José Francisco García Director del Innovation Lab del Instituto Europeo de Diseño en Madrid
OPINIÓN

El mundo que queremos

Un agente de la Policía egipcia frente al Centro de Congresos en el que se celebra la COP27.
Un agente de la Policía egipcia frente al Centro de Congresos en el que se celebra la COP27.
EFE/EPA/SEDAT SUNA
Un agente de la Policía egipcia frente al Centro de Congresos en el que se celebra la COP27.

Los ciudadanos de todo el mundo llevamos tiempo observando, con perplejidad y preocupación, el desgaste de los valores y principios que han permitido el periodo de mayor desarrollo y prosperidad en Europa desde la Segunda Guerra Mundial. En efecto, la polarización política e ideológica, el ascenso de los populismos extremistas y antieuropeos, la peligrosa simplificación de la compleja realidad, nos están llevando a un escenario de enfrentamiento permanente, lo que no ayuda nada a encontrar soluciones compartidas y duraderas. Y, además, esta situación ha empeorado de forma radical con la invasión rusa de Ucrania, y la consiguiente crisis política, energética y económica que estamos viviendo.

Pero, aun siendo grave esta realidad, lo más peligroso para todos nosotros es el deterioro constante y acelerado de nuestro entorno, del planeta en el que vivimos.

Estos días se celebra la Cumbre del Clima en Egipto. Los grandes mandatarios del mundo se reúnen, discuten, y negocian para encontrar puntos de encuentro y fijar objetivos que nos permitan reducir o mitigar el impacto negativo que la acción del hombre provoca en el planeta. Sus acuerdos marcarán las políticas públicas y las normas que se aplicarán a ciudadanos y entidades privadas en las próximas décadas. A pesar de la buena voluntad de muchos de los países participantes, serán acuerdos de mínimos, siempre condicionados por la voracidad climática de los países menos concienciados, y por las presiones económicas de los sectores más contaminantes y menos interesados en la reducción drástica de su impacto negativo.

La suma de millones de individuos nos convierten en una fuerza de compensación climática muy poderosa

Pero esos acuerdos, nos gusten más o menos, serán el escenario en el que tendremos que vivir. Y cada uno de nosotros deberá asumir su parte de responsabilidad para lograr que ese pacto global sea más o menos efectivo. Es cierto que individualmente nuestro impacto es irrelevante, comparado con el de las grandes industrias o la deforestación masiva, pero la suma de millones de individuos nos convierten en una fuerza de compensación climática muy poderosa. Y esa es nuestra arma más eficaz, la concienciación y la acción individual sumada a la de millones de personas que sientan, como nosotros, la urgencia y la necesidad de un cambio imprescindible para acercarnos al mundo en el que nos gustaría vivir.

Hay motivos para la esperanza, porque en sectores tan contaminantes como el de la moda y el textil, segundo sector más contaminante del planeta, con más del 8% de las emisiones totales de CO2, hay miles de emprendedores en todo el mundo dedicados a reducir ese impacto, con proyectos de reutilización, reciclaje, investigación de nuevos materiales, nuevos procesos de fabricación, que permitan seguir diseñando ropa y calzado creativa con criterios de sostenibilidad ambiental.

La Unión Europea está también ayudando a este proceso, con programas de apoyo a estos emprendedores, confiando que dentro de unos años hayan cambiado los paradigmas de los sectores más perjudiciales para el planeta. Para conseguir transformar esos acuerdos de mínimos de las Cumbres del Clima en impactos de máximos, gracias a la acción decidida y global de millones de personas, que contagien con el ejemplo al resto de los (todavía) escépticos medioambientales.

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