Borja Terán Periodista
OPINIÓN

Carmen Sevilla: el poco valorado arte que escondía su forma de guiñar el ojo a cámara

Perfil sobre la trayectoria de Carmen Sevilla
Carmen Sevilla sacando un teléfono de su bolso en 1972 durante el creativo especial '360 grados' de Valerio Lazarov
Carmen Sevilla sacando un teléfono de su bolso en 1972 durante el creativo especial '360 grados' de Valerio Lazarov
RTVE
Carmen Sevilla sacando un teléfono de su bolso en 1972 durante el creativo especial '360 grados' de Valerio Lazarov

En 1965 el estudio número 50 de la cadena CBS, en pleno Broadway, se paralizó. El gran show de Ed Sullivan, que allí se grababa, acogía la visita de una desconocida española que iluminó el plató con un especial magnetismo. Su nombre, Carmen Sevilla. La artista bailó, cantó en directo e incluso dio las gracias "por la oportunidad" en inglés. Fue su debut ante la audiencia norteamericana, en el mismo programa que catapultó a The Beatles en Estados Unidos.

Carmen de España sedujo a la cámara y el realizador del programa cerró bien el plano atónito con la telegenia de la rotunda expresión de sus ojos. Porque Carmen Sevilla soportaba el primerísimo plano con una modernidad que alcanzaban pocas folclóricas de la época. Porque ella era la mejor modernidad, la que lo es sin saberlo: la ingenua modernidad. Pero, candideces aparte, Carmen había contado con la astucia para aprender la actitud de la mirada a cámara. Había aprendido del cine que detrás de ese aparato estaba la persona con la que la artista debía comunicar de tú a tú: la audiencia, a la que guiñaba el ojo a menudo. Un gesto que Carmen nunca dejó de hacer. Aunque para algunos fuera un tic casposo. Nada que ver. En realidad, el guiño del ojo escondía una herramienta visible con la que construía una todopoderosa complicidad con el público. El guiño significaba y recordaba que estaba pendiente del televidente, sin divismos, como una más.

Así, Carmen Sevilla traspasaba siempre la pantalla con su rotunda capacidad para comunicar, daba igual el formato. Carmen fue multipantalla antes de existir la multipantalla: en cine, como protagonista de una larga lista de películas; en televisión, como cantante, actriz y presentadora, e incluso en publicidad, donde protagonizó variopintos anuncios. Guiñando sonrientemente bien el ojo. Todo el rato. Siempre. Como en esta clásica publicidad para asentar Coca Cola en la España de los años sesenta. 

Aunque el más mítico y pegadizo spot de Carmen Sevilla es el de los televisores Phillips. "Familia Phillips, familia Philiz", cantaba ella jugando con su ingenuo descaro.

Y gracias a los televisores, Carmen abrazó una vertiginosa popularidad. Muy unida al creativo y osado realizador Valerio Lazarov. Con él protagonizó vanguardistas tele-musicales como un 360 grados en torno a..., en 1972, donde Carmen ya llevaba metido un teléfono en el bolso. Eso sí, un teléfono de aquellos de rosca.

Dos décadas más tarde, ya en los noventa y después de su retirada, Lazarov la recuperó cuando dirigió los primeros años de Telecinco. El realizador del 'zoom' llamó a queridas glorias de nuestro star-system como reclamo para lanzar la segunda cadena privada en España, después de Antena 3. Con Carmen Sevilla no se equivocó cuando decidió que fuera la mujer al frente del Telecupón. O, como decía ella, 'Mi Cuponsito'.

La táctica fue redonda: Lazarov tuvo claro que la única forma de que no fuera un lastre ese compromiso con la lotería de los accionistas de la nueva cadena era provocar un show que disfrazara el sorteo. Para conseguirlo, mutó lo que podía haber sido una simple y protocolaria retransmisión lotera de la ONCE en una cita diaria de entretenimiento para ver la espontaneidad imprevisible de Sevilla.

Cuando firmó el contrato con Telecinco y descubrió su sueldo, Carmen pensó que tendría una remuneración mensual decente. De lo que no se había percatado es que, en realidad, el caché que estaba rubricando lo cobraría a diario, por cada emisión de su programa. Era un tiempo en el que la tele se pagaba muy bien y, años más tarde, Carmen Sevilla contaba con gracia esta anécdota. 

Ahí estaba la lección de Carmen Sevilla y que atesoran sólo las grandes comunicadoras: la generosidad transparente en directo o en diferido, compartiendo casi incontrolablemente sus vivencias, sus dilemas y hasta verbalizando sus defectos con el público. O lo que le habían dicho que eran defectos, que es diferente. Si salía en directo con zapatillas de andar por casa, ella bromeaba sobre su despiste. No pasaba nada, las imperfecciones nos hacen especiales cuando no nos acomplejan.  Las incorporaba con naturalidad al relato del programa, lo que la hacía más identificable en el público. Era un icono nacional que se hacía más grande porque se parecía demasiado a todos. Era de andar por casa.

En pleno boom de su nueva popularidad, en 1997, Sevilla se marchó a Antena 3, allí protagonizó una serie que fracasó Ada Madrina pero, también, presentó un programa nostálgico que regaló momentos memorables. El mejor, el día que Carmen aprendió a fumar puros de la mano de Sara Montiel. Dos divas del instinto del espectáculo juntas. De hecho, una vez más, Carmen supo ser tan traviesa como el espectador delante de esa cámara a la que guiñaba el ojo. Esta vez, casi ahogándose con el humo del puro. Era lo que esperaba el público de ella. Y ella lo sabía. Y se lo regaló con su entrañable intuición de showoman, que no siempre se le ha valorado como debería. 

Su último gran trabajo en televisión fue en Cine de Barrio de TVE. Ahí compartió pantalla por última vez con Concha Velasco. Estuvo seis años al frente de la sesión cinematografía de la tarde de los sábados en La 1. Un programa al que llegó con polémica, pues sustituyó sin avisar a su amigo José Manuel Parada. Por supuesto, en este veterano formato la presentadora no dejó atrás su clásico y recurrente guiño de ojo a cámara como infalible forma de buscar la conexión con su espectador. Hasta cuando estaba perdida en un largo guion editado a trozos. Allí se reencontró con las figuras del mismo cine del que ella fue gran estrella. Una de nuestras grandes estrellas de todos los tiempos. Los realizadores no necesitaban ni cambiar de encuadre, Carmen aguantaba como pocas el plano secuencia a través de su arrojo interpretativo:

Un cine de barrio que nos retrató como país, como lo hizo también la propia Carmen que fue desaprendiendo a la vez que su público rígidos prejuicios culturales hasta alzarse en la querida maestra del complicado arte de la espontaneidad. Esa empática espontaneidad con la que fue capaz de transformar un error en felicidad colectiva.

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Periodista

Licenciado en Periodismo. Máster en Realización y Diseño de Formatos y Programas de Televisión por el Instituto RTVE. Su trayectoria ha crecido en la divulgación y la reflexión sobre la cultura audiovisual como retrato de la sociedad en los diarios 20 minutos, La Información y Cinemanía y en programas de radio como ‘Julia en la Onda’ de Onda Cero y 'Gente Despierta' de RNE. También ha trabajado en ‘La hora de La 1' y 'Culturas 2' de TVE, entre otros. Colabora con diferentes universidades y es autor del libro 'Tele: los 99 ingredientes de la televisión que deja huella'.

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