OPINIÓN

La ironía de una COP27 que no atiende a los jóvenes

Activistas climáticos participan en la marcha de la Coalición COP27 durante la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático en Egipto.
Activistas climáticos participan en la marcha de la Coalición COP27 durante la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático en Egipto.
GEHAD HAMDY / EP
Activistas climáticos participan en la marcha de la Coalición COP27 durante la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático en Egipto.

La semana pasada comenzaba en la ciudad egipcia de Sharm el Sheij la 27.ª conferencia de Naciones Unidas sobre el clima, también conocida como COP27. La cita más importante del año en política climática se celebra en una megápolis desértica aislada a orillas del Mar Rojo, rodeada de campos de golf, a la que tan solo es posible llegar en avión privado. La ironía es demasiado evidente.

Todavía más paradójico resulta que entre los líderes mundiales presentes no se encontrara el presidente del país más contaminante en términos absolutos, el dirigente chino Xi Jinping. Sí estaban representados en Egipto, en cambio, muchos países de renta media y baja y pequeños Estados insulares en desarrollo (SIDS, por sus siglas en inglés), de África, el Caribe y el Pacífico: son ellos los que sufren ya hoy lo peor de las consecuencias de la catástrofe climática, a pesar de que su huella de carbono es casi nula en el cómputo global.

Uno de los grandes temas de esta COP27 es precisamente la cuestión de la solidaridad en la financiación para la emergencia climática, con vistas a que los más afectados por sus efectos sean compensados por los emisores históricos. El secretario general de la ONU, António Guterres, rogaba en la apertura de la conferencia crear impuestos a los beneficios extraordinarios de las empresas energéticas que sirvan para sufragar el combate contra el ecocidio, similares al puesto en marcha en España (que va más allá y grava directamente los ingresos de las grandes eléctricas). A pesar de las buenas intenciones, no es difícil imaginar a líderes como la imponente primera ministra de Barbados, Mia Mottley, boquiabiertos ante tímidas peticiones de esfuerzos fiscales cuando la mitad de su territorio quedará bajo el agua en las próximas décadas.

Esa desesperación causada por la inacción política ha llevado a jóvenes activistas a métodos más radicales

Y es que el marco del debate lleva tiempo truncado. No es momento ya de medidas superficiales. Por cargante que resulte a estas alturas, es preciso seguir martilleando el mantra tantas veces repetido: el tiempo se acaba y urge valentía en la respuesta. El reciclaje y los coches eléctricos no bastan. Algo no funciona cuando Egipto, el anfitrión de la conferencia, lleva diez años construyendo una capital alternativa porque la actual resulta cada vez más inhabitable.

Esa desesperación causada por la inacción política ha llevado a jóvenes activistas alrededor del globo a sustituir manifestaciones y huelgas de hambre por métodos más radicales, cometiendo inexcusables atentados contra el patrimonio cultural. Aunque parece obvio que amenazar la conservación de una obra maestra de Goya no nos salvará de la desertificación, uno no puede evitar recordar con rabia los discursos sobre generaciones de cristal y jóvenes blandengues, pronunciados por una cohorte que solo ha ofrecido líderes instalados en el ecopostureo y la perorata vacía que no estarán cuando apenas quede planeta en el que vivir.

La juventud, esa otra gran afectada por la irresponsabilidad de imperios y grandes empresas, cuenta en esta COP27 por primera vez con una representante, la egipcia Omnia El Omrani. Está por ver si esto se traduce en un verdadero asiento en la mesa para los jóvenes, o al igual que Barbados y los SIDS, somos ignorados una vez más.

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