamos que no haya aglomeraciones", cuenta el Capitán Basterreche con el mítico bombín amarillo. "La ciudadanía está respondiendo".   

Con él coincide Alejandra, kioskera desde 2014, que ve cómo el Covid-19 ha vaciado las calles, ha echado el cierre de bares y restaurantes y ha cambiado de manera colateral su clientela. "Antes me compraban prensa, ahora me compran cafés". No solo el miedo al contagio y la incertidumbre por la situación económica une estos días a los españoles. Los obligados a trabajar fuera de casa tienen otra cosa en común: echan en falta algo tan cotidiano como eso, comprar su dosis de cafeína de buena mañana. 

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