![Titanes sostienen lo insostenible.](https://imagenes.20minutos.es/files/image_640_360/uploads/imagenes/2022/07/25/pexels-travelblog-6976192.jpeg)
Hace más de treinta años que la palabra sostenible se propuso como metáfora científica en el informe Brundtland, también llamado “Nuestro futuro común”, creado por varios países de la ONU. El documento hablaba de “desarrollo sostenible” con una definición algo vaga que apuntaba a satisfacer las necesidades de las generaciones presentes sin poner en peligro las de las futuras.
El término llegó a España con algo de retraso, como siempre, pero llegó con fuerza. Era, por supuesto, una traducción de la palabra inglesa “sustainable”. Hizo fortuna y se convirtió en un mantra, en una contraseña, en una excusa política para todo. El sector público acogió el concepto con alegría, con los brazos abiertos. El sector privado lo hizo con algo de recelo, con cierto miedo a que la palabrita le tocara los balances y las cuentas de resultados.
El poder público tiene desde entonces en lo sostenible una excusa maravillosa para esconder su ineficacia.
Hicimos exposiciones internacionales, foros, carreteras, puentes y edificios con la excusa de lo sostenible. Todo servía para explicar el futuro de la Tierra, que, poco a poco, pasó a denominarse “el planeta” y que ha pasado a ser uno de los ídolos a los que la civilización venera con actitud bovina y miedo reverencial. El poder público tiene desde entonces en lo sostenible una excusa maravillosa para esconder su ineficacia.
La sociedad vive anestesiada y carga con una culpa cada vez mayor, un peso titánico que se le impone y contra el que apenas puede hacer nada. Asume impuestos, tasas, aumento de precios, todo tipo de esfuerzos para lograr un mundo más sostenible. Mientras, los líderes mundiales y los políticos de medio pelo siguen con su gasto desmesurado, su helicóptero, su avión y el coche oficial para ir a ver el fútbol.
Es preciso darle la vuelta al concepto. El mundo será sostenible cuando lo sean los gobiernos, las organizaciones internacionales, las grandes corporaciones y fondos de inversión. Hay que darle la vuelta a una pirámide injusta. Eso queda muy lejos, roza la utopía por ahora, pero funciona de maravilla como amenaza, como el látigo que somete a los esclavos para que no piensen, para que no miren hacia arriba, para que traguen y para que nunca sean conscientes de nada.
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