Myriam Carrillo, maestra de educación especial en Londres: "Por cada 8 alumnos, hay 4 adultos. La atención es muy personalizada"

Myriam Carrillo, en una de sus clases en HighShore School (Londres)
Myriam Carrillo, en una de sus clases en HighShore School (Londres)
CEDIDA
Myriam Carrillo, en una de sus clases en HighShore School (Londres)

Myriam Carrillo tenía 28 años cuando decidió marcharse a Reino Unido a probar suerte como profesora de educación especial. Era 2011 y España estaba inmersa en una gran crisis económica que mermó las oportunidades laborales de muchos. A pesar de su extensa formación -licenciada en Magisterio y Psicopedagogía, máster en Musicoterapia, además de numerosos cursos-, le costaba encontrar un trabajo estable.

Por ello, tras presentarse a unas oposiciones para orientadora en educación Secundaria y no conseguir plaza, se marchó a Londres sin saber apenas inglés, sin trabajo y sin una casa donde dormir a su llegada. "Todo al principio cuesta muchísimo, pero después de seis años allí puedo decir que fue una de las mejores decisiones que he tomado en mi vida. Me cambió completamente".

Un inicio marcado por las sustituciones temporales

El camino no fue fácil. Myriam comenzó a buscar trabajo como profesora de educación especial en Londres, pero para que le llegara su primera oferta de trabajo tuvo que cambiar su currículum de formato, convalidar sus títulos y, por último, adquirir experiencia laboral en el país. "Sin experiencia no les das confianza. Ellos quieren tener referencias siempre antes de empezar un trabajo", cuenta. La joven decidió, entonces, hacer un voluntariado en una escuela infantil y entrar en una agencia de empleo temporal.

Su primer año en Londres estuvo marcado por las sustituciones. Primero como asistente de profesor -al no tener el nivel de inglés suficiente-, y después como profesora titular. "Me levantaba todos los días a las seis y media de la mañana y no sabía si iba a trabajar ni dónde iba a hacerlo. Sobre las siete te llamaban y te ofrecían el trabajo, pero había días que no llamaban", explica.

Era raro ver a gente que llevara más de 10 años en el mismo colegio, ellos veían el cambio como crecimiento profesional

Pese a todo, Myriam reconoce que fue "una gran experiencia". "Me ofrecían hacer sustituciones largas, pero a mí me gustaba hacerlas cortas porque veía mucha variedad de colegios y de niños", explica. "En España es muy típico estar 20-30 años en el mismo centro y allí era bastante raro ver a gente que llevara más de 10 años en el mismo. Ellos veían los cambios como oportunidades de mayor crecimiento profesional".

Poco a poco, la maestra fue reduciendo el número de colegios - públicos y privados- en los que trabajaba, hasta que logró una sustitución indefinida en HighShore School, una escuela pública de educación especial de niños de 11 a 19 años con discapacidad moderada o grave, en su gran mayoría discapacidad intelectual. Después de unos meses, el colegio contrató a Myriam, de forma privada, ya que no existen oposiciones en el país. "Me ofrecieron la posibilidad de hacer una entrevista en el centro y formar ya parte de él con un contrato indefinido con el que ya me desvinculé de la agencia de empleo temporal", añade.

Ratios bajos y formación continua del profesorado

En Inglaterra hay más de 1,3 millones de alumnos con necesidades educativas especiales. Los casos más comunes son el autismo y las dificultades en el lenguaje y la comunicación. En los casos más leves, estos niños son escolarizados en centros ordinarios con apoyos, pero en los más graves acuden a un colegio de educación especial, organizados por niveles. El Estado destina 10.000 libras (unos 11.500 euros) a cada alumno, una importante cuantía económica que implica un ingente despliegue de recursos materializados en formación, innovación, instalaciones más grandes e incluso transporte privado para algunos niños con mayores dificultades.

Pero el primer aspecto en el que se ve reflejado la gran inversión en educación especial es en los ratios de las clases: "En mi aula, de niños con necesidades complejas y diferentes, éramos cuatro adultos (un profesor y tres asistentes), por un total de ocho alumnos. Teníamos a un alumno con discapacidad motora que necesitaba ayuda en las transiciones, otro que sufría desmayos y tenía que estar un adulto cerca por si eso ocurría…". En otras aulas, con casos más leves, cuenta, el ratio era de dos o tres adultos por cada ocho alumnos. "Gracias a eso la atención era muy personalizada, se conocía perfectamente al alumno. Yo les hacía una programación a la carta que después se podía llevar a cabo", añade.

Además, cada centro cuenta con logopedas, terapeutas ocupacionales y orientadores. Estos profesionales, cuenta la profesora, trabajaban con los alumnos en grupos o de forma individual y proponían proyectos: "Una de las logopedas propuso un proyecto de legoterapia que luego seguí yo. Ellos trabajaban mucho la comunicación, más que el habla o la articulación, para que los alumnos, tanto verbales como no verbales, tuvieran suficientes herramientas para poderse comunicar".

Los profesionales que trabajan como profesores titulares estudian carreras diversas y específicas, como geología o matemáticas, y hacen después un máster de profesorado que los habilitaba a trabajar como maestros y les forma con mucha práctica en centros. En cuanto a los asistentes de profesor, "era muy variada, muchos no tenían formación en educación, había músicos y actores que compaginaban su trabajo en los colegios por la mañana con las actuaciones los fines de semana y por la noche, pero trabajaban muy bien", explica Myriam.

En el país británico se apuesta por la formación del profesorado y, cada semana, les imparten cursos y talleres. La seguridad física y mental de docentes y alumnos es muy importante, por lo que se dan cursos de defensa personal. "Está orientado a la prevención, qué hacer para que los alumnos estén tranquilos y se sientan seguros. Tiene mucho que ver con la organización del aula, con el tono de voz del profesor, el lenguaje corporal, y también en saber cómo actuar si, por ejemplo, un alumno te agarra del pelo". Además, los maestros tenían un "botón del pánico" para situaciones más complicadas, en las que necesitaban la ayuda de un equipo de emergencia, compuesto por profesores con un nivel superior en defensa personal.

La importancia de sentirse valorado como profesional

Cada docente en Reino Unido parte de un salario de unas 2.000 libras (unos 2.300 euros), que se va incrementando cada año si cumple con ciertos objetivos, en su mayoría relacionados con su formación. Aunque Londres, reconoce Myriam, es una ciudad cara y, por tanto, no se trata de "una profesión en la que te vas a hacer rico", ella se sintió "muchísimo más valorada que en España".

No todo es maravilloso en educación especial allí. También es duro, se le dedica muchas horas

"Eso me entristecía, porque yo soy española, tengo mi formación allí y debería ser más fácil, pero es al revés. En Londres para mí todo eran facilidades, el inglés no era un problema, la titulación es más sencilla y los contratos duran todo un curso", añade, aunque admite que "depende de cada persona, porque hay españoles que no se adaptan al sistema".

Además, reconoce la maestra, "no todo es maravilloso". "También es dura la educación especial allí. Se le dedica muchas horas. Después de las horas lectivas sale trabajo para otra jornada laboral en cuanto a evaluaciones y programación. Ser maestro es muy reconfortante, estos chavales dan mucho, pero también es una descarga emocional importante porque en una hora de clase pasa de todo y hay que estar ahí", señala.

Los seis años en Londres, cuenta Myriam, le han dado la oportunidad de ganar seguridad a nivel personal y profesional: "En España era difícil encontrar sitios que se adaptaran a mí y ya empezaba a dudar de mí misma. Allí, en cambio, se me ponían facilidades, hacen porque estés a gusto". "La experiencia de irte de tu país, donde tienes a toda tu familia y amigos, a otro lugar, donde no conoces a nadie apenas, te hace salir de tu zona de confort y darte cuenta de que eres más fuerte de lo que crees".

Sin embargo, Myriam decidió volver a España, por cuestiones personales, y, a pesar de su experiencia en Reino Unido, se volvió a encontrar el mismo problema: "No me costó tanto, pero volví a notar que era todo más complicado. Volvieron a ofrecerme trabajos que no me pagaban en verano o cosas así y, de hecho, acabé trabajando en un colegio británico en Madrid". Un año después, el pasado mes de junio, la maestra, desencantada con la situación, decidió pedirse una excedencia y trasladarse a Francia, aunque ya prepara sus maletas para volver en enero a Londres

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