Cuenta San Francisco de Sales, patrón de los periodistas, que fue otro francés, llamado San Bernardo de Claraval, el que pronunció por primera vez la frase ”El camino del infierno está empedrado de buenas intenciones”. 

No he dudado nunca del trabajo y los buenos propósitos de Irene Montero al frente del Ministerio de Igualdad. Estoy convencido de que la ministra cree en lo que predica e intenta plasmar en leyes su pensamiento progresista y feminista. Es lógico que así sea, pero el contenido de los textos legislativos debería ser confeccionado con mayor precisión y rigor para evitar equívocos. 

Lo sucedido con la Ley Orgánica de Garantia Integral de la Libertad Sexual, conocida popularmente como la ley del solo sí es sí, clama al cielo. 

La eliminación de la distinción penal entre abuso y agresión ha dado pie a los condenados por estos delitos a solicitar la aplicación de la nueva normativa y la revisión de sus penas. Las, sin duda buenas intenciones de la ley, lejos de reforzar las medidas preventivas, han abierto una vía de escape para agresores y violadores. 

La solución al problema creado no pasa por insinuar que los jueces hacen una interpretación torticera y machista del texto legislativo, eso es absurdo. Ahora bien, para salir con urgencia y eficacia de este entuerto, la Fiscalía y las Audiencias provinciales deberían marcar al respecto criterios interpretativos. 

Voltaire lo tenía claro: “El último grado de perversidad es hacer servir las leyes para la injusticia”.