Juan Carlos Blanco Periodista y consultor de comunicación
OPINIÓN

Un orfeón de cafres

Cánticos machistas en el Colegio Mayor Elías Ahúja de Madrid, el 2 de octubre de 2022.
Cánticos machistas en el Colegio Mayor Elías Ahuja de Madrid, el 2 de octubre de 2022.
DAVID INSUA / TWITTER
Cánticos machistas en el Colegio Mayor Elías Ahúja de Madrid, el 2 de octubre de 2022.

Ya sabemos que lo del orfeón de cafres de un colegio mayor de Madrid que deleitó con sus berridos machistas a sus compañeras del colegio de enfrente no es tan importante como la dimisión del presidente del Poder Judicial, la subida de los impuestos o la invasión de Ucrania, pero convendría que la polémica suscitada por esta panda de insensatos no se quede en un simple follón de 48/72 horas de esos que se montan en una sociedad que ha hecho de la viralidad una nueva religión.

Los chicos del Colegio Mayor Elías Ahuja de Madrid no son defensores de la cultura del terror sexual y la violación, la mayoría seguro que son muy buenos chavales y casi todos ellos casi seguro también que están arrepentidos de haber dado una imagen tan cutre y casposa. Todos nos podemos equivocar. Y más con esa edad.

Pero eso no quita para que entendamos que hay cosas que, por mucho que queramos contextualizar lo que ha pasado para evitar un linchamiento, no se pueden normalizar. Y, entre ellas, se sitúa en el podio de la vergüenza esta idea de unirse todos para jalear a un bravucón que califica de putas ninfómanas a sus compañeras de universidad y que les recuerda que pasarán por el arco de sus genitales como se les ocurra ir con ellos a una fiesta en una capea.

¿Que eso forma parte de la tradición? ¿Que eso es un rito iniciático? ¿Pero de qué demonios estamos hablando? No, no aceptemos ballenas como animales de compañía ni asumamos como una tradición lo que no deja de ser una demostración de barbarie de unos niñatos recién salidos de sus problemas de acné.

Si nos parece normal que esto pase es que algo no estamos haciendo bien. Y estaría bien que nos diéramos cuenta. Sin sobreactuar en nuestro rechazo, pero también sin restarle la importancia que por supuesto tiene.

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