De pasar el confinamiento en 35 metros cuadrados a vivir en Villaverde: "Al menos tengo para pagar el alquiler"

Carmen pasó el confinamiento con su marido y sus tres hijos en una buhardilla de 35 metros cuadrados.
Carmen pasó el confinamiento con su marido y sus tres hijos en una buhardilla de 35 metros cuadrados.
Jorge Paris
Carmen pasó el confinamiento con su marido y sus tres hijos en una buhardilla de 35 metros cuadrados.

El 2020 era el año de Carmen. O eso creía ella. Después de sufrir un desahucio en 2018 y conseguir salir de un albergue municipal para personas sin recursos -que todavía, dice, le trae pesadillas-, el día de reyes del pasado año firmaron el contrato del que iba a ser su nuevo piso: una buhardilla en el barrio de Las Letras en la que viviría con su marido y sus tres hijos de dos, tres y siete años. La única pega, recuerda, era su tamaño, pues solo contaba con 35 metros cuadrados, aunque era optimista con saber aprovechar el espacio.

Sin embargo, el coronavirus provocó un estricto confinamiento domiciliario que comenzó en marzo y duró semanas. La buhardilla se convirtió en una especie de jaula. Para más inri, a Carmen la despidieron y a su marido le metieron en un ERTE que socavó los ingresos familiares. Cuando 20Minutos contó su historia a finales del mes de abril de 2020, ya alertaba de su mala situación económica, que se sumó a la situación de estrés provocada a los niños por el pequeño espacio en el que vivían. Su única forma de contacto con el exterior era una ventana en lo alto del techo que hoy ya no pueden ver.

“Nuestra situación empeoró los meses siguientes”, cuenta hoy Carmen, que explica que su vida y la de su familia “ha tenido cambios enormes. Los pagos del ERTE a su marido se retrasaban ‘sine díe’, lo que les obligó a abandonar el piso. De nuevo, otra oportunidad frustrada. “Nos quedaban pocos ahorros y el 31 de julio le entregamos el piso a su dueño”, recuerda. Su nuevo destino fue un apartamento situado en San Cristóbal, un barrio obrero de Madrid, de más tamaño. “La buhardilla no era digna”, opina. “Nuestro dinero se terminó agotando y tuvimos que buscar un alquiler fuera del barrio para acceder de nuevo a una vivienda”, explica.

El cambio ha sido “fuerte”, ya que dice que su nuevo barrio “está abandonado por los servicios sociales”. Es más, cuenta que la trabajadora social que le corresponde no le dio cita de julio a diciembre. “Te entra rabia al sentir la diferencia entre los barrios de Madrid”, declara. El cambio, valora, ha sido obligado: “Es un piso totalmente antiguo, más grande, pero más abandonado. Cuando llegó Filomena [en referencia a la nevada que asoló Madrid los primeros días de enero de este año], casi la pasamos sin luz”. Y es que, asegura que el barrio es “inseguro” y recalca que “está abandonado en su totalidad por parte de los servicios sociales”.

No obstante, encara el futuro con optimismo, puesto que ya ve brotes verdes. A su marido le han sacado del ERTE y ella sigue buscando un trabajo con el que pueda compatibilizar la educación de sus tres hijos. Se resigna contando esto. “Nos toca sobrevivir, no vivir, porque no puedo volver a una casa que no puedo pagar”. Tampoco, dice, “volver al albergue” en el que estuvieron años atrás. Allí vivieron después de que en 2018 les desahuciaran de otra vivienda y fueran estafados al alquilar un piso en Vallecas. Lo pagaron con todos sus ahorros y al llegar el día de la entrega de llaves se encontraron con otras siete familias en su situación. No les quedó, pues, otro remedio que aceptar irse a unos barracones en Tres Cantos.

“Lo llaman casa de acogida pero es una casa de locos”, dijo a este diario durante el confinamiento, recordando que la Policía tenía que ir “cada dos por tres” a ese “verdadero infierno”. Eso sí, todo quedó en el pasado y ahora saca lo positivo: “Lo bueno es que, al menos, tengo para pagar el alquiler y estoy convencida de que encontraré trabajo”. Y es que, espera que su nueva normalidad sea también una buena normalidad: “A pesar de todo, no perdemos la esperanza de volver a nuestro barrio, reencontrarnos con nuestros vecinos y caminar sin temer que nos puedan asaltar, aunque veo lejano llegar a obtener una vivienda digna y accesible, si la crisis sigue en aumento y no se otorgan herramientas que nos faciliten el empleo".

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