Reportaje

Heroínas nacionales y estrellas en las redes: así son las militares ucranianas que pelean en la línea de fuego

Margaryta, en una foto tomada en el frente
Margaryta, en una foto tomada en el frente
CEDIDA (Autora: Yulia Kochetova)
Margaryta, en una foto tomada en el frente

“Si los hombres supieran lo difícil que es traer a los niños al mundo no empezarían las guerras”. El lema que se usó durante un flashmob pacifista de algunas famosas ucranianas al inicio de la invasión rusa subraya que la guerra se considera tradicionalmente un mundo de hombres.

Pero no es cierto. Ya había mujeres en el ejército de Atenas y Esparta cuatro siglos antes de Cristo. Por no hablar de las guerreras en las campañas militares de Alejandro Magno. Durante la Segunda Guerra Mundial las mujeres ya estaban presentes en las fuerzas armadas de muchos países y el ejército soviético, por ejemplo, contaba con un millón entre médicos, tanquistas y francotiradoras. En su libro La guerra no tiene rostro de mujer, Svetlana Aleksievich, ganadora del Nobel de literatura, contaba sus historias como nadie lo hizo antes (o no se atrevió a hacerlo).

La guerra de Ucrania también muestra la evolución hacia cierta igualdad marcial: la quinta parte del ejército ucraniano son mujeres, los medios ucranianos las entrevistan porque las consideran heroínas nacionales, una popularidad merecida pero que deja titulares dudosos: "No solo guapas sino también valientes", se leía estos días en la prensa del país.

Las modernas soldadas Jane no solo cuentan su experiencia, comparten sus reflexiones y se convierten en estrellas con miles de seguidores en las redes. También inventan su propia forma de luchar. Como la artillera y tiktoker de 23 años apodada Princesa que ha eliminado a decenas de soldados enemigos con su cañón autopropulsado pintado de rosa.

Aleksievich decía que las mujeres tienen su manera de contar la guerra. Las de este conflicto hablan de miedo y de discriminación. “Ser soldado requiere autosacrificio pero nuestra civilización no nos prepara para ello. Al contrario, nos enseñan que no es la mejor característica. Estamos aquí porque así lo elegimos y porque nos gusta, pero nadie está preparado para la guerra”, escribe Yaryna en su blog.

A sus 27 años combate con su marido en el frente de batalla y ha dejado aparcada su carrera de filología, su afición a la literatura —ha escrito un libro de poemas— y a su hija que ahora está con sus padres. "Aprendimos de las películas, libros, cuentos y animaciones que el bueno siempre gana al malo. Lo que no aprendimos es que no todos sobreviven para ver la victoria”, dice Yaryna.

Aprendimos de las películas, libros, cuentos y animaciones que el bueno siempre gana al malo. Lo que no aprendimos es que no todos sobreviven para ver la victoria

Tener al enemigo cerca y no poder recuperar los cadáveres de los compañeros son los peores momentos de la guerra para Yaryna. Como cuando defendieron Ochakiv bajo fuego artillero y bombardeos sin pausa que dejaron víctimas, entre ellas varios oficiales militares. "Salimos de allí de forma urgente con algunos heridos, pero a otros no los pudimos sacar. No pudimos llevarnos a los muertos y para mí, como médico militar, fue lo más duro. Nos enseñan a recoger los cadáveres. Luego tuve que explicar a sus hermanas y madres por qué no tenían el cuerpo de su familiar".

A Yaryna no le gusta que se diga que la guerra empezó el 24 de febrero. Para ella y para muchos ucranianos comenzó en 2014, aunque admiten una etapa distinta. "Más intensa y cruel", apunta. Los novatos del Ejército piensan que van a disparar a enemigos, pero la realidad es que se pasan las semanas en las trincheras o en los sótanos de los pueblos esperando que no les caigan proyectiles, de esos que hacen temblar las paredes y que provocan que casi todos hayan sufrido ya una conmoción cerebral.

"Todos tenemos miedo. Cada ucraniano. Los militares también sufrimos esa rara sensación de que no existe sitio seguro. Además, desde que bombardearon nuestras bases no tenemos sitio físico, nos movemos todo el rato, es como si no tuviera una casa”, dice Alina, otra médica militar, de 27 años, que lleva cinco años en el ejército. El momento más duro, recuerda, fue cuando los rusos se acercaron demasiado al frente del sur y tuvieron que abandonar la ciudad de Pology. "Atravesábamos los pueblos y la gente lloraba en sus calles pidiéndonos que no les abandonáramos. Se supone que debemos protegerlos, estamos aquí para eso, pero no pudimos hacer nada. Aquellos civiles me rompieron el corazón”, dice Alina.

Optar por una vida militar significa rechazar muchos beneficios de la civilización. Supone dormir en las trincheras o en casas ajenas, cargar con el peso de un chaleco antibalas, un casco, una mochila táctica de 70 litros, y munición. Las mujeres muestran que son capaces de aguantar todas las penurias de la vida en las trincheras.

“Me ofrecieron dormir aparte pero rechacé la oferta cordialmente. No necesito privilegios. Lo difícil al principio fue entrar en la ducha, a todos mis compañeros casi les he visto desnudos. Pero ya no me importa, ni lo noto”, comenta Eugenia, una francotiradora de 31 años. Hace cinco meses cambió su Porsche, un negocio joyero y el networking por una vida en las barracas militares. La jerarquía castrense y la necesidad de pedir permiso para una persona que está acostumbrada a mandar y ser su propia jefa “se siente muy raro”, dice. Su hija dice que no entiende bien a que se dedica ahora su madre pero "admira su valentía".

Eugenia, junto a un compañero de su unidad
Eugenia, junto a un compañero de su unidad
CEDIDA

En el caso de Eugenia, la atención mediática influyó de manera negativa en la actitud de sus compañeros. Por su pelo rojo y su carácter fuerte la apodaron primero como "Juana de Arco" y poco después como "Dark". Recibe cientos de mensajes de apoyo de sus seguidores en Instagram y le envían hasta maquillaje. Pero es la única mujer en su entidad y tiene una relación complicada con sus compañeros de unidad que no se la "toman en serio" y bromean con sus fotos posando con su rifle en Instagram. 

Eugenia no lleva mucho tiempo en los campos de batalla, pero el arma para ella es más que un hobby. Su padre quería tener un hijo y —entre otras actividades que tradicionalmente se consideran masculinas— la enseñó a disparar. La primera vez que siendo niña disparó un rifle acertó directamente a la jarra. Estar en el ejército para ella es un sueño hecho realidad. Antes de que empezara la invasión estaba ya buscando las cajas con municiones. En los momentos más difíciles se siente muy agradecida a las lecciones de su padre, que la enseñó a no rendirse nunca.

Eugenia, apuntando con su rifle
Eugenia, apuntando con su rifle
CEDIDA

Con el tiempo empieza a tomarse los comentarios de sus compañeros con calma y humor, pero no permite cruzar ciertos límites. "Uno de los soldados me tocó un pecho para hacer. Le dije que ni se le ocurriera volver a hacerlo y que la próxima vez que hiciéramos una tarea militar podría pasar que le disparasen en la pierna. Y diría que fueron los rusos", dice Eugenia entre risas. Desde entonces son amigos y nadie en su unidad se ha atrevido a hacer algo parecido.

Desde el principio les mostré que no estoy aquí para flirtear o porque me falta la atención de los hombres

"No me siento muy discriminada, la verdad. Desde el principio les mostré que no estoy aquí para flirtear o porque me falte la atención de los hombres… Me respetan”, comenta por su parte Margaryta Rivchachenko, una experiodista de 25 años que usa en su favor el hecho de ser mujer: en algunas situaciones pide ayuda y en otras se pone dura. “Yo trabaja como terapeuta en Kiev, así que cuando uno de los oficiales vino a medirse la tensión y empezó a decirme que las mujeres tienen que parir hijos y no defender al país, le contesté: ojalá, señor, pero no hay con quien tenerlos, todos están así, medio moribundos como usted… con tensión alta”, sonríe.

Antes de la guerra Margaryta tenía una vida glamurosa, aprendía español y bailaba ritmos latinos. Sin hijos y sin pareja admite que “entrar en la guerra fue más fácil". Ahora viste traje de pixel y enseña a los periodistas internacionales las trincheras de Jarkov, su ciudad natal. En la guerra, dice, lo que más le falta es espacio para estar sola y recuerda con nostalgia su vida independiente en Kiev. “Aquí estoy siempre con gente. Estar sola conmigo misma, encontrar un rincón para mí, ese es ahora mi sueño".

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