Carlos Santos Periodista
OPINIÓN

A media mañana

Antes era tradición ir al kiosco a comprar la prensa para enterarse de las noticias del día. Hoy en día, los medios online abarcan la gran mayoría de lectores.
Antes era tradición ir al kiosco a comprar la prensa para enterarse de las noticias del día. Hoy en día, los medios online abarcan la gran mayoría de lectores.
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Antes era tradición ir al kiosco a comprar la prensa para enterarse de las noticias del día. Hoy en día, los medios online abarcan la gran mayoría de lectores.

Han pasado cincuenta años desde que un periodista francés, Daniel Morgaine, escribió un libro titulado Diez años para sobrevivir, en el que auguraba el inmediato fin de los periódicos por la llegada de la televisión y de nuevas tecnologías, como el fax, que podían llevar las noticias a domicilio sin necesidad de pasar por el kiosco. Unos años después, la banda británica The Buggles daba por hecho en una canción que el video killed the radio star, o sea, que el vídeo mató a la estrella de la radio.

Ninguna de las dos profecías se cumplió. La prensa sobrevivió a la tele y solo ahora, con nuevas vías de comunicación por internet que en 1972 eran inimaginables, se está viendo obligada a buscar nuevos caminos. Por lo que atañe a la radio, sobrevivió con buena salud al video, que a su vez ha tenido que buscar nuevos formatos para adaptarse a los nuevos tiempos. En España, 22 millones de personas la escuchan a diario y en todo el mundo conserva audiencia y credibilidad, tan importante como la audiencia.

Bastaría con que hubiera un solo oyente a quien prestar el servicio público de la compañía para justificar un madrugón

Es obvio que en el siglo XXI se escucha de otra manera, que ya no la ponemos sobre la tele cuando pasa algo importante, como hacían nuestros padres o nuestros abuelos, y que tenemos que estar atentos a ramas de ese árbol que pueden llegar muy arriba, como los podcast. Pero yo estoy comprobando a diario, a media mañana, en RNE, que todavía es imbatible como medio de comunicación en caliente. Ahí sigue, al cabo de un siglo, como sigue el teatro al cabo de tres milenios, disfrutando de un cuerpo a cuerpo con el público que nada ni nadie puede sustituir. Bastaría con que hubiera un solo oyente a quien prestar el servicio público de la compañía para justificar un madrugón y tres horas de micro cada día como las que nos pegamos Samanta Villar y un servidor. Por suerte son muchos, muchísimos más. Ni ellos ni nosotros nos conformamos con sobrevivir.

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