Joaquim Coll Historiador y articulista
OPINIÓN

El experimento de Xi Jinping

Una mujer observa desde el balcón durante el confinamiento de la ciudad de Shanghái.
Una mujer observa desde el balcón durante el confinamiento de la ciudad de Shanghái.
ALEX PLAVEVSKI / EFE
Una mujer observa desde el balcón durante el confinamiento de la ciudad de Shanghái.

Cuando estalló la pandemia en 2020, nos llamó la atención la severidad de los prolongados confinamientos que las autoridades chinas imponían a su población para impedir que el virus se extendiera. No en vano su política fue bautizada como ‘cero Covid’. En Occidente algunos elogiaron esa brutal disciplina como la única forma de acabar con el virus. Mientras aquí luchábamos por aplanar la curva de los contagios, en el gigante asiático el objetivo era erradicarlo. En nuestras sociedades, tras unos meses de confinamiento, se optó por convivir con el virus modulando diversas pautas de protección individual y colectiva, como el teletrabajo, la prohibición o limitación en los desplazamientos o de los encuentros sociales, etc. Nunca se pensó que podríamos ganarle la batalla al virus encerrándonos todos en casa cada cierto tiempo, aislándonos del mundo exterior, sino acelerando su gripalización, inmunizándonos a través de las sucesivas olas, y sobre todo con la mirada puesta en las vacunas. Se podrá decir que había razones económicas, pero podemos afirmar que, en comparación con China, en Occidente se ha actuado mucho mejor, tanto para la economía como sobre todo para el conjunto de la sociedad.

Hay que tomar buena nota de las críticas porque no será esta la última pandemia

Cuando digo mejor no significa que aquí no se hayan hecho cosas mal, sobre todo al principio, en la falta de previsión, por no hablar del drama vergonzoso que se vivió en las residencias de ancianos. La revista médica The Lancet ha publicado una lista de los errores por países y, aunque es fácil a posteriori señalar los fallos, hay que tomar buena nota de las críticas porque no será esta la última pandemia que suframos. Pero en Occidente hace meses que nos hemos olvidado por completo de la pandemia, mientras en China, no. Recientemente, se levantó el confinamiento en la megaciudad de Chengdu, y meses atrás en Shanghái. Hay desmoralización en la sociedad china y un frenazo económico importante.

Hay muchos interrogantes sobre por qué el Gobierno chino sigue encerrando a la gente. Una razón es porque no ha desarrollado ninguna vacuna con ARN mensajero, de mayor eficacia que las tradicionales. Pero no porque carezca de capacidad tecnológica, evidentemente. Resulta misterioso cómo se toman las decisiones en la cúpula del Partido Comunista, que próximamente confirmará el poder de Xi Jinping, ingeniero químico de formación. La obstinación en la política de ‘cero Covid’ es irracional, por lo que cabe preguntarse si no hay un objetivo de control y disciplina social. No olvidemos que, pese a su desarrollo económico capitalista, es una dictadura. La pandemia puso de manifiesto muchas debilidades y dependencias de Occidente, pero la respuesta fue lógica y eficaz, mientras en China se desarrolla un inquietante experimento. 

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