Artes

Georgia O'Keeffe: decirlo con flores

Retrato de la artista Georgia O'Keeffe.
ALFRED STIEGLITZ

"La mayor parte de la gente en la ciudad corre tanto, que no tiene tiempo de mirar flores. Quiero que las miren, lo quieran o no", afirmó en alguna ocasión Georgia O´Keeffe (1887-1986). Objetivo cumplido: más de un siglo después de su muerte, el mundo sigue admirado por la belleza con la que representó lirios, amapolas o narcisos. Un amor por la naturaleza que atraviesa toda su obra, incluso cuando pintaba Nueva York, cuyos rascacielos parecían servir de excusa para recrearse en el cielo, las nubes o los reflejos del sol y la luna.

Cuenta a 20minutos Marta Ruiz del Árbol, comisaria de la exposición abierta al público en el Museo Thyssen hasta el 8 de agosto, que "también al principio de su carrera, cuando era una artista abstracta, las formas y colores estaban influenciadas por esa fuerte conexión con la naturaleza".

Entre abstracción y figuración

En los primeros años dedicada a la pintura, cuando trabajaba como profesora de arte en Carolina del Sur y Texas, creó obras abstractas que pronto la convirtieron en pionera del modernismo estadounidense. 

"Cuando empieza a hacer arte abstracto en 1915, todavía no había muchos artistas que hubieran abandonado completamente la figuración. Sorprendió con sus primeros cuadros a la élite cultural y artística de Nueva York. Por aquel entonces, Manhattan no era el centro artístico por antonomasia que puede ser hoy en día, sino que se miraba mucho a lo que estaba sucediendo en Europa. Que Georgia O´Keeffe, una artista que nunca había salido de EE.UU, hiciera una obra tan revolucionaria, tuvo mucho impacto en el desarrollo del modernismo del país", explica la comisaria.

Sin embargo, O'Keeffe vive 98 años y su trayectoria artística abarca seis décadas, por lo que en su obra, además de por esa conceptualización del entorno a través de las líneas y las tonalidades, también fue ampliamente reconocida por sus pinturas figurativas, especialmente aquellas sobre flores, huesos y desiertos.

"Cuando le interesa se vuelve más concreta. Parece que representa con calidad casi fotográfica detalles de la realidad y en otras ocasiones se aleja de esa visión más real para, como ella dice, poner las formas y los colores a dialogar, a cantar", apunta Del Árbol.

'Cabeza de carnero, malva real blanca. Colinas', óleo de la artista Óleo de Georgia O'Keeffe.
GEORGIA O'KEEFFE / MUSEO NACIONAL THYSSEN-BORNEMISZA

Flores sin género

Los críticos de la época se empeñaron en afirmar que las flores dibujadas por la artista americana representaban, a través de un "simbolismo velado", el sexo femenino. Consciente de ese "malentendido", O´Keeffe rechazó en repetidas ocasiones tal interpretación. No es que renegara de la feminidad implícita en muchas de sus obras, pero sí se oponía al reduccionismo de aquellas apreciaciones. El erotismo de sus pinturas estaba al servicio de una ambición artística mayor. En cualquier caso, como señala Didier Ottinger en el catálogo de la exposición, no renunció a "decirlo con flores".

"Es la primera artista que consigue alcanzar una cota de fama, que puede vivir de su arte. Desde que empieza a pintar hay mucho interés por parte de los críticos de ver cómo pinta una mujer. ¿Es distinto a lo que se hace un hombre? ¿Qué expresa? El símbolo de la mujer independiente y liberada sexualmente que ella encarnaba se trasladó a sus obras. Es cierto que las flores son los órganos sexuales de las plantas y eso es incontestable. Sin embargo, las obras tienen muchos más matices, por eso negó las lecturas psicoanalíticas tan propias de la época", aclara Marta Ruiz del Árbol.

'Lirio blanco', óleo de la artista Georgia O'Keeffe.
GEORGIA O'KEEFFE / MUSEO NACIONAL THYSSEN-BORNEMISZA

Calaveras y desierto

Georgia O'Keeffe siempre viajó. Primero por Estados Unidos y, en el último tercio de su vida, por el resto de continentes. España, según contaba su amiga Anita Pollitzer, era "el país de sus sueños", pero fue en Ghost Ranch, Nuevo México, donde estableció su campamento base. 

"Por cuestiones familiares, por enfermedades o por estudios, es viajera desde muy pequeñita. Al mismo tiempo, cuando llega a sus destinos, tiene una pasión por andar. Leyendo sus cartas te das cuenta de cómo conecta esos paseos y esos viajes con las obras que vienen después. Es como si necesitase el movimiento para empezar a crear", comparte Del Árbol.

A Nuevo México viajó por primera vez en 1929. Llegó allí, explica la comisaria, "un poco hastiada con su vida y con su arte. Buscaba conectar con la naturaleza y descubrir cosas nuevas. De repente, ese lugar tan árido e increíblemente sorprendente por las formaciones geológicas, donde parece que la presencia del hombre apenas ha cambiado el paisaje, a ella le fascina". 

En 1940 compró una casa, Rancho de los Burros, entre acantilados rocosos y el valle del río Chama. Allí reconvirtió su coche en un taller con ruedas y recorrió la región. El paisaje espectacular y la presencia de la cultura nativa americana señalaron una nueva dirección en su arte. 

"Es un momento en el que los artistas estadounidenses están buscando un estilo que no sea tan heredero del europeo. Indagan en sus propias raíces, en lugares donde no es tan fuerte la presencia de la civilización occidental, donde hay todavía costumbres ancestrales o donde simplemente es la naturaleza virgen la que te dota de herramientas para crear algo nuevo", concluye Marta del Árbol.

'Estramonio. Flor blanca', óleo de Georgia O'Keeffe
GEORGIA O'KEEFFE / MUSEO NACIONAL THYSSEN-BORNEMISZA / EDWARD C. ROBISON III

"He recogido flores allí donde las he encontrado. He recogido conchas y rocas y trozos de madera en los lugares en que había conchas y rocas y trozos de madera que me gustaban. Cuando en el desierto encontré los hermosos huesos blancos, los recogí y me los llevé a casa también…", confesó la artista americana. 

Huesos, calaveras y cuernos de animales muertos que llevaba consigo para poder seguir pintándolos cuando pasaba temporadas en Nueva York. Una conexión con los restos óseos que, como las flores, representaban para ella los ciclos de la naturaleza: la vida, la muerte y el renacimiento. La inmanencia y la trascendencia. El eterno retorno.

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