Carmelo Encinas Asesor editorial de '20minutos'
OPINIÓN

El general invierno

Gasolinera bombardead en Dnipro.
Una gasolinera bombardeada en la localidad ucraniana de Dnipro.
EFE
Gasolinera bombardead en Dnipro.

Fue en 1812 cuando un caricaturista británico nombró por vez primera al «general invierno» para satirizar la campaña de Napoleón en Rusia. Los 600.000 hombres de la Grande Armée que se plantaron en Moscú eran derrotados por la nieve y el frío hasta el punto de que solo unas decenas de miles de soldados lograron regresar a sus hogares. A ese mismo general imaginario se le atribuyó, un siglo antes, la victoria rusa sobre el ejército de Carlos XII de Suecia y ya, en el XX, la debacle de la Wehrmacht cuyo 6º ejercito fue destruido en Stalingrado en gran medida a causa del frío.

Ahora en pleno siglo XXI y cuando suponíamos que el mundo al que llamamos civilizado había alcanzado un cierto grado de racionalidad que hacía inimaginable una guerra en Europa, la invasión de Ucrania está resucitando los más siniestros fantasmas del pasado. El «general invierno» es uno de ellos.

En su letal labor estratégica parece tener puestas sus esperanzas Vladimir Putin a quien sus mariscales de campo no le dan una buena noticia sobre Ucrania desde hace meses. Sergei Surovikin, el militar al que designó a primeros de octubre para dirigir la invasión, estrenaba su mandato ordenando una oleada masiva de bombardeos sobre objetivos ajenos a los frentes de batalla. Apodado el "general apocalipsis" por su historial de crueldad, Surovikin figura en los informes de Human Rights Watch como el responsable de los ataques aéreos que las fuerzas rusas bajo su mando ejecutaron en Siria contra edificios de viviendas, escuelas, instalaciones sanitarias y mercados. Él fue quien ordenó la devastación de Alepo, la ciudad más bella de aquel país, declarada Patrimonio de la Humanidad.

En Ucrania, la oleada de destrucción por él diseñada va dirigida contra las infraestructuras energéticas para convertir al «general invierno» en su aliado a fin de minar la moral del enemigo matando de frío a la población civil. Hoy en día, las redes de generación y distribución de gas y electricidad han quedado tan tocadas por los bombardeos que más de un 40% de su capacidad de producción está inutilizada. El país vive un otoño todavía benigno y, a pesar de ello, los termómetros en la noche bajan ya de los cero grados. La temporada de calefacción en Kiev tendría que haber comenzado hace tres semanas, pero la han retrasado para ahorrar gas y carbón. El invierno en Ucrania es brutal y el intento de dejar a millones de civiles sin modo de calentar sus casas constituye mayor preocupación para el Gobierno de Kiev que lo que acontece en los frentes.

Ucrania vive un otoño todavía benigno, pero los termómetros ya bajan de noche de los cero grados

La llegada de la nieves y heladas invernales es lo que espera el Kremlin para recobrar la iniciativa militar y dar la vuelta a la marcha de la guerra. Se habla con insistencia de la posibilidad de abrir un nuevo frente desde el norte implicando de lleno a Bielorrusia en el conflicto (lo que por cierto no satisface demasiado al títere Lukashenko) con la pretensión de distraer efectivos del Ejército ucranio hacia esa zona y frenar su espectacular avance en el Donbass.

El "general invierno" en el que tanto parecen confiar puede ser, sin embargo, un arma de dos filos a tenor de lo que cuentan los expertos y también la experiencia histórica. Los fríos polares de aquellas latitudes no siempre favorecieron al ejército ruso. Los soldados soviéticos quedaron bloqueados por la nieve y el hielo mientras los alemanes consolidaban sus posiciones a las afueras de Moscú y otro tanto les pasó cuando años después invadieron Finlandia. La capacidad de causar estragos del «general invierno» es enorme pero ese ficticio militar no es amigo de nadie. 

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