OPINIÓN

Diálogo

El expresidente de la Generalitat Carles Puigdemont y el presidente, Pere Aragonès, el pasado junio en Waterloo.
El expresidente de la Generalitat Carles Puigdemont y el presidente, Pere Aragonès, el pasado junio en Waterloo.
Sílvia Junyent / ACN
El expresidente de la Generalitat Carles Puigdemont y el presidente, Pere Aragonès, el pasado junio en Waterloo.

Hellen Adam Keller fue una escritora, profesora y activista política sordociega estadounidense. La primera de sus características en conseguir un grado universitario.

Promovió el sufragio femenino, los derechos de los trabajadores, el socialismo y fue una figura importante de la Unión Estadounidense por las Libertades Civiles. Una de las frases más célebres de esta inmensa mujer es la siguiente: “Una curva en la carretera no es el final del camino... a menos que no la tomes”.

A los 19 meses de edad, una enfermedad la dejó sordociega. ¿Cuántas curvas debió encontrar Keller en su camino? Muchísimas, ¿verdad? Las tomó todas, sabía dónde quería llegar. Sabía que, en la vida, muchas veces, la distancia más corta no es la línea recta, y que por eso están las “curvas”.

Solo el fanatismo que todo lo ciega consigue que la frase de Keller no te diga nada. El fanatismo, el no querer ver las curvas (la realidad) y la mentira como modus vivendi, que es lo que pasa en Catalunya, sobre todo a los seguidores con galones de Puigdemont y de su partido: Junts, aunque él diga que ya no es nadie en la organización postconvergente.

Waterloo y sus seguidores se oponen a cualquier atisbo de normalidad. Muchos llamamientos a la desobediencia, pero la mayoría de los suyos se lo mira desde las segundas residencias y con el estómago lleno".

En Catalunya, el 1 de octubre de 2017 fue una curva. Algunos no la tomaron pensando que era el final del camino, sin mirar a su alrededor. Todavía están ahí, petrificados, intentando vivir (¡y viven!) de los sentimientos.

Otros la tomaron y hoy están peleándose con la realidad para transformarla. Por eso están a favor, demandan y defienden el diálogo.

Waterloo y sus seguidores se oponen a cualquier atisbo de normalidad. Muchos llamamientos a la desobediencia, pero la mayoría de los suyos se lo mira desde las segundas residencias y con el estómago lleno. 

Su grupo en el Congreso es tan desobediente que ha votado el 63,5% de las veces con los que ellos llaman los represores, el PSOE. Uno se pregunta ¿hasta cuándo ERC va a aguantar tanta bravuconería?

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