Gonzalo Suárez: "Quería cambiar el cine, pero el cine me cambió a mí"
- Hizo su primer largometraje gracias al presidente del Inter de Milán.
- "Si me canso del cine, me pongo a escribir un libro", explica.
- Considera que "hay mucho talento" en la industria del cine español.
- Entrevistamos a Carlos Saura, Vicente Aranda y Mario Camus.
Fue a principios de los 60. Había publicado mis primeros libros y dos de los relatos fueron adaptados al cine. De repente, decidí hacer películas. En el 65 realicé mi primer cortometraje en 16 milímetros. Pedí dinero prestado, me arruiné. Pero la experiencia me apasionó y además estuvo en el origen de lo que se dio en llamar la Escuela de Barcelona. En el 67, gracias a mi vinculación futbolística con el Inter de Milán y Helenio Herrera, para el que había hecho informes tácticos en Italia, conseguí que el presidente Moratti financiara mi primer largometraje,
Tardó dos años en estrenarse y mal. Pero, paradójicamente, gustó y obtuvo un prestigio que hasta ahora, con su edición en DVD, perdura. En Francia, me compararon con
Sí. Escribiendo libros y películas. Y seguiré haciéndolo. Para escribir me basta un bolígrafo y un papel. Hoy en día, para hacer cine basta una cámara digital. Así hice recientemente
No lo sé. Sigo intentándolo. Supongo que son necesarias ciertas dosis de voracidad. Un apetito insaciable. Es el hambre lo que da sentido al plato.
Bueno, quizás en alguna ocasión maldije. Sobre todo, cuando acabo exhausto después de la consiguiente promoción o tengo que soportar alguna estúpida crítica (no adversa, sino estúpida). Pero enseguida se me pasa. Además, si me canso del cine, me pongo a escribir un libro. O viceversa.
A veces he dicho que en los comienzos pretendía cambiar el cine y que el cine me había cambiado a mí. Pero no estoy nada seguro de haber cambiado. Ni de haber aprendido ni encontrado nada que cambie el mundo, como pretendía en los exultantes inicios.
En líneas generales, ahora hay más directores y menos autores. Hay una mayor preparación técnica y más preocupación por la taquilla, las altas audiencias, los premios y otras cuestiones colaterales que, en ocasiones, hacen que se utilicen temáticas oportunistas. Frecuentemente, a la demagogia le asoma una oreja por detrás de la pantalla y al prestigioso prestidigitador de turno se le ve el truco, pero hay mucho talento y, cuantos más hagan cine, estadísticamente saldrán más directores que se equiparen a los mejores de antaño.
No, no suelo verlas. Son experiencias vitales pasadas de las que quedan retazos en el recuerdo, donde se mezclan las imágenes rodadas con momentos relacionados con el rodaje o con la vida, indistintamente. Hay imágenes que parecen navegar fuera de la pantalla, que han conseguido emanciparse de todo contexto, como esos personajes que tienen existencia fuera de los libros, como Don Quijote o la criatura de Frankenstein. Hay sensaciones específicamente cinematográficas, emociones que sobrepasan los cauces de la narración. Bastan unas cuantas para que una película ocupe lugar en la memoria más allá del tema o del argumento.
Incomprendidas son casi todas las mías en el momento de su aparición. Luego, con el tiempo, ocupan su lugar. Véase la última (hasta ahora)
Suelo alquilar películas en DVD y ver una, dos o ninguna a la semana en los cines. Aunque, ahora, estoy yendo más al teatro. Pero depende, como la lectura, de que esté escribiendo y necesite evitar que otras historias interfieran mi trabajo.
Precisamente es rodar lo que me da energía.