Reportaje

Dos días en el hospital con 'Romashka', la 'madre' de los soldados heridos en el frente

Romashka atiende a un soldado herido en el hospital de campaña
Romashka atiende al joven Sania en el hospital
Olha Kosova
Romashka atiende a un soldado herido en el hospital de campaña

"Tranquilo, Sania". La voz de Romashka calma a Sania, un joven soldado de unos 23 años que a duras penas logra colocarse en la máquina de rayos X en la que ha acabado después de que esta mañana recibiese un tiro en el frente. Antes, le pone los calcetines para que no tenga frío. Mientras la enfermera hace la radiografía irrumpe el vozarrón del comandante, de unos 60 años, al que también intenta calmar Romashka.

- No se preocupe, está bien y ha comido pierogi (empanadillas).

- ¡Ni pierogi, ni leches! No pongáis nervioso al abuelo tan temprano, ahora estaré de mal humor por tu culpa, Sania. ¡Los pierogi, cuando mejore!

El 'abuelo' continúa su regañina irónica al pobre soldado, pero se le nota la preocupación y el cansancio. "Romashka, ayúdale a ponerse una camiseta limpia y los pantalones", dice el comandante. "Claro, así estaré guapo y limpio para que me roben", ironiza el joven que sonríe junto a la enfermera.

Estamos en un hospital en el este de Ucrania en el que los médicos  ofrecen primeros auxilios a los caídos en el frente, una línea de colisión entre las tropas rusas y ucranianas situada a pocos minutos de este centro y a la que conocen como "línea cero". Por seguridad, no nos permiten revelar el emplazamiento real. Este era un hospital provincial, tranquilo, con médicos de la tercera edad, pero ahora rezuma dinamismo militar. Y aún así se respira cierta familiaridad. Las lágrimas y las tragedias del frente coexisten con ratos de alegría y comicidad en los que se escuchan historias que dan para hacer una película. Como la historia de Romashka.

"Romashka (Camomila, en castellano) es la luz de este sitio", dice April, una doctora voluntaria de Estados Unidos que vino para estar un mes. Luego no pudo irse y ahora pasa sus ratos libres buceando entre sus apuntes para aprender ucraniano y entender a la gente. “¿Que quién es? Es la madre de todos los soldados. Les trata como a sus propios hijos. A todos nosotros nos da optimismo y tranquilidad”, añade el canadiense Jay, otro de los médicos voluntarios que trabaja junto a los sanitarios ucranianos. 

Sania, en la camilla preparado para recibir su cura por Romashka
Sania, en la camilla preparado para hacerse la radiografía

Aunque todos la conocen aquí como Romashka, esta mujer de 53 años se llama realmente Oksana y es una experimentada médica militar. Hace 32 años dejó su país natal, Tayikistán, para refugiarse en Ucrania y ahora dice que esta nación es “la suya”. Su hermano mayor estuvo en Afganistán, le hirieron, y eso la empujó a dedicarse a la medicina. 

Pero en este hospital no solo ofrece asistencia sanitaria. Va más allá de la medicina. Tiene todo bajo su control y no para quieta: acude a recibir 670 kilos de ayuda humanitaria, distribuye regalos y juguetes a los niños de la zona, vigila que los soldados estén alimentados, con ropa limpia, les pone calcetines, les ayuda a levantarse. Es una mujer bastante estricta, pero siempre encuentra un par de palabras cariñosas para los soldados. "Mis conejitos”, “cielo”, “cariño”. Y les sigue el rollo con las bromas. A un chaval de 19 años le ha prometido casarse con él... “si su mujer está de acuerdo”. 

Un soldado de 30 años se acerca a abrazarla. "Es mi hijo y comulga hoy en la iglesia local”, explica Romashka, que hoy se ha puesto vestido y taconazo para la ocasión. Su hijo se llama Iván y no es realmente su hijo. Cuando empezó la guerra se alistó para defender a su país y ahora colabora con el regimiento Azov y con otros batallones para enseñarles los secretos de una región que conoce al dedillo. Su pueblo ya no existe. Un bombardeo lo borró del mapa. "He perdido mi casa y todo lo que había dentro", dice. 

Romashka junto a Sania, durante su comunión
Romashka junto a Ivan, durante su comunión

Iván ha sufrido ya dos contusiones durante la Guerra pero cuando le hospitalizaron fue por una inflamación de estómago, a causa del estrés, que le produjo vómitos con sangre. "Le conocí en el hospital hace un mes, estaba casi llorando en una esquina”, relata Romashka. "Me acerqué y le pregunté qué le pasaba. Me dijo que había perdido a su último hermano y ya no tenía a nadie. Le pregunté si le gustaría ser mi hijo y me dijo que sí. Así nació nuestra familia del frente".

La madre de Iván murió de cáncer hace siete años. Al empezar la guerra los rusos ocuparon el pueblo donde vivía el resto de su familia. Las tropas empezaron a preguntar a la gente si conocían a familiares de soldados ucranianos. Los colaboracionistas señalaron la casa de su padre. Fueron hacia allá y mataron a su padre, a su primo mayor, violaron a su tía y al hermano lo colgaron en la escuela local. "Así me convertí en huérfano", comenta Iván.

Mataron a su padre, a su primo mayor, violaron a su tía y al hermano de Iván lo colgaron en la escuela local

Una llamada interrumpe la pequeña y bonita ceremonia en la iglesia.  "Doscientos", dice. En lenguaje militar significa un soldado fallecido. Ha llegado el cadáver y Romashka es la responsable de recibirlo. La primera vez que pisó la morgue se encontró siete muertos tirados en el suelo. Se sintió fatal por esa escena. Desde entonces, recibe los cuerpos, los limpia, recoge sus partes, mira los tatuajes, intenta investigar la historia de los fallecidos e intenta devolverles la dignidad y mostrarles el respeto que merecen. El hombre que ha llegado hoy tenía 45 años, fue comandante de su batallón. Le rodearon los rusos y consiguió salir lanzando una granada. Pero el destino a veces hace bromas crueles. Al salir, fue bombardeado por un misil ruso y la metralla destruyó sus pulmones y corazón.

El cuerpo del comandante de 45 años fallecido en el frente, a su llegada al hospital.
El cuerpo del comandante de 45 años fallecido en el frente, a su llegada al hospital.
Olha Kosova

“Los soldados que me traen los cuerpos se sienten fatal. Pero yo me pongo dura, hago mi trabajo y no dejo que vean mi estado de ánimo. Al terminar, me arrodillo ante ellos y les doy las gracias por lo que hacen por nosotros, por mantener el cielo, por ser valientes y por ser nuestros héroes. Luego, cuando todos se van, me retiro a un sitio que por desgracia no puedo llamar 'mi favorito' a sentarme un rato”.

Su sitio son dos piedras cerca de la morgue. Allí se sienta cuando se queda sola y llora por "sus hijos" fallecidos. Como David, del regimiento Azov, que recibió un mensaje por teléfono de su padre. "Buenos días, mi querido hijo, te llamé ayer pero imaginé que no podías cogerlo. Agradezco a Dios que estés aquí. Te quiero mucho. Estoy tan orgulloso de ti. Gloria a Ucrania". Romashka lo recuerda como si fuera hoy mismo.  "El mensaje llegó cuando David estaba en mi mesa... en la morgue".

Romashka termina revelándome un secreto que nadie conoce el hospital. "Cuando empezó la guerra en 2014 no pude entrar en el Ejército porque padecía cáncer en estadio cuatro y estaba en quimio. Veía cómo los chicos iban al frente, morían en Donbás y no regresaban. Ahora es mi turno. El cáncer no es una sentencia, es un indulto. Dios me ha indultado para estar en este lugar. Tengo una deuda que pagar, he venido y la estoy pagando".

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