A finales del siglo XIII, los monjes cistercienses crearon un sistema numérico que desarrollaron durante dos siglos más. Se dio sobre todo en los monasterios de toda Europa.
Tal y como recoge la BBC, en aquella época, todavía estaban en boga los números romanos, ya que los indo-arábigos, que son los que usamos en la actualidad, aún no se habían adoptado. Iban ganando terreno, pero aún faltaban siglos para que fueron los dominantes.
Los números cistercienses tenían la particularidad de que podían representar cualquier número con un solo símbolo, lo que los hizo muy populares entre el clero. Pero tenían un inconveniente compartido con los números romanos: no se podían multiplicar ni dividir.
Con la llegada de libro impreso y la lenta desaparición del manuscrito, los números cistercienses cayeron rápidamente en el olvido.
Pero no ocurrió así en todo el mundo. Los medidores de vino de Flandes siguieron usando números cistercienses para marcar volúmenes en los barriles y divisiones en las escalas de sus varillas de medición hasta el siglo XVIII.
Años después regresarían, como cuando los masones franceses los usaron antes de la Revolución, o los nacionalistas alemanes del siglo XX para hablar del folclore germánico.
Para crear estos números la base era una línea de que la salían otras y formaban ángulos agudos, rectos y obtusos. Al principio las líneas básicas eran horizontales, pero luego evolucionaron y se hicieron verticales.
Pero sobre todo, tenían una ventaja, como describió Mateo de París: "Lo que es más admirable y lo que no encontramos en el caso de los numerales romanos o indo-arábigos es que cualquier número puede ser representado con una sola figura".
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