Rebeca Marín Periodista y escritora
OPINIÓN

Periodismo D. E. P.

Imagen de archivo de un teclado de ordenador.
Imagen de archivo de un teclado de ordenador.
PIXABAY
Imagen de archivo de un teclado de ordenador.

Estoy cansada de escuchar día sí, día también "el periodismo está fatal", "sois basura", "los medios son unos vendidos" o "no me fío de ningún periodista" entre otras perlas. A mí, en la carrera, como a tantos otros y otras nos vendieron eso del cuarto poder, de la vigilancia del Estado, de contar la verdad, tú verdad, por encima de todas las cosas, de luchar contra la censura política y empresarial. Y muchos y muchas de nosotras hemos soñado, desde las aulas, en algún momento, con destapar mentiras y ganar un Pulitzer.

Luego sales al mundo real y te encuentras con que políticos y empresas controlan muchos medios porque sí, la información es poder, y si no díganselo a Villarejo, pero, sobre todo, es un derecho irrenunciable. Este artículo, lejos de ser cínico, que lo es, pretende ser esperanzador, porque todavía quedan periodistas que hacen su trabajo, que, a pesar de las dificultades, incluso de jugarse la vida –y con vida, no hablo solo profesionalmente, sino literalmente– cuentan la verdad, pese a quien pese. Periodistas en la trinchera, cada vez menos, pero cada vez mejores, porque luchar diariamente contra Goliats más fuertes te hace un David más grande, el mejor luchador de la historia.

El Watergate, los GAL, la pederastia por el Boston Globe, los papeles de Panamá, los gulags… y muchos más son ejemplos de que las cosas se pueden hacer bien. Corren malos tiempos para la lírica, y peores para el periodismo, pero, sobre todo, para la verdad, que se ha convertido en algo tan inusual y escurridizo que cuesta reconocerla. Hoy pienso en los que me decían, "no estudies periodismo que no hay salidas, hazte médico", pero viendo el panorama… es susto o muerte. Pues eso, D. E. P.

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