OPINIÓN

Bolsonaro

El presidente de Brasil y candidato a la reelección, Jair Bolsonaro, vota en la segunda ronda de las presidenciales.
El presidente de Brasil y candidato a la reelección, Jair Bolsonaro, vota en la segunda ronda de las presidenciales.
EFE / Bruna Prado
El presidente de Brasil y candidato a la reelección, Jair Bolsonaro, vota en la segunda ronda de las presidenciales.

Despacio, poco a poco, sí, pero van cayendo: Trump, Johnson, Bolsonaro..., los jinetes del odio, de la polarización, de la mentira, del populismo del esperpento, sociópatas de manual.

Si cada uno de ellos hubiera actuado con diligencia ante la pandemia, centenares de miles de personas hubieran podido evitar la muerte. No es una opinión. Son hechos y, además, acreditados.

Personajes de este pelaje no deberían perder solo elecciones o forzados a dimitir por su sociopatía, deberían ser juzgados por crímenes cometidos contra la humanidad.

No puede ser que se atente contra la vida y los que han cometido estos crímenes queden impunes.

Mal haría la izquierda, que casi siempre actúa con superioridad moral, en profundizar en la absoluta insatisfacción y malestar que empuja a decenas de millones de personas a votar a truhanes de cuello blanco

El último en caer, de momento, es el más tonto, el más ignorante, el más chusquero: Jair Bolsonaro. Y se resiste a aceptarlo, como hizo su amigo, y referente: Donald Trump.

Con todo, los que siempre hemos sido críticos con esta clase de dirigentes, deberíamos intentar entender por qué Trump consiguió 72 millones de votos y Bolsonaro, 50 millones.

Es verdad que estos populistas de derecha barata y soez mienten más que hablan. Es verdad que prometen lo que nunca harán. Es verdad que no se dirigen al intelecto sino a las vísceras. Todas las verdades que quieran, pero es menester actuar cuanto antes. La democracia no está garantizada. Trump no reconoció su derrota. Continúa diciendo que le robaron y alentó un golpe de estado.

Bolsonaro va por el mismo camino, aunque varios de los aliados del líder ultraderechista y de su gobierno ya han establecido contacto con el equipo de Lula da Silva, el presidente entrante, para iniciar la transición que, como está establecido, acabará el 1 de enero, que es cuando Lula tomará posesión.

Mal haría la izquierda, que casi siempre actúa con superioridad moral, en no profundizar en la absoluta insatisfacción y malestar que empuja a decenas de millones de personas a votar a truhanes de cuello blanco.

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