Diego Carcedo Periodista
OPINIÓN

Con Lula se salva el Amazonas

Luiz Inácio Lula da Silva besa a su esposa, Rosângela Silva, tras su triunfo en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en Brasil.
Lula besa a su esposa, Rosângela Silva, tras su triunfo electoral.
SEBASTIÃO MOREIRA / EFE
Luiz Inácio Lula da Silva besa a su esposa, Rosângela Silva, tras su triunfo en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en Brasil.

La victoria de Luiz Ignacio 'Lula' Da Silva, no aplastante, pero sí importante, en las elecciones celebradas ayer en Brasil, no puede ser valorada como un relevo político más en Latinoamérica. Para poder interpretar su importancia quizás convenga analizarla desde tres ángulos diferentes, podríamos decir que ámbitos de carácter geográfico. Empezando, como no podría ser menos, por el propio Brasil.

El país y sus 225 millones de habitantes pasan de una administración, la del derrotado Jair Bolsonaro, con muchos tics de semidictadura corrupta, empeñada en imponer el autoritarismo al servicio las minorías acaudaladas, reticente contra las libertades y la sociedad entera sometida a la arbitrariedad de un político atrabiliario, calificado como de extrema derecha y respaldado por su camarilla militar y empresarial.

Lula, un político de origen sindicalista y muy luchador en el pasado por las exigencias de los trabajadores, ya fue presidente en una legislatura reciente y desde el poder moderó sus exigencias sociales y acreditó condiciones de político templado y dialogante. Después de haber pasado un tiempo en prisión -condenado por corrupción con muchas dudas sobre la veracidad de las acusaciones-, vuelve a entusiasmar a sus seguidores que le mantienen como una esperanza casi mítica para la solución de todos sus males.

Cuando ya casi se le daba por desahuciado en la política y demostrada la austeridad con que había abandonado el poder, se recuperó de su tradición de líder carismático y volvió a ganar las elecciones con una diferencia muy ajustada, aunque suficiente para convertirse en el presidente elegido por el mayor número de votos que un presidente brasileño ha obtenido a lo largo de la historia del país. A pesar de ello, se encuentra con un país dividido, lo cual dificultará la gestión de los múltiples problemas que tendrá que enfrentar.

Su promesa de ser presidente de todos los brasileños es un buen propósito que tranquilizará a una parte de la población al igual que a la opinión pública internacional, pero es evidente que se tropezará con unos enemigos anquilosados en la defensa a ultranza de sus intereses y privilegios ancestrales que no cejarán en el intento de abreviar su mandato recurriendo incluso a la fuerza para lo cual contarán sin duda de bastante respaldo militar.

Para la izquierda latinoamericana, gobernada por la izquierda más o menos radicalizada, con la excepción de Ecuador, las ideas de Lula y su imagen al frente del país más importante del Continente supone, al menos en teoría, un refuerzo. Siempre podrán contar más con su comprensión y en algún caso algo de apoyo que con la beligerancia que les planteaba Bolsonaro. Pero el Lula actual no es el activista de la revolución portuguesa –cuando tuve el honor de conocerle y entrevistarle-, ha aprendido mucho, ha descubierto el pragmatismo que equilibra el fanatismo y se ha familiarizado con la política en su dimensión mundial. Quienes le conocen bien saben que no es el mismo.

La experiencia y la inteligencia que nadie le discute le han vuelto más realista y lo que ocurre en países vecinos como Cuba, Venezuela o Nicaragua no goza de su simpatía. Todo parece anticipar que gobernará desde una izquierda moderada, que prestará especial atención a las clases más desfavorecidas que en Brasil son numerosas, y que intentará llevar a su Gobierno a participar en la escena mundial con el protagonismo y el ejercicio de la influencia que por tantas razones le pertenece.

Para el resto del mundo, tan preocupado por el cambio climático y la protección del medio ambiente, el acceso de Lula a la Presidencia de Brasil es la mejor noticia que se podía esperar. Con él queda garantizada la preservación de la selva del Amazonas, el principal suministro de oxígeno puro que nos garantiza la sobrevivencia. El previsible final de la política depredadora de los desaprensivos madereros protegidos por el régimen de Bolsonaro, que estaban destrozando aquella gran reserva ecológica no puede por menos de causar alivio.

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