Carmelo Encinas Columnista de '20minutos'
OPINIÓN

La energía de Dios

Un técnico revisa una óptica dentro de la estructura de soporte del preamplificador en el Laboratorio Nacional Lawrence Livermore de California en una imagen de 2012.
Un técnico revisa una óptica dentro de la estructura de soporte del preamplificador en el Laboratorio Nacional Lawrence Livermore de California en una imagen de 2012.
LAPRESSE
Un técnico revisa una óptica dentro de la estructura de soporte del preamplificador en el Laboratorio Nacional Lawrence Livermore de California en una imagen de 2012.

Durante siglos las grandes civilizaciones de la antigüedad adoraron al Sol. Desde Egipto hasta Grecia y Mesopotamia, pasando por las culturas hinduista, japonesa o, al otro lado del mundo, la incaica o los mexicas, en sus mitologías el Sol era un dios. Tal consideración tenía para ellos todo el sentido, el sol que salía cada día iluminaba sus vidas y hacía crecer las cosechas; era el astro que les permitía seguir viviendo. Hoy, con un mayor conocimiento del universo, nadie lo diviniza, pero su presencia en el centro de nuestro sistema planetario sigue siendo tan imprescindible para nuestras vidas como cuando los sacerdotes de Zoroastro lo adoraban en la antigua Persépolis.

Su energía infinita es también la que inspiró a los científicos que buscan en la fusión del átomo una fuerza limpia e inagotable que sustituya a la quema de combustibles fósiles que ensucian el aire del planeta, provocando ese temible calentamiento global. La fusión de núcleos de hidrógeno en la atmósfera solar es la que libera esa cantidad ingente de radiación que nos llega a la Tierra a 150 millones de kilómetros de distancia y que nos mantiene vivos. Esa misma fusión es la que la ciencia lleva décadas intentando provocar y que ahora, por vez primera, un laboratorio norteamericano ha logrado que el proceso genere más energía de la que exige su obtención. Es solo el principio, pero supone la constatación de que es posible imitar al Sol y obtener en la Tierra una forma de energía sin límites ni efectos secundarios medioambientales.

Si todo es como nos cuentan los científicos de California que esta semana dieron a conocer su hallazgo, estamos ante una noticia de inconmensurable trascendencia. Un avance tecnológico capaz de cambiar el futuro del planeta que se pintaba realmente oscuro para este siglo XXI. Su impacto puede ser determinante para acelerar el proceso de transición verde en el que están empeñadas las principales economías y que se ha visto comprometido por los efectos que sobre el suministro de gas y petróleo causó la invasión rusa de Ucrania.

La necesidad hace al órgano y así como la pandemia obligó a invertir en investigación de vacunas produciendo avances superlativos para afrontar la crisis sanitaria, la crisis energética que aflige las economías occidentales está obligando a incrementar la investigación sobre fórmulas alternativas a los combustibles fósiles, y en tal contexto este gran paso sobre la fusión del átomo supone un estímulo extraordinario.

La ciencia tiene en sus manos la posibilidad de ofrecer a las nuevas generaciones una gran esperanza que mejore su futuro

Todos los expertos coinciden que eso es solo el principio y que habrá que esperar un tiempo para que la tecnología de fusión pueda tener un uso comercial y generalizado que permita arrumbar las formas en uso de obtener energía. Los más optimistas hablan de un mínimo de diez a quince años, los pesimistas de varias décadas, periodos de tiempo que en cualquier caso no admiten rebajas en el proceso de descarbonización emprendido y la imprescindible apuesta por las energías renovables. Las plantas eólicas y fotovoltaicas, así como las de bombeo reversible, han demostrado sobradamente su capacidad para afrontar una transición que, además de respetar el medioambiente, nos hace menos dependientes de quienes pueden chantajearnos con los suministros de combustible.

La fusión es a largo plazo, pero, una vez más, la ciencia tiene en sus manos la posibilidad de ofrecer a las nuevas generaciones una gran esperanza que mejore su futuro. Y el que hayan encontrado la inspiración en el Sol que adoraron nuestros ancestros parece ahora justicia divina.

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