Nacional

Contracrónica

Cuando Pedro tomó el espacio de Yolanda y la definición de Valdano

Pedro Sánchez y Yolanda Díaz, este miércoles en el congreso
Eduardo Parra | EP

El Ibex se derrumbaba y Pedro Sánchez enamoraba a la izquierda, con los diputados socialistas rotos tras el anuncio de nuevos impuestos a bancos y eléctricas por sus beneficios extraordinarios. El presidente del Gobierno fue el protagonista de su primer Debate sobre el estado de la Nación, un evento político importado de los americanos por Felipe González y Peces-Barba cuando intentábamos homologarnos como democracia. Ya asentados, llevábamos siete años sin celebrarlo. Lo de los mercados fue una "sobrereacción", aseguraban los diputados socialistas, casi un piscinazo en el área de los poderes oscuros que acechan al presidente. El bajonazo no aguó la fiesta de nadie. Sánchez salió satisfecho, boyante, enfundado en el traje de su anunciada vuelta al Manual de resistencia

Dicen en el PP que se ha podemizado, que guiado por un ánimo recaudatorio y populista llevará a cabo la política fiscal más dura de Europa y que nada cambiará su destino, el de ser el partido de vuelta de Zapatero. Pero el presidente del Gobierno no dobló en tablas pese a unas encuestas que lo achican, copó los titulares y la sensación es que Cuca Gamarra se enredó demasiado con ETA a la vuelta del café. Minuto de silencio en homenaje a Miguel Ángel Blanco, con Bildu en pie ante un señuelo con baliza, pero con Meritxell Batet sentada y encorajinada por no cumplir los procedimientos, un tercio del discurso dedicado al terrorismo y la bancada popular con un lazo azul en la solapa, desempolvado en homenaje a las víctimas del terrorismo. 

Alberto Núñez Feijóo, un busto gallego sin turno de palabra, solo con la posibilidad de arquear las cejas como Ancelotti y capo de una banda de "curanderos" para el doctor Sánchez, no pudo decirle a Sánchez que era poco Mary Shelley para tanto Frankestein. Gamarra habló de la inflación y Sánchez, que el miércoles certificó lo "empático" que era, la reconoció y se metió en el pellejo de los españoles, no "españolitos", como afeó a la portavoz. Sacó hemeroteca y Sánchez le recordó que Aznar dijo aquello del "movimiento vasco de liberación". Le pidió deflactar el IRPF a la clase media y le contestó con que renovaran el CGPJ.  "Lo han puesto de actualidad ellos con la reforma. Han fijado el Pleno ellos, no nosotros", justificaban en la retaguardia del Debate.

Sánchez anunció impuesto a los ricos, bonificaciones del 100% al transporte, 100 euros más para las becas escolares. Yolanda Díaz, sin sonotone hasta culminar su proceso de escucha, o no se enteró o vio su espacio, cuyas mejores fotos, las del telescopio James Webb, fueron tomadas por la tarde; engullido por el discurso de Sánchez. Todas medidas felices, en argot yolandista. La sonrisa de Sánchez fue la medida exacta de ese parámetro intangible acuñado por la vicepresidenta. Y con alma, según la carencia que le achaca al Gobierno para conectar con las gentes.

Santiago Abascal se comprometió a derogar tanta "porquería legislativa extremista" del PSOE y Unidas Podemos. Pese a los adjetivos grandilocuentes que acopla a las leyes que anuncia que quitará cuando gobierne con Feijóo, su afán en las próximas elecciones, el líder de Vox sonó moderado. Se indignó cuando Sánchez le endosó que no había existido confinamiento, algo que dijo el propio presidente del Gobierno. Cargó contra el pin de la Agenda 2030 y su vinculación a esos poderes oscuros que asegura el presidente que lo merman. 

Preguntado en el patio sobre las encuestas, Iván Espinosa de los Monteros comparó la situación de Vox con La guerra de Charlie Wilson, una película que le entusiasma. Cuenta una anécdota, la de un monje que contesta con un ya veremos a todo. La misma respuesta al futuro que daba Juncal, el torero al que dio vida Paco Rabal

Gabriel Rufián fue el único en romper el estado de ánimo de Sánchez. Precisamente de eso, del estado de ánimo de los ciudadanos, dijo que se hacía cargo como presidente. Un parafraseo recóndito con González que concuerda con la definición que hizo Jorge Valdano del fútbol. Sacó tres balas Rufián y las puso encima del atril como prueba de las armas empleadas por la gendarmería marroquí contra los migrantes que saltaron la valla en Melilla hace pocas semanas con trágico final. Sánchez le señaló el techo y, unamuniano, le recordó que aquello era el templo de la palabra, que los tiros estaban en los techos y que los pegó un tipo con tricornio y bigote que se llamó Tejero, que no pudo tumbar a Gutiérrez Mellado, canijo, fibroso, enjuto, el día que aguantó el peso de la democracia en sus hombros. "Golpistas", le dijo al portavoz de ERC sobre los protagonistas del 23-F, en un episodio parecido a la revelación que el propio Rufián tuvo con Puigdemont al llamarlo "tarado".

Llegó el miércoles pero ya había sucedido casi todo. Las fuerzas minoritarias desfilaron por el atril como grupos de trabajo ante el trabajo final de una asignatura fácil. Mertxe Aizpurua se quejó de lo mucho que la mencionaron a ella y a su partido. La portavoz de Bildu no es ETA pero habla del pasado de ETA en primera persona. Pide cambiar la Transición, del candado del 78 y afirma que España es un estado fallido. 

La anécdota fue para Pablo Cambroneros, escisión única de Ciudadanos, aplaudido ahora por Vox, que pidió a Batet la palabra para participar en el debate, quizás agobiado porque hablaba todo el mundo. No se esperaba el diputado que la presidenta de la Cámara, tras escupir tres o cuatro artículos del Reglamento, le diera de manera extraordinaria tres minutos para hablar desde su escaño.  "No me había preparado nada", admitió el diputado, en un ejercicio inédito de sinceridad. 

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