Cultura

San Poncio Pilato

Ecce Homo (1862) ("He aquí el hombre"), obra del pintor Antonio Ciseri que representa a Pilato presentando a Jesús ante el pueblo de Jerusalén.

Nadie discute la existencia real de Pilato, gobernador romano de Judea, una provincia de segundo orden sujeta a la superior autoridad del gran gobernador imperial de Siria. Este, con sede en Antioquía, era del más alto rango: un senador con legiones bajo su mando. El gobernador de Judea no era senador, sino solamente ‘caballero’, el estamento de la nobleza menor del Imperio, muy sujeto a la directa voluntad del césar. Su rango y su mando militar eran mucho más reducidos.

Vivió bajo el emperador Tiberio sucesor de Augusto. Si Judas es el arquetipo de la traición, el hombre que, según los Evangelios, autorizó la ejecución de Jesús de Nazaret, a petición de las autoridades judías, es visto por muchos cristianos como el acabado ejemplo de quien no se compromete con la causa justa si esta ha de ocasionarle problemas.

Es poco sabido que recibe culto en ciertas iglesias cristianas. Santorales antiguos de los cristianos etíopes lo atestiguan. Tiene liturgia propia el día 25 del mes de Sané (actualmente, el 25 de junio). Cosa parecida hace la venerable cristiandad copta, en Egipto. Sorprendentemente para los cristianos de otras obediencias, no solo es santo, sino mártir de la fe, ejecutado en Roma. Una leyenda asegura que, una vez destituido de su cargo en Judea y retornado a Roma, se hizo cristiano, por obra de su esposa, muriendo luego a causa de su fe.

Varios relatos convierten a Pilato en mártir. Los historiadores los consideran inventados. Unas ‘Actas de Pilato’ relatan su muerte; la ‘Anáfora de Pilato’ es un informe directo del gobernador al emperador dándole cuenta de la muerte de Jesús; y la ‘Parádosis de Pilato’ narra su martirio por orden de Tiberio.

Son textos escritos más de tres siglos después de los sucesos a que aluden. Fueron traducidos a muchas lenguas del oriente mediterráneo, incluido el árabe, y sus contenidos arraigaron, hasta el punto de santificar al político que se lavó las manos, desentendiéndose de la muerte de un hombre en quien no halló falta. Una vía insólita a la santidad.

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