Juan Luis Saldaña Periodista y escritor
OPINIÓN

El tonto del fotocol

La ilusión del tonto de fotocol es infinita.
La ilusión del tonto del fotocol es infinita.
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La ilusión del tonto de fotocol es infinita.

¡Qué contento se pone cuando lo ve! Se coloca delante del cartel, sonríe, se abraza con el grupo y ya da por buena la jornada. Podrá compartirlo en sus redes, podrá recoger comentarios y me gustas en los próximos días como quien recoge la aceituna tras varear el árbol. Tiene la pose ensayada y lo da todo. El tonto del fotocol es el perejil de la salsa de los congresos, fiestas, celebraciones y convenciones que nos hemos inventado para rellenar vacíos vitales y laborales.

Como alternativa a esta palabra, la RAE sugiere “posado”, pero no es lo mismo. Así que habrá que decir fotocol, como si fuera la foto de una col de Bruselas. El llamado fotocol, en el mejor de los casos, no deja de ser una loneta impresa con el logotipo de algunas marcas que se han dejado engañar para la ocasión. Suele estar sujeto con una estructura metálica que recuerda a una portería de fútbol portátil. Es una emulación de lo que hacen los famosos cuando pasean por la alfombra roja, esa moqueta de hotel de la Manga del Mar Menor que es, casi siempre, un camino al precipicio.

Delante de la loneta, el tonto del fotocol cree que abandona su vulgaridad y su ego de vuelo de gallina se levanta unos metros del suelo.

El tonto del fotocol se coloca delante de la loneta como quien posa delante de Notre Dame o de la Sagrada Familia. El tonto del fotocol tiene un no ser nadie mal llevado, un espíritu gregario adolescente y unas redes sociales que rellenar con fotografías de no se sabe qué. Delante de la loneta cree sentir lo mismo que las personas importantes. Delante de la loneta, el tonto del fotocol cree que abandona su vulgaridad y su ego de vuelo de perdiz se levanta unos metros del suelo.

Hay ya un fotocol en cada esquina. Esto es una plaga porque la demanda de fotografías para rellenar vacíos está en franco crecimiento. En las bodas, en las recogidas de sellos corporativos previo pago, en los conciertos, en las fiestas de antiguos alumnos, en los cumpleaños que acaban en cero y hasta en la peluquería puede encontrarse uno un fotocol. Huir de ellos es complicado, pero puede conseguirse con una impuntualidad rigurosa o desafiando de un modo radical el código de vestimenta. Negarse también puede ser una opción, aunque no siempre es fácil.

El fotocol tiene un hermano pequeño que también tiene un nombre endiablado y sin traducción posible hasta la fecha: el rollup. Es un cartel vertical, con loneta enrollada que se lleva muy mal con el equilibrio y que, cuando hay viento, hace el efecto de una vela de barco. Se recoge y se lleva como un bazoca o como un carcaj de flechas. El rollup es, a veces, un fotocol portátil para mercenarios, cazarrecompensas y pobretones. ¡Venga, ponte en la foto!

Periodista y escritor

Colecciono coca colas falsas en lata y hago fotos a las bolsas de plástico en los árboles. He publicado libros de poemas y relatos. Mi última novela es "Hilo musical para una piscifactoría". Se llevó al cine bajo el título de "Miau". He sido redactor en prensa, presentador en tele y radio y ahora me piden que opine. Licenciado en derecho, MBA, máster en periodismo y doctor en comunicación e información. He tenido una agencia de marketing, alguna experiencia de éxito en comercio electrónico y doy clases en algún máster sobre esto.

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