No se conservan registros sonoros de los últimos años de Clara Campoamor; nadie se preocupó por entrevistarla mientras envejecía en Lausanne, donde murió en 1972. La editorial Renacimiento compila 70 entrevistas que concedió durante su carrera política, pero ese periodo se interrumpe bruscamente en 1936, cuando tuvo que exiliarse. Desde entonces, el silencio sobre esta mujer se extendió como una manta mojada sobre un incendio recién iniciado, pesada y sofocante.
En los últimos años la etiqueta que le ha acompañado ha sido la de una apasionada feminista, la diputada que logró el voto para las mujeres: algo cierto y justo, de lo que ella se enorgullecía, pero que corre el riesgo de relegarla, en el momento político demencial que estamos viviendo, a una pieza en la dialéctica de géneros. Se olvida así algo esencial; en la lucha por la igualdad lo que logró Clara Campoamor fue una democracia plena, el derecho universal al voto, la conquista de un sufragio universal eternamente negado.
En la lucha por la igualdad lo que logró Clara Campoamor fue una democracia plena, el derecho universal al voto
Esta semana Correos presentaba el primer sello de su iniciativa 8M todo el año, y lo hacía con la efigie de Clara que fue, en sus innumerables oficios alimenticios, telegrafista por oposición, es decir, trabajadora de la casa. Tiene ahora su propio sello. El 30 de abril se cumplían los cincuenta años de su muerte, una oportunidad espléndida, a la espera de la exposición que le dedicará la Biblioteca Nacional en julio, para que aparezca en los textos escolares, para acercarnos a su figura y rendir un homenaje sin fisuras. Que hora ya es.
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