Borja Terán Periodista
OPINIÓN

Adiós a Laura Valenzuela: las lecciones de la primera gran presentadora de TVE

Laura Valenzuela
Laura Valenzuela
TVE
Laura Valenzuela

Laura Valenzuela nunca tuvo referentes y, sin embargo, demostró una brillante intuición para entender un nuevo medio de comunicación que todavía nadie sabía muy bien de qué iba. Cuando le describieron el invento, a Laura le pareció magia. Le explicaron: "mirarás a ese cristal (el objetivo de la cámara) y desde otro cristal (la pantalla) te podrán ver desde las casas". Era 1956, la televisión acababa de nacer en España y ella acudió al casting en aquel chalet del Paseo de la Habana con la única intención de trabajar en una caja en la que, decían, dentro hablaban unos monigotes.

Por suerte, Valenzuela no actuó como un monigote en aquella audición y sorprendió con su capacidad de improvisar sin dejar de mirar a cámara e incluso preguntando a ese invisible público qué tal estaba. En un tiempo de locutores engolados y oficialistas, ella se acordó de hablar al espectador con naturalidad. Y, claro, quedó contratada. Sin poder fijarse en nadie porque no tenía referentes previos a los que imitar, Valenzuela fue más moderna que la propia televisión del momento a la hora de comunicar, priorizando la complicidad con el público que un discurso artificial.

Aquel casting ya se emitió en directo, pues todo se emitía en directo. La tele aún no se podía grabar con aquellos rudimentarios equipos de finales de los cincuenta. Se realizaba como una función de teatro. Y en su estreno delante de la cámara tuvo que presentar a un bailarín, que no lo hizo demasiado bien. Pero ella siguió conversando con el espectador con la naturalidad que merecía el momento. Acababa de comenzar la carrera de la primera gran presentadora de la televisión en España. Al principio, lo mismo comunicaba, que decoraba, que recogía el plató. Todo el mundo hacía todo en una tele muy artesanal. 

Pero en 1964 ya se estrenaron los Estudios de Prado del Rey. La primera vez que entró al mítico Estudio 1, entonces el plató más grande de Europa, Valenzuela sintió que estaba en Hollywood. Allí haría numerosos programas a lo grande, el más icónico 'Galas del Sábado' con Joaquín Prat.  Enrique de las Casas y Fernando García de la Vega fueron los responsables de un formato que sigue siendo moderno hoy. Contaba con un desarrollo narrativo que buscaba conectar con la ironía inteligente del espectador. Fue tal el éxito, que los teatros y cines sufrieron su emisión. Las salas se quedaban vacías porque la sociedad se quedaba en casa para ver con qué les asombraban cada sábado noche. De eso iba este varietés: no era una gala convencional, cada programa y cada actuación proponía una sorpresiva historia donde no se temía en exceso la imaginación. Tampoco jugar con la mordacidad. 

Laura Valenzuela y Joaquín Prat en el Estudio 1 de Prado del Rey
Laura Valenzuela y Joaquín Prat en el Estudio 1 de Prado del Rey
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Y para tal cometido, la espontaneidad que dejaban fluir la pareja de presentadores era crucial. Ya desde la sintonía inicial, cantada por ellos mismos, se evidenciaba una química que conectó con todo el país. Enrique de las Casas hasta empezó a dejarlos en el fondo del plano durante algunas actuaciones musicales, para que el público pudiera ver su reacción ante los artistas. Pero, además, el programa rompía con la cuarta pared, mostrando las tripas de la tele, los pasillos del techo del estudio 1 y lanzándose a la creación de escenografías para enriquecer las tramas del programa. El show narraba una historia de principio a fin casi como si de una serie o, mejor dicho, una sitcom se tratara. No era un espacio encorsetado en lo políticamente correcto. Los presentadores eran traviesos entre sí, con sus invitados y viceversa. 

Unos invitados ansiosos por asistir al programa de La 1. El motivo de este interés: no sólo les servía para promocionar su arte, también para mostrarlo al país desde un contexto especial. Y es que las propuestas escénicas de 'Galas del Sábado', por muy desconocido que fuera el intérprete, solían ser puro espectáculo. La televisión descubría sus posibilidades y en este formato eran unos kamikaces de la creatividad. Hasta no dudaron en adelantarse al suspense de invitados-cebo que la audiencia descubría "en vivo" su nombre. ¿Quién estaba detrás de Pepa Bandera?, especulaban para luego descubrirlo con entrañable épica. 

Con más experiencia en televisión que Joaquín Prat, curtido en radio, Laura Valenzuela contagiaba a Joaquín de su intuitiva forma de entender la televisión. Siempre pendiente del espectador. Le escuchaba aunque no le viera. Era la maestra de ceremonias infalible. De ahí que fuera la elegida para conducir la única edición de Eurovisión que se ha realizado en España, en 1969. En el madrileño Teatro Real, España y TVE se jugaba mucho de cara a su imagen en el exterior. A Laura le pusieron al final del patio de butacas un semáforo. Sí, como los de la carretera: si estaba en verde significaba que todo iba bien, si se iluminaba de ámbar debía hacer tiempo porque algo se estaba torciendo en la emisión y si, finalmente, se ponía en rojo: se mascaba la catástrofe en directo ante todo Europa. En rojo aquel semáforo nunca llegó a prenderse, pero el naranja parpadeó. No se notó el fallo, para tal circunstancia Valenzuela se había aprendido la historia del Teatro Real para contarla y hacer tiempo mientras se arreglaba la técnica. Hizo que pareciera fácil lo difícil con una seguridad cargada de rigurosa empatía. 

Pero en el año 1971, la maestra de las presentadoras abandonaba la televisión porque se casaba, en una época en la que una sociedad machista consideraba que el matrimonio iba unido a la desaparición profesional de la mujer. Su despedida, entonces, también fue una lección de televisión. «¡Había pensado decir muchas cosas, pero creo que es suficiente con decir, de todo corazón, que gracias por el afecto y simpatía que me han demostrado, que les voy a echar mucho de menos, pero que soy muy feliz y creo que se alegrarán mucho!», explicó antes de cerrar el show musical ‘Canción 71’ junto a Tony Leblanc. Un emocionado adiós en el que la presentadora dejó claro su legado. En su despedida, tampoco dejó de mirar a su público. Tanto, que se fue caminando hacia atrás, sin parar de decir adiós con la mano. La cámara se iba, pero ella no cesaba de mirar y saludar a esa cámara hasta el último segundo. Podía haberse girado para marcharse, pero no le dio la espalda a la audiencia en ningún momento. La presentadora no había visto televisión antes de trabajar en televisión, pero, hasta en su adiós, ejemplifica esa apabullante intuición que demostró desde su primer día. Aunque casi se chocara con la pared del decorado, Valenzuela inventó la cercanía televisiva. Esa cercanía que nunca daba la espalda a su público, aguantando la mirada a cámara con una expresividad que comunicaba hasta sin decir nada.

Borja Terán
Periodista

Licenciado en Periodismo. Máster en Realización y Diseño de Formatos y Programas de Televisión por el Instituto RTVE. Su trayectoria ha crecido en la divulgación y la reflexión sobre la cultura audiovisual como retrato de la sociedad en los diarios 20 minutos, La Información y Cinemanía y en programas de radio como ‘Julia en la Onda’ de Onda Cero y 'Gente Despierta' de RNE. También ha trabajado en ‘La hora de La 1' y 'Culturas 2' de TVE, entre otros. Colabora con diferentes universidades y es autor del libro 'Tele: los 99 ingredientes de la televisión que deja huella'.

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