OPINIÓN

Las estaciones de tren

La segunda estación más grande de Barcelona después de Sants se inauguró en el año 1929, con motivo de la Exposición Internacional de la ciudad. Se trata de un referente de la aquitectura de hierro modernista. Tiene tres grandes cúpulas y marquesina metálicas con vidrieras que permiten el paso de la luz natural a todas las vías, según el Ayuntamiento de Barcelona.
Estación de Francia, en Barcelona.
Fototrenes - Flickr (Wikimedia Commons).
La segunda estación más grande de Barcelona después de Sants se inauguró en el año 1929, con motivo de la Exposición Internacional de la ciudad. Se trata de un referente de la aquitectura de hierro modernista. Tiene tres grandes cúpulas y marquesina metálicas con vidrieras que permiten el paso de la luz natural a todas las vías, según el Ayuntamiento de Barcelona.

El verano es la época del movimiento. Cerramos la temporada laboral o estudiantil y nos sumergimos en el reseteo necesario para afrontar el duro invierno. Septiembre está más cerca de lo que pensamos y con él vendrán los llantos por la vuelta del redoble del sonido del despertador. Posiblemente, el momento más terrible de cada día. Pero el verano es más que eso. Es la emoción desatada. Un amor en la playa, la vuelta a la tierra natal, la casa de los abuelos en el pueblo, una ruta perdida en la montaña, una comida jamás probada, una villa desconocida o una foto para enmarcar. Las experiencias crean recuerdos imborrables. El tiempo los moldea en nuestro cerebro. Ningún periodo del año se presta más a la diversión.

El país se enfrenta al reto de la movilidad. Llegan los atascos de entrada y salida de las ciudades con los estantes de las gasolineras de las autovías repletos de sándwiches, refrescos y chocolatinas. Anzuelos donde los peces somos los viajeros. Las áreas de descanso se llenan de táperes de tortilla de patata y niños corriendo por praderas de la España más profunda. Por el cielo surcando el viento van los aviones donde el personal de cabina intenta vender colonias y rifas solidarias. Pero hubo un tiempo donde todo esto no existía. Solamente había líneas de ferrocarril que paraban en diferentes pueblos donde sus gentes eran hospitalarias con el pasajero. Atocha era un hervidero, al igual que la barcelonesa estación de Francia, la espléndida estación del Norte valenciana o el llamativo apeadero de Jerez de la Frontera. Nuestra tierra es un impresionante tesoro de edificios ferroviarios.

Las estaciones de tren respiran una magia que ningún otro lugar consigue transmitir. Son lugares llenos de sentimientos. Despedidas y reencuentros. Madres con bocadillos para la mochila del chico que pone rumbo a lo desconocido. Besos de enamorados cargados de hormonas tras tiempo de distancia. Petates militares aparcados de un recién instruido soldado que espera poner camino al cuartel. Un albañil al que contrataron para la obra del pueblo más grande de la comarca. Los amantes que escapan al escondite menos pensado para reinventar la pasión que una vez perdieron. La familia que quiere visitar a unos abuelos separados por centenares de kilómetros. Todo ello ha sucedido en alguna ocasión dentro de esas construcciones de paso. Muchas de ellas actualmente han perdido el tránsito. Algunas son hoteles rurales o restaurantes. Las traviesas decoran un aclamado estilo vintage. Los campos de la meseta, las montañas norteñas, los ríos gallegos, los bosques castellanos miran todavía con deseo poder seguir disfrutando de los ojos de los trotamundos. Muchos todavía optan por el tren, un medio de transporte que por el momento sigue asegurado.

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