Me gustan las calas solitarias y tranquilas, sí, todavía existen, encarnan mi ideal de playa, sin gente, sin chiringuitos, sin peleas por colocar la toalla en primera línea frente al mar y con la suficiente distancia de tus vecinos para que su presencia no se interponga entre tu vida y la suya.
Semanas antes de que llegue el verano, qué digo semanas, meses, empieza el bombardeo en las revistas femeninas para la puesta a punto de la operación pre-bikini.
Un sinvivir: hay que adelgazar, eliminar celulitis y agenciase por medios naturales o químicos un bonito tono bronceado, porque no es cosa de aparecer blanca como la leche. A la playa hay que llegar estupenda adelgazada y bronceada como las envidiables modelos que nos invitan a probar dietas mágicas y productos milagrosos. Y sí, claro que queremos estar como ellas, pero a ver quién es el guapo/guapa que lo consigue sin Photoshop.
Por eso mi foto favorita cada verano es, cuando arrecian los días de fuerte calor y las noticias escasean, ver en primera plana de los diarios y abriendo los informativos, una abarrotada playa mediterránea a reventar de gente feliz, que, sin complejos, pasean sus michelines y chapotean disfrutones en el agua sin preocupase de la talla del traje de baño. Es una imagen que me quita los complejos de golpe, me devuelve la tranquilidad y la confianza en la humanidad. La playa sin Photoshop es así. Como la vida misma. Realidad pura y dura. ¡Feliz verano!
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