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Death Cafe, grupos de debate sobre la muerte: "Hablar de esto potencia vivir mi vida a tope"

Una quincena de personas se juntan cada mes en una cafetería de Madrid para hablar sobre la muerte.
Pablo Rodero

Una mesa alargada en la esquina de una cafetería. Una quincena de personas, casi todas mujeres, casi todas en torno a la sesentena. Todas con un café, una infusión o simplemente un vaso de agua. Algunas con una tarta o un bizcocho. Es una mañana de sábado de otoño, un momento tan bueno como otro cualquiera para juntarse a hablar de la muerte.

Sentada en el centro de la mesa, la "facilitadora" da inicio a la sesión con apenas unos minutos de retraso a la sesión. Estamos en un Death Cafe -café de la muerte- y lo que toca primero es explicarlo para los recién llegados.

"Se puede definir como un grupo de diálogo sobre la muerte sin objetivos concretos", explica la facilitadora del grupo, la psicóloga clínica Miryan Wodnik, en una entrevista posterior al encuentro. "El propósito es fomentar la conciencia social sobre la muerte, valorando todos los puntos de vista de todas las personas que forman ese Death Cafe ese día, rompiendo un poco el tabú de lo que supone hablar de todo lo relacionado con la muerte".

Tras la introducción, en la que Wodnik incide en que no se trata de una terapia grupal, sino de un "encuentro de amigos", los asistentes empiezan a presentarse. Casi todos hablan de experiencias de fallecimientos reciente de familiares o amigos. Durante la próxima hora y media habrá tiempo para lágrimas, confesiones, minutos de silencio y meditación guiada. Una isla en la que la muerte ocupa el centro del debate mientras la vida sigue ajena a lo inevitable a su alrededor.

"Se puede definir como un grupo de diálogo sobre la muerte sin objetivos concretos"

"La camarera me ha preguntado si éramos los que hablamos de la muerte", dice una de las asistentes en su presentación. "Me ha dicho que si podemos hablar más bajito porque la última vez se quejó un cliente, le estaba resultando incómodo escucharnos".

Un fenómeno internacional

Glynis German siempre se sintió sola en su interés por la muerte. Esta británica de 60 años trabaja como "doula de final de vida y celebrante de ceremonias de entierro". Vive en Mallorca desde 1992 y, en 2015, leyó el blog de una mujer sueca que había asistido a un Death Cafe en Londres. "Cuando leí bizcocho y muerte todo junto dije: '¡Guau!'. Me puse super feliz".

El fenómeno Death Cafe había nacido cuatro años antes, en 2011. El psicólogo clínico británico Jon Underwood decidió organizar el primero de estos encuentros en su propia casa de la capital británica junto a su madre, también psicoterapeuta. Para Underwood, los cafés tendrían que tener tres principios básicos: no tener un orden del día, que no hubiera expertos invitados y que fueran gratuitos para sus asistentes.

Nació así un movimiento que se ha extendido ya por más de 80 países, en los que se organizan miles de encuentros cada mes de personas que tienen como único fin hablar sobre la muerte. Los Death Cafe han sobrevivido a su creador, que murió repentinamente de una leucemia no diagnosticada en 2017.

Antes de su muerte, en 2015, German logró contactar con él para saber si existía algún Death Cafe en Mallorca. "Me dijo que sí, que estaba donde yo misma quisiera montarlo", recuerda German, que ahora gestiona la página web dandovidaalamuerte.org, que aglutina los decenas de Death Cafes que se han extendido por toda España desde entonces. Cada uno con un "facilitador", que, según German, responden a perfiles variados, pero habitualmente son mujeres sociosanitarias o psicólogas y, en definitiva, "gente con una curiosidad muy sana en torno a la muerte".

- ¿Por qué iba alguien querer ir a una reunión para hablar de la muerte?

- "Si te apuntas mañana a un Death Cafe serás escuchado y creo que en el mundo esto es lo que falta, ser escuchado. He visto a gente que entra en un Death Cafe con un duelo que casi no le deja ni caminar porque pesa muchísimo y lo más increíble es verles después salir súper ligeros".

El impulso de la pandemia

En Madrid, donde tiene lugar el encuentro "facilitado" por Wodnik, el punto de partida de los Death Cafe llegó a raíz de la pandemia. Wodink, una psicóloga clínica especializada en muerte y cuidados paliativos y autora de los libros Detrás del Arcoíris, colaboraba desde antes de la pandemia con Potala Hospice, una asociación de voluntarios para acompañamiento en cuidados paliativos.

Fue, a través de esta asociación, de raíz budista -como el propio Underwood, el creador de los Death Cafe- como surgió el primer encuentro, allá por marzo de 2021. "Lo subimos a las redes sociales y a través de amigos de amigos fue llegando a gente, mucha que con la pandemia había visto fallecer a personas o vecinos o estaban muy afectados por esas muertes tremendamente trágicas tanto del morir como del dolor al morir una persona cerca", explica Wodnik. "En esas condiciones, se creó un caldo de interés por hablar de la muerte".

"Hablar de la muerte me hace mucho bien, porque salgo de los Death Cafe con más vida, con más gratitud hacia la vida. Porque, desde la impermanencia que todos somos en el cuerpo y sabiendo que cualquier día me muero, quiero llenar mi vida cada día", explica la psicóloga. "Entonces, es como que hablar de la muerte, me potencia vivir mi vida a tope".

"Hablar de la muerte me hace mucho bien, porque salgo de los Death Cafe con más vida, con más gratitud hacia la vida"

Muchos de los asistentes, la mayoría, se han mantenido fijos desde entonces. Cada uno tiene su motivo para acudir al encuentro, pero varias ideas son recurrentes. Hay voluntad de "sentir la muerte como algo natural", como una "etapa más de la vida", la "única certeza", dicen varios. Las vivencias van cayendo sobre la mesa ante el respetuoso silencio del resto. De fondo, en la cafetería la vida transcurre ajena a la reunión. Una clienta bromea con el dependiente y acaba pidiendo tres croissants.

"Yo soy muy espiritual y llevo muchos años en el mundo de la meditación, practicar yoga y esas cosas y también contacto, he tenido canalizaciones y cosas de esas…", declara Gema, una economista de 58 años, habitual en el Death Cafe de Madrid desde hace un año.

Gema perdió a su pareja hace 19 años y a su marido hace cuatro. Un año después, falleció su padre de covid. Todas esas experiencias, asegura, explican su interés por la muerte y por el mundo espiritual. "Esto es para cualquiera que tenga inquietudes espirituales, para quien piense que te mueres y se ha acabado todo, no tiene mucho sentido", declara.

- Y tú, ¿crees que hay algo después de la muerte?

- "Claro, yo sé con certeza que lo hay porque si me he comunicado con personas que han muerto es que hay algo. De qué forma no lo sé, pero yo se que sí y que me ayudan desde el otro lado estén donde estén".

Minutos de silencio y meditación

La charla sigue, momentos distendidos se entremezclan con otros emotivos. Se habla de la descomposición del cuerpo, de la trascendencia tras la muerte, de dejar huella. La facilitadora decide hacer una pausa después de que uno de los asistentes relate una historia traumática. Pide un minuto de silencio con la mano en el corazón. Pide "enviar amor". Todos siguen respetuosamente las instrucciones.

En uno de los extremos de la mesa destaca una mujer joven, muy por debajo de la media del resto de las asistentes. Se llama María Victoria, tiene 29 años. "Con mi familia no puedo hablar de la muerte porque hay mucho tabú y ellos no lo ven como algo normal", explica María Victoria, que es profesora e investigadora de literatura en la universidad.

"Con mi familia no puedo hablar de la muerte porque hay mucho tabú y ellos no lo ven como algo normal"

"No entienden que me junte una vez al mes con un grupo de gente semi desconocida para hablar de la muerte y que la mayoría de las personas sean mayores que yo. No ven que sean intereses correspondientes a mi edad, pero yo les respondo que nos podemos morir a cualquier edad, la muerte no tiene edad", declara la profesora.

Para ella, la asistencia a estas reuniones es un complemento a su formación en budismo, religión sobre la que empezó a indagar hace tres años, y el voluntariado en la asociación Potala Hospice con personas en la fase final de su vida. Todo ello destinado, en sus propias palabras, "a ayudar a sus abuelas a morir bien".

"Pensar en la muerte hace que te familiarices con ella y cuando te familiarizas con algo eso deja de darte tanto miedo porque se convierte en algo cotidiano", explica María Victoria. "De la muerte se habla poco porque creo que, en Occidente, vivimos con una falsa seguridad en que la medicina y los avances científicos y tecnológicos pueden con todo, tenemos una seguridad demasiado grande que nos hace creer que somos intocables y que los asuntos peliagudos no van con nosotros".

Una cuestión de mujeres

El Death Café va llegando a su fin. La facilitadora pide a los asistentes que elijan una palabra para resumir el poso que les ha dejado la charla. "Calma, aceptar, gratitud y amor, saber soltar"… Jaime -nombre ficticio-, uno de los dos hombres que hay en la sesión, elige "trascender".

- ¿Por qué hay tan pocos hombres?

- "No sé si porque las mujeres se han abierto más, tienen más sensibilidad y una mayor precaución de su desarrollo y sobre a dónde va el mundo y su vida, pero sobre todo creo que los hombres en general tendemos a ser bastante más escépticos", declara Jaime, que trabaja como consultor y tiene 58 años.

Él es uno de los miembros fundadores del grupo y ha acudido a todas las sesiones desde el inicio. Su motivación, explica, es "romper tabúes culturales" en torno al tema de la muerte.

"Creo que los hombres en general tendemos a ser bastante más escépticos"

"En mi caso, ha estado muy presente a lo largo de mi vida porque perdí a mi padre siendo muy niño, después perdí a dos hermanas y muchos familiares directos y amigos cercanos, supongo que como ocurre en la realidad de cualquier persona", declara Jaime. "La muerte rodea nuestra vida desde que nacemos y vivimos como si fuera algo que no fuera a suceder nunca y cuando sucede todos nos llevamos un disgusto tremendo, lo pasamos mal, un duelo espantoso y tratamos de quitárnoslo de encima cuanto antes. Creo que integrar esto como un elemento más de la vida y un elemento natural me facilita mucho más el tránsito y el proceso de entrada hacia mi mismo".

La sesión termina con un último ejercicio. Todos los asistentes se agarran de las manos y hacen una última meditación en silencio. La facilitadora da por terminada la sesión. Todos se van levantando y se van despidiendo. La mayoría no ha formado mayores vínculos entre ellos fuera de estos encuentros para hablar de la muerte en los que se ven una vez al mes. La cafetería se va vaciando y la muerte vuelve a ser aquí un tema tabú… hasta el mes que viene. 

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Redactor 20minutos

Escribo reportajes sobre cuestiones sociales desde conflictividad laboral y desigualdad económica hasta tendencias y consumo, con el denominador común de ser historias contadas a través de vivencias personales de sus protagonistas. Anteriormente, he cubierto información local y economía en 20 Minutos y fui corresponsal freelance en Colombia y Reino Unido.

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