Joan Ferran Historiador y articulista
OPINIÓN

La Rambla

Está previsto que con la reforma de La Rambla desaparezcan los puestos de souvenirs.
Está previsto que con la reforma de La Rambla desaparezcan los puestos de souvenirs.
MIQUEL TAVERNA
Está previsto que con la reforma de La Rambla desaparezcan los puestos de souvenirs.

Ya lo decía Lope de Vega Carpio en el título de una de sus comedias: “Obras son amores, y no buenas razones”. Recogía el ilustre literato un refrán popular que, más allá de su interpretación en clave amorosa, exigía coherencia entre lo que se dice y lo que se hace. Demanda que podemos trasladar al ámbito de la política para buscar correspondencia entre lo que se promete y lo que se ejecuta. 

El próximo día 3 de octubre está previsto que se inicien las obras de remodelación de La Rambla de Barcelona. Tras una larga espera, no exenta de polémicas, el paseo más popular y emblemático de la ciudad condal empezará a acicalarse como es debido. 

Dicen los enterados que vamos a disfrutar de aceras más amplias para pasear, nuevos bancos y menos ruido. Perfecto, pero todo ello ha de lograrse sin que la esencia de lo que ha sido esta arteria a lo largo de los años se altere en demasía. 

Nadie entendería La Rambla sin el Liceo, el mercado de la Boqueria, los palacios o la fuente de Canaletas; tampoco sin las flores, los artistas, las terrazas, las estatuas humanas y su ambiente. 

Hay tanta historia en ella, desde la Moños a Ocaña, desde el Sheriff a la huella de Miró, que vale la pena asearla con mimo para disfrute de propios y extraños. 

Manos a la obra pues, que empiecen los trabajos prometidos y que se acaben lo más pronto posible. No en vano, Federico García Lorca, hablando de la Rambla barcelonesa, dejó dicho: “Es la única calle de la tierra que yo desearía que no se acabara nunca”.

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