OPINIÓN

Siete puñaladas

Este sábado 5 de noviembre, en Madrid, dos activistas medioambientales se pegaron a los marcos de los cuadros de La maja desnuda y de La maja vestida de Francisco de Goya, expuestos en el Museo del Prado. De ese modo quisieron protestar por la emergencia climática que atraviesa la Tierra. En el espacio que media entre ambas pinturas escribieron con spray "+1,5 C". "La semana pasada la ONU reconocía la imposibilidad de mantenernos por debajo del límite de aumento del Acuerdo de París de 1,5° de temperatura media respecto a los niveles preindustriales (...) Necesitamos cambiar ya", escribió el grupo en Twitter.
Momento en el que dos activistas se pegaron a La maja desnuda y a La maja vestida de Goya.
EP/FUTURO VEGETAL
Este sábado 5 de noviembre, en Madrid, dos activistas medioambientales se pegaron a los marcos de los cuadros de La maja desnuda y de La maja vestida de Francisco de Goya, expuestos en el Museo del Prado. De ese modo quisieron protestar por la emergencia climática que atraviesa la Tierra. En el espacio que media entre ambas pinturas escribieron con spray "+1,5 C". "La semana pasada la ONU reconocía la imposibilidad de mantenernos por debajo del límite de aumento del Acuerdo de París de 1,5° de temperatura media respecto a los niveles preindustriales (...) Necesitamos cambiar ya", escribió el grupo en Twitter.

En marzo de 1914 la policía detuvo a la militante sufragista Emmeline Pankhurst en uno de los picos más violentos de la lucha por el voto femenino, con mujeres apaleadas, encarceladas y alimentadas a la fuerza. Al día siguiente una activista llamada Mary Richardson entró en la National Gallery, caminó hasta la sala de La Venus del espejo, de Velázquez, apartó a los babosos que miraban el cuadro, y lo rajó con siete puñaladas.

Hay fotos: casi duelen. La Venus se reparó con mimo y Mary fue condenada a seis meses de cárcel. La Unión Social y Política de las Mujeres obtendría en el Reino Unido el voto para las mayores de 30 años en 1914: la lucha sufragista había dejado un reguero de castillos y bibliotecas quemadas y cuadros y obras de arte atacadas. Un siglo más tarde la destrucción o el daño de esas obras quizás sea la parte más incomprensible e injustificada de una lucha política y ética absolutamente legitimada.

Me pregunto cómo serán percibidas en cien años –si aún queda mundo dentro de cien años– las acciones que se llevan a cabo hoy bajo la excusa de la lucha contra el cambio climático: si la atención que atraen compensa el daño realizado a las pinturas, el gasto resultante y el rechazo que el propio ataque genera. Creo que resultan incomprensibles e incoherentes, salvo bajo una perversa lógica publicitaria. Los museos, como indica el ICOM (Consejo Internacional de Museos de España), están desde hace años involucrados en esa misma lucha. Dudo de la coherencia entre el daño a algunas de las obras más bellas de la creatividad humana y la denuncia de que el mundo se va al carajo. Me pregunto también si hablaríamos hoy de Mary Richardson sin aquella acción vandálica. Quizás por ahí vayan los tiros. No por la causa, sino por sus protagonistas.

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