La vida-poesía de Alejandra Pizarnik

La poeta argentina Alejandra Pizarnik.
La poeta argentina Alejandra Pizarnik.
SARA FACIO
La poeta argentina Alejandra Pizarnik.

"En sus diarios íntimos se constata, por un lado, la vida que vivió y, por otro, la que contó", escriben Cristina Piña y Patricia Venti en Alejandra Pizarnik: Biografía de un mito (Lumen, 2022). Textos inéditos en los archivos de Princeton y la edición en 2013 de una versión más completa de sus diarios permiten a las autoras trazar puentes entre la confusa línea que separaba el mundo real de la poeta argentina y sus anhelos ocultos.

Poeta maldita

Alejandra Pizarnik (1936-1972) miraba y veía a través de la literatura, pues la experiencia real le parecía tan solo "una imitación de vida" que no estaba a la altura de sus propios deseos. Influida por la escritura surrealista de Baudelaire, Breton, Mallarmé o Artaud, Pizarnik adoptó rasgos propios de los poetas malditos en la búsqueda de una "suprarrealidad" que diera paso al inconsciente y lo onírico, le permitiera adentrarse en su propia subjetividad y liberara su potencia creadora.

Esa "imposibilidad de conjugar la exigencia de absoluto que se le atribuye a la tarea poética con las limitaciones de la experiencia vital", señalan las autoras, la llevó a la muerte. Pero el malditismo que rodeó la figura de Alejandra Pizarnik no era tan solo un halo estético. Los terrores provocados por las palizas que su madre le propinó de pequeña, el asma, una dismorfofobia que le hacía verse gorda, su adicción a las pastillas, la tartamudez o su amor oculto por las mujeres fueron tan solo algunos de las espinas que definieron ese "personaje" con tendencias masoquistas.

Poesía completa, de Alejandra Pizarnik

‘Poesía completa’ 

  • Lumen
Alejandra Pizarnik fantaseaba con hacer de sus versos su vida. "Ojalá pudiera vivir solamente en éxtasis, haciendo el cuerpo del poema con mi cuerpo” son dos frases que aparecen en 'El deseo de la palabra', publicado tras su muerte. Para Cristina Piña y Patricia Venti ese anhelo de materializar su poética es clave para entender su escritura poética. En esta edición de Lumen quedan recogidas todas sus obras.

Deseo de ser otra

En su casa la llamaban Buma, Flora, Blímele, Alejandra, Sasha. "Cinco nombres para un mismo desamparo", escriben Piña y Venti en el arranque del libro. La poeta siempre quiso ser distinta a todas esas "alejandras" que convivían en ella. En un momento de su adolescencia pidió a todo el mundo que la llamaran simplemente por su nombre. Pero el camino para construir una identidad diferente era todavía largo. 

Buscaba "desfundarse, desnombrarse, crearse otra en la escritura". Ya en su primer poemario, publicado cuando tenía 19 años, La tierra más ajena, hace referencia a su extranjería por ser hija de inmigrantes ucraniano-judíos y también a su condición de recién llegada a la poesía. En los siguientes libros, sin embargo, dejará de compartir retazos de su mundo real, la familia y la escuela.

Y, poco a poco, esos esfuerzos por "ser otra" -o ser simplemente una, sin la marca de lo extraño- dieron algunos frutos: convirtió su tartamudez en un deje al hablar que "explotaba con gran sabiduría, como un elemento más de la peculiar seducción que ejercía sobre quienes la rodeaban". 

También combatía los complejos sobre su apariencia sumergida en ese mundo fascinante que fue para ella la palabra poética, una nueva "instancia privilegiada de realización personal" en la que poder reinventarse. Una búsqueda al margen de las convenciones impuestas por esa sociedad burguesa a la que pertenecía. Una huida, asimismo, de esa identidad sexual fija que se conoce a través de sus diarios, pero no de su poesía.

Hasta el fondo

"Estoy maldita y quiero morir", escribió la poeta. Pizarnik no temía dejar este mundo, pues sabía que "la otra", la poeta, ya aprehendida en el papel, no moriría. Quizá tenía esperanzas de que en el más allá pudiera encontrarse consigo misma, conocer su verdadera identidad. "Yo quisiera morirme, sabés, para saber qué hay después de la vida, cómo es la muerte, qué es la muerte. ¿Cuándo me moriré para saberlo de una vez?", se preguntaba en otra ocasión.

En Los trabajos y las noches (1965) los poemas amorosos son asimilados a la experiencia de la muerte. Dos pulsiones enfrentadas -Eros y Tanatos- y alimentadas por su miedo a la locura. Un terror que en ocasiones la hacía dudar de sus propios deseos: "Una noche fue tan fuerte mi temor a enloquecer, fue tan terrible, que me arrodillé y recé y pedí que no me exiliaran de este mundo que odio, que no me cegaran a lo que no quiero ver, que no me lleven adonde siempre quise ir". 

En su segundo intento de suicidio escribió a su amigo Julio Cortázar: "Julio, fui tan abajo. Pero no hay fondo". Casi dos años más tarde, el 25 de septiembre de 1972, cuando la encontraron sin vida en su apartamento de Buenos Aires, en el pizarrón se podía leer: "No quiero ir nada más que hasta el fondo".

La muerte invadió la vida y la literatura de la poeta y en sus versos, diarios y cartas dejó pistas de ese cortejo. Quizá por eso, señalan Piña y Venti, los poemas de Alejandra Pizarnik siguen fascinando a los lectores que se acercan a ellos, "percibidos como si hubieran sido escritos póstumamente".

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